El buit no és el no res.
La naturaleza aborrece el vacío. François Rabelais condensó en esta frase de La vie de Gargantua et de Pantagruel (1532-1564) el convencimiento de la imposibilidad de la existencia del vacío que, siguiendo a Aristóteles, permeó todo el pensamiento hasta el siglo XVII. Aristóteles argumentó con cierta extensión en el libro IV de su Física en contra de los antiguos atomistas que insistían en que los átomos se mueven en un vacío infinito.
Aristóteles afirmaba que la falta de resistencia produciría velocidades infinitas; que la homogeneidad del vacío excluía la existencia del movimiento natural, que para Aristóteles se basaba en la distinción entre arriba y abajo; y que el vacío
también impedía el movimiento violento, que necesitaba de un medio
externo para la propulsión continua. Los escolásticos abrazaron esta
visión, plenum, frente a la atomista, vacuum.
El plenum mantuvo su vigor hasta bien entrado el siglo XVII. Destaca, por ejemplo, especialmente el sistema de René Descartes, que identificaba la materia con el espacio. Así lo expresaba en Traité du monde et de la lumière
(escrito entre 1632 y 1633; publicado póstumamente en 1664 ante el
temor de Descartes de correr la misma suerte de Galileo con su Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, ya que, al igual que Galileo, defendía el heliocentrismo). Sin embargo, la existencia del vacío
fue estudiada como posibilidad por algunos teólogos escolásticos, que
consideraban que quizás fuese posible en el espacio más allá de la
esfera de las estrellas fijas donde, quizás también, residiera Dios.
La refutación experimental del horror vacui comenzó en el
siglo XVII con una observación puramente práctica: las bombas que se
usaban en las minas parecían funcionar según el principio de horror vacui
pero, increíblemente, sólo hasta una cierta altura: unos diez metros, a
mayor diferencia de nivel ya no eran capaces de bombear agua, dato este
que aparece en los Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno a due nuove scienze attinenti la mecanica e i moti locali (1638)
de Galileo. Los artesanos del Duque de Toscana querían aumentar esa
altura a 12 metros. El estudio profundo del libro de Galileo y el
contacto con los artesanos del toscano llevaron a Evangelista Torricelli a encontrar una explicación al fenómeno. La conclusión, sorprendente, la condensó en una frase en una carta a Michelangelo Ricci fechada el 11 de junio de 1644:
Vivimos sumergidos en el fondo de un océano de aire
Torricelli explicó la limitación con un equivalente mecánico entre el
peso del aire atmosférico y el peso de la columna de agua. Para la
demostración usó un tubo de cristal vertical, cerrado por un extremo,
sumergido el lado abierto en un recipiente con mercurio. Al lado, otro
montaje idéntico pero con agua en vez de mercurio. El mercurio subía por
el tubo la catorceava parte de lo que subía el agua. Una unidad de
presión que a veces se usa, los milímetros de mercurio, se llama por
estos experimentos torr, como homenaje a Torricelli.
Blaise Pascal dudó de la explicación de Torricelli, pensando que sólo expresaba las limitaciones de la fuerza del vacío que se creaba en el extremo cerrado del tubo.
Cuatro años después del experimento de Torricelli, Pascal inició una
serie de experiencias usando el dispositivo de Torricelli (lo que hoy
llamaríamos un barómetro) con varios líquidos, llegando a emplear tubos
de cristal de hasta 14 metros de largo (tenía la suerte de tener buenos
contactos en Ruan, donde estaba una de las fábricas de productos de
cristal tecnológicamente más avanzadas de la época). El experimento
decisivo tuvo lugar el 19 de septiembre de 1648, cuando Florin Périer,
marido de la hermana mayor de Pascal, Gilberte, ascendió al Puy de Dôme,
tomando mediciones de la columna de mercurio a tres altitudes
diferentes. La columna de mercurio alcanzaba alturas cada vez menores
conforme se ascendía. Pascal replicó el experimento en París, subiendo
al campanario de 50 metros de Saint Jacques de la Boucherie, y viendo que el mercurio bajaba dos líneas.
Pascal quedó convencido de que era el peso de la atmósfera, y no el vacío
dentro del barómetro, el que hacía que el mercurio ascendiese en los
barómetros y el agua en las bombas mineras. Se comprende que la unidad
de presión del sistema internacional sea, precisamente, el pascal.
Una demostración aún más espectacular de lo que hoy llamamos presión
atmosférica la proporcionó no mucho tiempo después el alcalde de
Magdeburgo, Otto von Guericke.
Para ello usó su nueva bomba de aire, una bomba de succión a pistón con
válvulas que podía aspirar el aire de cámaras cerradas y, por tanto,
crear el vacío. En 1657, von Guericke hizo que su bomba sacase el
aire de dos semiesferas de cobre pegadas formando una esfera y demostró
que dos reatas de caballos no las podían separar.
Robert Boyle desarrolló junto con su ayudante Robert Hooke
la bomba de aire como un método consistente de crear el vacío para la
investigación científica. Usando un globo de cristal diseñado para ello,
en el que se hacía el vacío, Boyle demostró que conforme la
bomba extraía el aire del globo la columna de mercurio de un barómetro
colocado en el interior descendía hasta que quedaba al ras del
recipiente de mercurio. También que la llama de una vela o la vida de
los gatos eran incompatibles con el vacío. No así los fenómenos eléctricos y magnéticos, que parecían ser independientes de si existía el vacío o no. Los resultados de Boyle quedaron recogidos en su primera publicación científica, New experiments physico-mechanicall touching the spring of air (1660).
A finales del siglo XVII, por tanto, la existencia del vacío
era incuestionable. Sin embargo, tan pronto como se confirmó su
existencia los físicos se apresuraron a llenarlo de cosas, por lo que el
vacío no es la nada. Los fluidos imponderables
de la electricidad, la luz y el magnetismo del XVIII encontraron en él
su acomodo, como también lo tendrían el éter y los campos
electromagnéticos del XIX. Incluso cuando el éter parecía haber sido
descartado a comienzos del siglo XX, la equivalencia entre masa y
energía en una pirueta paradójica volvió a introducir la materia en el vacío.
Por si fuera poco la física cuántica contribuyó a su complejidad
llenándolo de campos, agujeros electrónicos y partículas fantasma.
César López Tomé, Del vacío, Cuaderno de Cultura Científica, 14/01/2014
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