L'explicació neurològica de la por.
Hay gente que no conoce el miedo o que no da señales, al menos, de padecerlo. Hay individuos que desde pequeñines
fueron atrevidos, valientes, arriesgados y hasta temerarios, sin dar
muestras jamás de arredrarse ante las situaciones que suelen producir
aprehensión, espanto o parálisis atenazadora en los demás. Son tipos que
ante cualquier desafío mantienen el pulso firme y la mente en calma. Se
lo permite su fisiología basal: su corazón sigue latiendo en una
frecuencia baja de pulsaciones ante el peligro extremo, la musculatura y
el porte acrecientan la tensión para ganar firmeza y disposición
competitiva, pero sin rondar el titubeo y mucho menos el tembleque, y
los periscopios de la atención vigilante acentúan, por último, el oteo
de las señales alarmantes o intimidatorias mediante un escaneo
expeditivo de las opciones de salida. Ese tipo de reacción vigilante
pero esencialmente templada ante el peligro acuciante depende de una
compleja descarga neural y hormonal donde prima la vía del combate o el
escape resolutivos. La disposición para la lucha eficaz, mediante
opciones diversas, ante las amenazas graves e inminentes. Se puede
entrenar y curtir, por descontado, y eso persiguen las múltiples
técnicas de adiestramiento que se ejercitan en las profesiones humanas
de alto riesgo, pero hay gente que necesita muy poca instrucción porque
tiende a desarrollar, espontáneamente, los atributos nucleares del
coraje y el temple.
El miedo es una reacción
defensiva normal y semiautomática ante estímulos amenazadores externos y
tiene circuitos, nodos y engranajes a su servicio en el sistema
nervioso y el endocrino. Guarda cierto parecido con el dolor, el
conjunto de reacciones defensivas ante las irritaciones que nacen en la
periferia corporal o en las vísceras, que también disponen de
intrincados sistemas neurales y hormonales para propiciarlas o
atenuarlas. Y del mismo modo que hay gente con gran aguante ante el
dolor intenso, los hay también con gran temple ante el miedo cerval. En
no poca medida eso depende de las prescripciones génicas, es decir, de
las combinaciones de partida en el trenzado molecular cromosómico que se
reciben al nacer. En programas veterinarios de crianza selectiva en
cánidos y en zorros, dilatados a lo largo de muchísimas generaciones,
los atributos de la temerosidad y la agresividad distintivas cristalizan
con facilidad. Es decir, de la misma manera que se obtienen estirpes
plácidas o violentas a base de ir cruzando progenitores con rasgos
temperamentales de ese cariz, pueden cuajarse asimismo líneas
emparentadas de animales timoratos y retraídos, por un costado, o
decididos y valientes, por otro. Hallazgos similares se han consignado
en diversas líneas de roedores con el ánimo de optimizar análogos
sencillos para la investigación neurofarmacéutica. Y en cuidadosos
estudios longitudinales efectuados en niños, desde los pocos meses de
vida hasta bien entrada la adolescencia, se ha constatado también que
las bolsas de los tímidos y retraídos precoces, por un lado, y las de
los atrevidos y temerarios, por otro, tienen una notoria continuidad
tanto en términos de comportamiento como en diversos índices
fisiológicos. Eso puede cambiarse, por supuesto, porque el peso de la
carga génica para el temor basal tan solo alcanza a modular un 50% de la
variabilidad en el rasgo, con lo cual se abre un universo de
posibilidades para las entradas de toda índole. Hay experiencias que
pueden llevar a un tímido a protagonizar hazañas heroicas y también las
hay que pueden convertir a un decidido y corajudo en un inhibido y
acobardado. Esos cambios requieren, en cualquier caso, unas
modificaciones sustantivas en los perfiles de trabajo y descarga
idiosincrática de los sistemas neurales del miedo.
El
potente armazón cognitivo que distingue a los humanos añade
complejidades sin cuento a ese montaje de reacciones emotivas de raíz
visceral y diseñadas, en primera instancia, para lidiar con los
sobresaltos amenazadores que proporciona la existencia. La plena
conciencia de tránsito vital y muerte cercana muy pronto señorea el
vastísimo territorio de las angustias y los terrores en nuestra especie,
al devenir el peligro nuclear donde todos los temores acostumbran a
confluir. Esa misma complejidad de las arquitecturas cognitivas permite
fenómenos tan curiosos como que el miedo nazca y anide en el propio
sujeto, sin motivo externo alguno que lo justifique, que se cimiente en
amenazas y edictos de entidades o artefactos sobrenaturales, o que haya
episodios de contagio aprehensivo o estallidos, incluso, de pánicos
apabullantes en comunidades cultas o en gremios profesionales de notoria
sofisticación técnica. El impacto y la persistencia de esos
sorprendentes temores se dilucidan siempre, en último término, en el
trabajo silente de las sendas encefálicas del miedo.
Adolf Tobeña, Sendas neuronales del miedo, el diario.es, 15/02/2013
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