Walter Benjamin: Capitalisme i culpa.
En los discursos dominantes sobre la crisis económica se repite la idea de “sacrificio”. Los poderes financieros, a través de sus portavoces políticos, exigen a los ciudadanos sacrificios. La “salida del túnel” se condiciona a la realización de expiaciones pendientes. Las tenues discrepancias en los debates públicos tienen que ver con el reparto más o menos equitativo de los esfuerzos y las cargas, pero escasea el cuestionamiento del sacrificio en cuanto tal. Se dice que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, hemos gastado el dinero que no teníamos. Esto es, hemos contraído una culpa que debe expiarse. Esta lógica rige el discurso que defiende los recortes en sanidad y educación, la “lucha contra el déficit”, la privatización de los servicios públicos y la mercantilización total de la vida. ¿Qué es lo que se dispone en el altar sacrificial? Sufrimiento humano, vidas truncadas.
La referencia al sacrificio no es solo retórica vacía en boca de
políticos profesionales. Tiene funciones muy profundas. El sacrificio es
una categoría religiosa. Para comprender su importancia en el discurso
sobre la crisis resulta esclarecedor volver al filósofo Walter Benjamin,
especialmente a un breve texto que escribió en 1921, titulado Capitalismo como religión.
Benjamin comienza ahí con una afirmación sorprendente: el capitalismo
no solo tiene un origen religioso, sino que es una religión. Se trata
de una visión total del mundo y de la vida. Esta tesis se diferencia de
las teorías de Max Weber. Para este, comprender el capitalismo no se
reduce a estudiar economía, sino que implica también analizar factores
religiosos. Por ejemplo, en los comienzos del capitalismo, la creencia
calvinista en la predestinación de las almas fue determinante para
generar prácticas de enriquecimiento. Como los salvados habían sido
escogidos antes de nacer y el éxito económico se interpretaba como signo
de elección, el comportamiento social se encaminó a asegurar la
presencia de las señales requeridas.
El enfoque de Benjamin es otro. No rastrea el origen religioso de
prácticas ya secularizadas. Le interesa describir el funcionamiento
actual del capitalismo como una religión. Y esta religión tiene tres
rasgos que la definen: primero, es una religión completamente ritual.
Producción y consumo se realizan como culto divino. Es una religión sin
dogmas que se reduce obsesivamente a la actividad ritual. Segundo: ese
culto no conoce tregua. Todos los días son fiestas de guardar, a saber,
de producción, consumo y crédito. Esto tiene su efecto en nuestra
experiencia del tiempo. Si la fiesta no interrumpe la vida cotidiana y
no marca en rojo el calendario, si todos los días son festivos, el
tiempo se vuelve eterno retorno, repetición circular sin novedad
posible. El fenómeno de la moda, como sabía Benjamin, expresa bien ese
tiempo vacío en el que la incesante novedad encubre el eterno regreso de
lo viejo, la reiteración de lo mismo.
La tercera característica describe el capitalismo como una religión
de la culpa. En alemán “culpa” y “deuda” se dicen con la misma palabra: Schuld.
Ser deudor y ser culpable son sinónimos. Pagar la deuda se corresponde
con la expiación de la culpa. Para comprender esto ayuda saber qué
entiende Benjamin por mito, pues la religiosidad del capitalismo es
mítica. Lo propio del mito es la trasmisión de la culpa. En el mito, la
culpa heredada, generación tras generación, vuelve justificable el
sufrimiento. Es la razón del sacrificio. La culpa hace tolerables y
admisibles los padecimientos del hombre, es decir, oculta la injusticia.
La expiación obedece a la fuerza del destino, una fuerza
independiente de la acción humana. Nada de lo que haga Edipo evitará su
sometimiento al destino y su terrible final. La culpa heredada implica
la negación de la libertad humana y una expiación sin distinción de
responsabilidades. La ficción de ese destino se expresa hoy con dos
tópicos sobre la crisis, repetidos como un credo: “no hay alternativa” y
“todos somos responsables”. Por más que proteste y declare su
inocencia, el acusado escucha lo mismo que dice el juez al condenado en El proceso de Kafka: “usted es culpable por haber nacido”.
Lo específico de la religión capitalista es que la culpa/deuda no se
salda nunca. La función de la expiación es reproducir la culpa
indefinidamente. Es un proceso de culpabilización universal. El objetivo
es transformar en deudor/culpable a todos los hombres. El capital se
convierte en un generador global de deuda, de vacío mundial. De ahí la
identificación entre capitalismo y nihilismo.
¿Hay salida del mito? Sí y se llama ilustración. Pero la ilustración
que Benjamin opone al mito viene de lejos. Su modelo es la crítica de
los profetas bíblicos a la idolatría. En los profetas se abren paso dos
descubrimientos para salir del mito: la idea de que el hombre solo es
culpable de las faltas que haya cometido libremente y el principio de
que conocer la verdad es reparar la injusticia. La acción libre que
busca justicia puede introducir una novedad en el tiempo circular del
mito. Esa acción y esa novedad son hoy los signos con los que quizá
podamos identificar la verdadera política.
Daniel Barreto, Walter Benjamin y la religión de la deuda, fronteraD, 25/02/2013
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