Cosmovisió medieval.

La Edad Media es un periodo de tiempo tan extenso que necesariamente tendremos que responder que de muy diversas formas. Como tampoco es cuestión de dar por concluido aquí el artículo vayamos a aquello que podía haber en común en la cosmovisión de buena parte de los europeos de aquel tiempo.

Tal como explica Umberto Eco, “en la Edad Media se suponía que se decían cosas ciertas en la medida en que estaban sostenidas por una auctoritas anterior, hasta el punto de que, si se sospechaba que la auctoritas no sostenía la nueva idea, se procedía a manipular su testimonio porque la auctoritas, como decía Alán de Lille, tiene una nariz de cera”. Así que bajo el amparo de la autoridad de Eco, puede suponerse cierto que ese respeto por la tradición y recelo por las ideas originales permitió ciertos consensos en torno a su manera de comprender el mundo (entre la minoría alfabetizada, se entiende), basados en las fuentes de referencia que se tenían en aquel tiempo, que eran autores griegos y latinos como San Agustín, Boecio, Pseudo Dionisio, Pitágoras… y muy por encima de todos, Aristóteles. De él era, recordemos, el tratado sobre la comedia que tantos crímenes provocó para mantenerse oculto en El nombre de la rosa. Si el Filósofo decía que reír era bueno entonces inmediatamente se acabaría en el mundo el miedo al diablo —al pasar a ser objeto de chistes— y de ahí a la anarquía hay un paso, dedujo Jorge de Burgos.

El universo
Según la concepción aristotélica (y con variaciones, ptolemaica) que estuvo vigente hasta el siglo XVI, el mundo era una esfera que ocupaba el centro del universo y estaba contenida en otras nueve, a modo de capas de una cebolla. Fuera de la última de esas capas “no hay ni espacio, ni vacío, ni tiempo. Por eso lo que quiera que allí haya se caracteriza por no ocupar espacio ni verse afectado por el tiempo”. Nos queda la duda de cómo podría Aristóteles saber tal cosa… pero sea como fuere, para el cristianismo posterior ese inmenso espacio vacío pasó a estar ocupado por Dios, a cuyo alrededor danzaban serafines, querubines y tronos.

La más superficial de las capas o esferas es la Primun Móvile, que da una vuelta sobre sí misma cada 24 horas y que impulsa a todas las demás contenidas en ella. Después encontramos la Stellatum que es en la que están fijas las estrellas. A continuación hay otras siete capas, cada una tenía incrustada un “planeta”, que eran de fuera hacia adentro: Saturno, Júpiter, Marte, Sol, Venus, Mercurio y Luna. Dentro de esta última, en el mundo sublunar ocupando el centro de todo, está la Tierra. Desde la Tierra hasta el Stellatum estimaban que recorriendo unos 65 kilómetros al día se tardarían 8.000 años en llegar ahí.

Lógicamente esas capas son transparentes —si no no veríamos las estrellas— debido que están formadas por el quinto elemento, que es el éter. Esas siete esferas representan una nota musical cada una y al girar crean una bonita melodía que se conocía como “la música de las esferas”. Pero lamentablemente no podía trasmitirse al aire, así que los terrícolas nos quedamos fuera de ese inmenso concierto celestial.

Puesto que todo movimiento es generado por una voluntad, se atribuía cierta inteligencia a los planetas, que podía a influir en el carácter de las personas, (sin llegar a anular su libre albedrío, lo que sería una blasfemia). Así, si eran influidos por la esfera de Saturno eran melancólicos, mientras que los afectados por Júpiter eran alegres y tranquilos, es decir, “joviales”. Marte provocaba un temperamento violento, “marcial”. Venus inclinaba al amor, Mercurio al estudio y los desdichados que estuvieran bajo el influjo de la Luna eran lunáticos.

Pero si a cada esfera dado que se movía se le atribuía una inteligencia… la Tierra al estar inmóvil en el centro ¿carecía de ella? Dante respondió a esa pregunta diciendo que no, que nuestro planeta no es ningún estúpido y la inteligencia/voluntad que le corresponde es la de la Fortuna, una diosa que hace girar su rueda alterando constantemente la suerte de todos los seres terrestres.

El mundo sublunar
Si allá arriba hay un universo ordenado, eterno, perfecto y regular, por debajo de la Luna la Fortuna no deja de hacer de las suyas en un mundo endemoniadamente variable y caótico. Bajo la esfera sublunar están los cuatro elementos primordiales, con dos cualidades cada uno que los ligan entre ellos. Debajo está el más pesado de ellos, la tierra. Y en el centro mismo de la Tierra, el infierno. Un lugar que contaba con diversas estancias, como el Erebo (habitado por dragones y gusanos de fuego) el río Aqueronte o la laguna Estigia.

La tierra es un elemento frío y seco, que puede transformarse en agua, que es fría y húmeda y está sobre la tierra formando océanos. El agua a su vez se convierte en aire, húmedo y cálido, que está sobre ella formando la atmósfera. Por encima de todos ellos, el más ligero y que hace de frontera con el éter es el fuego, seco y cálido. Que se transforma a su vez en tierra y cerrando así el ciclo. Pero si el fuego está formando ahí arriba una capa que rodea la Tierra, justo por debajo de la esfera lunar… ¿Cómo es que no vemos al mirar hacia arriba un cielo en llamas?

La explicación que daban es que era un fuego puro y por tanto invisible. En su pureza era la materia en la que se encarnaban los ángeles cuando tenían que bajar a darnos algún recado. Más abajo estaban las criaturas aéreas, es decir, los demonios o ángeles caídos esperando entre tormentos el día del Juicio Final. No eran de fiar. No es casualidad que una de las cualidades de las brujas fuera la de poder volar ayudadas por ellos. En el agua habitaban las criaturas acuáticas, es decir, los peces y los pájaros. Y aquí llegamos a la distribución de la superficie terrestre y las criaturas que la habitan.

Gentes de fea estatura y de mala naturaleza
La geografía terrestre estaba distribuida en cinco zonas: septentrional, solsticial, equinoccial, brumal y austral. Las de los extremos eran inhabitables a causa del frío y la del centro por el calor. Las dos del medio al mezclarse en ellas el frío y el calor podían ser habitadas, los humanos habitamos una de las dos, la solsticial, donde se hallan los continentes conocidos por entonces: Asia, África y Europa. Eran dibujados en torno al Mediterráneo sin demasiado tino, dado que buena parte de las representaciones de la geografía terrestre en la Edad Media tenían una función teológica más que práctica. En ellas en el centro del mapa no solía estar Bilbao, sorprendentemente, sino Jerusalén.

Cerca de Asia se situaba el Paraíso, donde crecía el Árbol de la Vida, y la India, habitada por toda clase de pueblos a cada cual más exótico. La crónica de Nuremberg es un libro incunable del siglo XV (Aquí puede verse online por gentileza de la ONU), lo más parecido a una wikipedia de su tiempo y contaba con mapas y dibujos de pueblos que al parecer habitaban en desiertos lejanos y montañas remotas.

Están por ejemplo los que matan a sus padres y los cuecen para comérselos. Los Brahmanes, que se lanzan al fuego para alcanzar la otra vida. Los pigmeos, seres diminutos que habitan en las montañas y guerrean contra las grullas. Los Sciópodos, que corren a grandes velocidades gracias a contar con un solo pie pero de gran tamaño, que también usan para protegerse del sol. En dicho libro, se cuenta también como“en otra isla [del Índico], hacia la mitad, habitan gentes de fea estatura y de mala naturaleza, que no tienen cabeza y tienen los ojos en la espalda y la boca, torcida como una herradura, en medio de los pechos. En otra isla, hay numerosas gentes sin cabeza, y que tiene los ojos y la cabeza en la espalda”.

Finalmente, en lo que respecta al cuerpo humano, contaba con un alma dividida en tres partes o, según algunos, tres almas: la vegetativa común a todos los seres vivos, el alma sensible compartida con los animales y el alma racional, exclusivamente humana. El cuerpo estaba formado por los cuatro contrarios (caliente, frío, húmedo y seco) igual que la tierra, pero que en el cuerpo forman los humores que determinan el carácter: sangre, bilis, flema y melancolía. Las tres partes del alma más las cuatro del cuerpo suman siete, como los planetas y las notas musicales, lo que vinculaba al ser humano con el cosmos. En cierta forma se consideraba a cada persona un mundo en miniatura.

Todavía quedarían muchas más cosas por mencionar como las creencias religiosas, el orden social, la enseñanza en las universidades, las criaturas que se creía que habitaban los bosques…etc. Pero este breve esbozo de la cosmovisión medieval que hemos visto da cierta idea de un mundo que era visto como algo armónico, mecanicista, donde hay un sitio para cada cosa y en el que todo guarda una relación. Tal vez ese cosmos tan ordenado y previsible era un consuelo psicológico ante una vida tan sometida como la de entonces a lo imprevisible, a las malas cosechas o las plagas, donde lo único más mortífero que una enfermedad eran las curas a la que sometían a los enfermos.

Luego llegó el aguafiestas de Copérnico y a partir de ahí la ciencia no hizo más que darnos disgustos destronándonos del centro del Universo y mostrándonos a éste como un lugar cada vez más lovecrafiano, enloquecido e insondable. Al que ahora nos atrevemos a asomarnos una vez que nuestras vidas son bastante más apacibles y seguras para enterarnos sobre agujeros negros atroces o supernovas como la que acaba de explotar con gran estruendo. Un mundo en definitiva donde uno ya no puede fiarse ni de la velocidad de la luz.

Javier Bilbao, Cómo veían el mundo los medievales, Jot Down, 16/12/2011

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