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S'estan mostrant les entrades d'aquesta data: gener, 2014

La jurisdicció de la fam i la llibertat liberal.

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Una mañana cualquiera el economista jefe del Banco Mundial remite por correo electrónico un memorándum a algunos colegas. Con la árida prosa del gremio recomienda el traslado de las industrias contaminantes a los países menos desarrollados. Sus razones son diversas pero se pueden condensar en una: los ricos están dispuestos a pagar más dinero por disminuir su polución del que los pobres pedirían por aceptarla. Si la polución se pudiera exportar, se exportaría. El bienestar de todos, de los ricos y los pobres, mejoraría. Mientras no podamos exportar la polución, podemos empezar con las industrias contaminantes. El argumento tiene anatomía, premisas: todos, ricos y pobres, se comportan racionalmente, aceptan transferencias que se ajusten a sus preferencias; todo aquello que los individuos prefieren aumenta su bienestar; debemos adoptar las políticas que mejoran el bienestar de todas las personas. La inferencia parece impecable. Sin ocasión para la discrepancia racional, para l

L'onada etitzadora que ens invaeix.

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El sujeto histórico es el actor central de un contexto espacio-temporal determinado, el emblema humano que encarna un tiempo y un espacio concretos, que lo cumple y lo realiza. El guerrero, el navegante, el misionero, el descubridor de épocas pasadas; el proletario y sus esperanzas revolucionarias en el siglo XIX; y en el XX el obrero de las sociedades industriales, el trabajador de las economías capitalistas de masa para llegar hoy al capitán de empresa, subsumido en la empresa misma, símbolo de la actual primacía absoluta de lo económico. El reconocimiento más patente de este primado nos vino de la mano de François Mitterrand, el líder político democrático más claramente instalado en la izquierda gubernamental, quien, a partir de 1983 consagró a la empresa como el gran protagonista del progreso económico y de la transformación social. Ésta desde entonces indiscutida soberanía política de la empresa ha encontrado además un poderosísimo resonador en las grandes escuelas de

Què amaga la invocació a l'ètica?

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   Uno de los analistas más certeros de nuestra contemporaneidad, Cornelius Castoriadis , en uno de sus últimos textos, La montée de l'insignifiance , Seuil 1996, nos hacía ver cómo la bancarrota fraudulenta de las esperanzas revolucionarias y la perversión de las aspiraciones al futuro de libertades que nos había prometido el neoliberalismo conservador, nos dejaban inermes frente a las exigencias de un sistema dominado por la obsesión del negocio y por la permanente falsificación de los Mass Media. En esa situación sólo cabía buscar escapismos y construir coartadas que escondiesen provisionalmente nuestra fragilidad. La ética que durante todo el siglo XX había quedado confinada en una posición filosófica muy secundaria - Castoriadis nos recuerda la presencia menor del pensamiento ético en la obra de Husserl , Heidegger , Whitehead , etcétera-, comienza a funcionar en su último tercio como recurso principal del escapismo ideológico, de las turbiedades públicas, de los intereses

El plaer i l'origen de la felicitat.

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  ¿Por qué de la venta exitosa en años recientes de tantos libros que hablan del amor y la felicidad y también del placer? ¿Qué busca la gente detrás de esas palabras? ¿Qué es ese etéreo que llamamos felicidad que todo el mundo parece perseguir y muy pocos alcanzan? ¿Son felicidad y placer dos conceptos equivalentes? ¿Qué encierran tantas definiciones culturales, religiosas, sociales, psicológicas de ese inaprensible concepto de felicidad, tan mal definido? Precisamente, placer y felicidad son la historia de un desencuentro. Mucha gente identifica placer y felicidad como si de una sola cosa se tratara, sin darse cuenta que son vivencias diferentes y que uno comienza cuando termina el otro. El placer es un desequilibrio que mueve a la acción, a

Isaiah Berlin historiador de les idees.

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A quien piensa de forma filosófica ninguna historia le resulta indiferente, aunque sea la historia natural de los monos. H. M. G. Koster Era una de las anécdotas que le gustaba contar. En 1944, mientras trabajaba en la embajada británica en Washington, Isaiah Berlin recibió la orden de regresar a Londres de inmediato y el único avión disponible para llevarlo era un ruidoso e incómodo bombardero militar. Como la cabina no estaba presurizada, tuvo que llevar una máscara de oxígeno que le impedía hablar. Y como además no había luz, no podía leer. Era un vuelo largo. Después diría en broma: “no tenía más remedio que hacer la cosa más terrible: tenía que pensar”. Durante el vuelo, decía la historia, tuvo una pequeña epifanía. En los años treinta había enseñado filosofía en Oxford –algo que le había hecho feliz– junto a amigos como Stuart Hampshire , J. L. Austin y A. J. Ayer , con quienes compartía muchos puntos de vista. El positivismo lógico estaba en su máxim

El poder i la hybris.

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  Analizaré todas las pruebas adicionales que confirmen la opinión que ya me he formado. ( Hugh Molson , parlamentario británico) Sospecho que muchos lectores al ver el título habrán dado la misma respuesta y con similar vehemencia . Y es que basta echar un vistazo a la historia para comprobar la preeminencia en casi todas las épocas y lugares de élites extractivas, cuando no directamente criminales. Ya saben, aquello de Stalin sobre que un muerto es un drama pero un millón es una estadística. Una frase que refleja la indiferencia del poder ante el sufrimiento de las masas gobernadas y cuyo único inconveniente es que su atribución es errónea. La que sí es cierta es otra de Mussolini acerca de que para negociar en una conferencia internacional antes «necesitamos poner unos cuantos miles de muertos en la mesa». O la mucho más reciente de Taro Aso , ministro de finanzas japonés, pidiendo a los ancianos que «se den prisa en morir» porque sale caro mantenerlos. Los