Els efectes de l'Estimulació Magnètica Transcraneal (TMS) en el cervell.
Cuando
Rebecca Saxe puso adultos bajo el scanner de fMRI mientras les
realizaba cuestiones como ésta, encontró una relación significativa
entre la actividad de la rTPJ y la proporción de culpa que daban a Alba
en las dos situaciones. Claro que todos la acusaban en la primera
situación, y la defendían en la segunda, pero cuanta más actividad
tenían en la zona rTPJ, más grado de responsabilidad le otorgaban cuando
no provocaba un daño pero sí lo quería, y menos cuando causaba un daño
por accidente involuntario.
Imaginad una habitación vacía con sólo una caja, una pelota, y un
sofá. Tú, un niño de 3 años, y otro de 5, estáis viendo todo lo que
ocurre en ella gracias a una cámara oculta. Empieza la acción.
De
repente aparece un chico de 12 años, coge la pelota, la mete dentro de
la caja, y sale de la habitación. Un minuto después entre un nuevo
chico, saca la pelota de la caja, la esconde detrás del sofá, y se
marcha. Pasa otro minuto, y regresa el primer chico de 12 años a recoger
su pelota. Se para la acción, y el investigador os pregunta: ¿Dónde irá
a buscar la pelota; en la caja o detrás del sofá?
Para ti la
respuesta es obvia: “En la caja, que es donde inicialmente la dejó”. Si
le preguntas al niño de 5 años que vio toda la secuencia contigo
contestará lo mismo: “En la caja, porque es donde cree que está”. Pero
atención; si le preguntas al niño de 3 años dará una respuesta
diferente: “Detrás del sofá”. Lo dirá él, y todos los niños de 3 años o
menos. A esa edad, sus cerebros todavía no han desarrollado la capacidad
de abstracción necesaria para introducirse en la mente de otras
personas e imaginar qué están pensando. Responden que el chico de 12
años irá a buscar la pelota detrás del sofá, porque allí es donde está
la pelota. Son incapaces de entender que alguien tiene “falsas
creencias”; que alguien tiene en su cabeza una visión del mundo
diferente a la suya. Pero algún cambio ocurre en los cerebros de los
niños hacia los 4 años de edad, porque a los cinco todos dan la
respuesta correcta. Excepto gran parte de autistas.
Existen múltiples versiones de este sorprendente experimento, denominados “false-belief task”.
Ésta en concreto nos la explicó la neurocientífica cognitiva del MIT
Rebecca Saxe, hace ya un tiempo durante un seminario en Cambridge. Rebecca investiga una capacidad cognitiva llamada Teoría de la Mente.
Tener Teoría de la Mente implica poder reflexionar, y ser conscientes
de nuestro estado mental interno y el de otros. Es un campo de
investigación antiguo, multidisciplinar, que arranca de manera teórica
en la filosofía, y del que desde hace poco existen aproximaciones
experimentales.
En
concreto, Rebecca Saxe utiliza imágenes de resonancia magnética
funcional (fMRI) para escanear cerebros de niños de diferentes edades
mientras están realizando tareas cognitivas con “tests de falsas
creencias”. Y ganó mucho reconocimiento al descubrir algo muy
enigmático: en el neocórtex justo detrás de nuestra oreja derecha
tenemos una zona del cerebro implicada directamente en la interpretación
de los pensamientos internos de otras personas. Es decir; en intentar
comprender qué pasa por la mente de alguien que mira un cuadro, nos
habla con tono sospechoso, o planea una jugada en el ajedrez. El área se
llama Right Temporoparietal Junction (rTPJ), y Rebecca Saxe demostró
que se va desarrollando y especializando durante la infancia y
adolescencia.
Pero no sólo eso; en personas adultas, la actividad
en la rTPJ parece estar correlacionada con una mayor o menor facilidad
para interpretar la mente de los demás. Teniendo en cuenta que dicha
capacidad de leer la mente de otros está relacionada con los juicios
morales que emitimos sobre sus acciones, el equipo de Rebecca Saxe
diseñó una serie de experimentos para poner a prueba su hipótesis. Uno
de sus ejemplos:
Imagina que estás observando la siguiente
situación: Alba y Carmen son dos becarias que investigan en el mismo
laboratorio. No se llevan muy bien, pero justo hoy van a tomar café
juntas. Alba prepara los cafés. Ella no toma azúcar, y le pregunta a
Carmen cuantas cucharadas quiere. “dos”, responde ella. Entonces, al
lado del bote de azúcar, Alba distingue otro bote muy parecido pero con
un compuesto químico blancuzco y granulado que resulta ser tóxico y
provocar fuertes dolores abdominales. A plena conciencia, Alba pone dos
cucharadas del producto tóxico en el café de Carmen, y se lo entrega con
una malévola sonrisa. Lo que no sabía Alba es que alguien había
cambiado el contenido de ambos botes, y en realidad sí le estaba dando
azúcar a Carmen. ¿Qué grado de culpa le otorgas a Alba? Para valorarlo
–como ya estarás haciendo- deberás fijarte no sólo en el inocente
resultado de su acción, sino también en sus maquiavélicos pensamientos.
Imagína ahora esta otra situación: Alba va a buscar el azúcar
para Carmen, y le pone dos cucharadas sin saber que alguien había
intercambiado el contenido de los botes. Carmen pasa toda la tarde con
dolores “por culpa” de Alba. ¿Qué grado de responsabilidad le otorgas a
Alba?
Si un niño de 3 años fuera capaz de entender bien toda
la situación, te respondería que en el primer caso Alba no tiene ninguna
culpa porque no ha pasado nada, y en el segundo toda por darle un
tóxico a Carmen. Ni su área rTPJ, ni su capacidad de interpretar la
mente de los demás, están desarrolladas todavía. (con autistas, según este artículo reciente, ocurre algo parecido)
Pero lo más sorprendente, y por lo que escribo esto hoy: Ayer me enviaron un artículo de Liane Young,
una investigadora del grupo de Saxe, que ha conseguido alterar la
opinión de la gente sobre la actitud de Alba desactivando la rTPJ con
Estimulación Magnética Transcraneal (TMS). El título del paper de PNAS
lo dice todo: “Disruption of the right temporoparietal junction with
transcranial magnetic stimulation reduces the role of beliefs in moral
judgments” (Distorsión del rTPJ con TMS reduce el rol de las creencias en los juicios morales).
La
estimulación magnética puede servir para activar o desactivar áreas
específicas del cerebro. De la manera que la aplica Liane Young, bloquea
específicamente el área implicada en leer la mente de las personas,
mientras les planteaba la situación de Alba y Carmen. Resultado: los
participantes en el estudio modificaban significativamente sus juicios
sobre el grado de culpa de Alba. No llegaban a invertirlo, faltaría más,
pero sí había diferencias significativas y solían dar más valor al
resultado final de la acción, y menos a la intención oculta de Alba.
Impresionante. Como concluye el artículo, podemos manipular el cerebro
para disminuir nuestra capacidad de utilizar estados mentales en la
elaboración de juicios morales.
Cierto que suena muy
reduccionista. No necesariamente lo es. Depende de cómo interpretemos
los datos. Que nuestros pensamientos son en última instancia fruto de la
actividad del cerebro está fuera de toda duda, y esta es la correlación
observada. Pero Saxe y Young reconocen que los cambios son pequeños en
la escala de juicios morales. Les resulta interesantísimo para
investigar el procesamiento mental de los autistas, para ir
comprendiendo un poquito mejor el funcionamiento de nuestro cerebro, y
quien sabe, quizás para extraer algunas enseñanzas.
Pere Estupinya, Desactivar neuronas para interferir en juicios morales, Apuntes científicos desde el MIT, 15/06/2011
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