Història del mites històrics.
José Álvarez
Junco: “Si la
nación fuera un niño, sería imprescindible que reforzáramos su identidad (qué
nombre tiene, cuál es su familia, a qué país pertenece…) y también su
autoestima: por ser como eres, no puedes ir por ahí con la cabeza baja. Esto es
evidente, pero eso no significa que haya que ponerse pesado. Tienes una
identidad, sí, pero luego están los otros. El nacionalismo desempeña un papel
necesario, de integración y legitimación política, ayuda a reforzar los lazos
comunes que existen en un colectivo donde todos son distintos. Pero corre una
serie de peligros que no hay que olvidar, como el de cerrarte a cuanto ocurre
fuera y convertirte en un ignorante, sin horizontes, siempre complaciente con
lo propio y reacio a lo ajeno”.
Vuelvo a lo más sencillo, la función del
historiador es la de intentar comprender y explicar el pasado de la manera más
objetiva posible. De forma científica. Por eso hay que volver una y otra vez
sobre lo que se ha estudiado porque todo cambia. España cambia y cambia la
manera de contar lo que ha ocurrido. Toda explicación es relativa y pasajera. Y
tiene inevitablemente un mensaje moral implícito. Es importante ser conscientes
de esto y saber también que, por mucho que hagas, los políticos (el poder) van a
utilizar tu trabajo en función de sus intereses”.
Hay una leyenda que se refiere a las guerras
médicas: en el año 480 antes de Cristo, las huestes de Jerjes fueron poco a
poco aplastando las ciudades griegas hasta llegar al santuario de Apolo en la
montaña de Delfos. No había allí más que un puñado de aguerridos defensores
frente a los fieros persas, pero el dios terminó por intervenir. Lanzó rayos y
cayeron peñascos, y los temidos enemigos empezaron a matarse unos a otros en
plena confusión. Los supervivientes huyeron, y no tardarían en perecer por un
fuerte temblor de tierra y el desbordamiento de un río: el puñado de griegos de
Delfos había triunfado.
“Los cronistas que narraron, casi dos siglos
más tarde, el primer enfrentamiento bélico con los musulmanes recurrieron a los
modelos narrativos bíblicos y a los de la Antigüedad clásica”. “El relato de
Covadonga reproducía este esquema casi al pie de la letra”, escribe Álvarez Junco.
Santos
Juliá: “El mito no
se estudia, se cree y se celebra y en la creencia colectiva y en la celebración
ritual encuentra la comunidad su razón de ser, su orden, la base de continuidad
en el tiempo, su camino de salvación”.
Miguel-Anxo
Murado: “La
historia es como la ceniza de un incendio.“No es el incendio, ni siquiera un
resto del fuego, sino tan solo un vestigio de los efectos del incendio. El
viento sopla constantemente, dispersándola”.
“La historia no es simplemente la
recuperación del pasado lo cual, en sentido estricto, es imposible, porque ya
no existe; es más bien el esfuerzo por darle un sentido a lo que nos queda de
él, que son solo un número limitado de vestigios. Puesto que somos nosotros
quienes le damos el sentido, la historia es en gran parte una proyección del
presente, una especie de metáfora de nuestro propio tiempo”.
“En España han escrito la historia
desde un rey —Alfonso X— hasta un presidente de Gobierno —Cánovas
del Castillo—. Comparado con eso, el historiador nunca ha estado más lejos del
poder que hoy en día. Lo que ocurre es que cuando leemos una historia que no
nos gusta tendemos a considerarla siempre fruto de la manipulación interesada.
Subestimamos la fuerza evocadora que tiene el discurso histórico, yo me
atrevería a decir que casi mágica, y que hace que tanto unos como otros crean
sinceramente en lo que dicen. El poder apoya el tipo de historia que le
interesa, sin duda, pero eso no bastaría si la gente no quisiera creerla. La
única cura para el fanatismo que inspira la historia es preventiva: no darle tanta
importancia”.
“Como decía
Froude, un historiador del siglo XIX, la historia es como una imprentilla
infantil en la que uno puede elegir las letras que quiere y ordenarlas en la
forma que quiere para que digan lo que a él le apetece”.
“Yo no los llamaría ‘mitos disparatados’
porque creo que los mitos históricos cumplen siempre una función, lo
interesante es detectarlos y tratar de explicar cuál. Hoy nos puede resultar
disparatado que en el pasado los españoles se creyesen descendientes de la
familia de Noé. Pero eso era fruto de la necesidad psicológica de enlazar su
historia con la Biblia de un pueblo para el que el cristianismo era la base de
su identidad. Hoy hacemos algo parecido cuando, desde la historiografía que
sea, elegimos arbitrariamente hechos históricos para convertirlos en nuestros
orígenes o seleccionamos aquellos que nos proporcionan una sensación de
continuidad y conexión con el pasado”.
Andrés de Blas : “Antes de que surgiera la propia idea de
nación, existían elementos que le daban cohesión a ese colectivo que sería
después, hablando con más propiedad, la nación
española. Desde la época de los Reyes Católicos
se impulsaron ya distintas estrategias para dar cohesión a esa comunidad
nacional que, más adelante, seguiría reconociéndose como tal durante la
monarquía de los Austria. El reformismo ilustrado del siglo XVIII reforzó las
soldaduras de ese colectivo a través de una serie de discursos patrióticos que
luego heredarían los diputados de las Cortes de Cádiz. Es ahí donde
verdaderamente se puede hablar de revolución, y de un proyecto de modernización
de este país. Los liberales son conscientes de que no pueden legitimar el nuevo
Estado con los viejos expedientes: el catolicismo, la monarquía y las
tradiciones. Y por eso empiezan a hablar de una comunidad de ciudadanos que
defiende un orden de derechos y libertades. El acento se desplaza a la
ciudadanía y a su Constitución, han dejado de servir los viejos señores”.
Javier
Moreno Luzón: “Toda la
oposición a la dictadura, tanto la de izquierdas como los nacionalismos,
identificaron así a España con el franquismo, y no querían ni oír hablar de sus
relatos, ni de sus símbolos. De lo que se trataba, por tanto, era de construir
una nueva identidad nacional, donde todos tuvieran sitio. La monarquía
representa un papel esencial en la construcción de esa nueva identidad,
democrática y constitucional. Sea como sea, la proyección de lo que fuera esta
nueva España tuvo un perfil bajo en los primeros años de la Transición.
Solo tras el golpe del 23 de febrero se fue imponiendo la idea de que no se
podía dejar España y sus símbolos en manos de la extrema derecha”.
“Fue con la llegada de Aznar al
poder cuando se produjo un reforzamiento del nacionalismo español. Reformuló la
celebración del 12 de octubre e impulsó la enseñanza de la historia de España.
De regreso de un viaje a México, e impresionado por la enorme bandera que se
desplegaba en el zócalo del Distrito Federal, decidió hacer algo semejante aquí
y se izó aquella inmensa enseña en la plaza de Colón de Madrid. Era un viraje
que no iba a gustar mucho ni a los nacionalismos periféricos ni a las fuerzas
de izquierda. No hay que olvidar que es en las manifestaciones contra la
gestión del desastre del Prestige y contra la guerra de Irak
cuando vuelven a verse en las calles numerosas banderas republicanas. Y por el
lado nacionalista se acentuaron dinámicas propias: la reacción condujo en el
País Vasco al plan Ibarretxe,
y en Cataluña al proyecto de modificar el Estatut”.
José Andrés
Rojo, Las historias de la Historia, Babelia.
El País, 25/01/2014
Comentaris