Les lògiques de l'exclusió social.
El
primer tópico que debemos descartar es el que considera las actitudes
excluyentes en términos psicológicos, de forma que los fenómenos de segregación
o persecución pueden atribuirse erróneamente a la personalidad de los
agresores. Estas explicaciones rehuyen la comprensión profunda del problema. A
veces, porque naturalizan el rechazo, al considerarlo una proyección del recelo
instintivo que todas las especies experimentan hacia el extraño (Jacquard). Se
trata de una visión que muestra el racismo y la xenofobia como resultados de
una tendencia natural del ser humano a temer y a protegerse de todo lo
desconocido, y en consecuencia, a rechazarlo. Esta línea argumental suele
reforzarse con razones extraídas de la etología animal o la sociobiología.
Otras lecturas subjectivistas más sofisticadas consideran que el otro rechazado
representa una proyección de los elementos inconscientes que no queremos
aceptar de nosotros mismos, nuestro propio «yo oscuro». En otras ocasiones,
analizan las conductas persecutorias como expresiones de una «personalidad
autoritaria» (Adorno), o sencillamente, como el síntoma de una patología
psiquiátrica que agudiza la agresividad.
Frente
a esta clase de interpretaciones, que dejan de lado los factores contextuales, lo
que corresponde son lecturas del racismo, la xenofobia o la estigmatización, y
otras formas de exclusión, que los consideran asociados a unos sistemas de
acción y representación sociales. Es decir, cabe verlos como consecuencia más
que la causa de las relaciones entre sectores sociales que son considerados o
que se consideran a sí mismos incompatibles o antagónicos. Las variantes de la
exclusión social no están en el origen de las tensiones o de las
contradicciones sociales, sino que a menudo son su resultado. ¿Cuál es su
tarea? Racionalizar, a posteriori, la explotación, la marginación, la
expulsión, la muerte o el oblicuamiento y la negación que una parte del género
humano puede imponer a otra.
La
explicación del apogeo de las prácticas excluyentes en nuestra sociedad implica
reconocer la confluencia de varias circunstancias singulares del mundo actual,
todas las cuales tienen forzosamente relación con la función política y
económica que cumplen. En primer lugar, porque las sociedades industrializadas
avanzadas han vivido una intensificación del elemento crónicamente conflictivo
que toda sociedad sitúa en la misma base de su funcionamiento.
Cada
uno de los grupos que se autodiferencia o que es diferenciado por los otros
representa un punto dentro de una red de relaciones sociales donde la
distribución del espacio, los requerimientos de la división social del trabajo
y muchas otras formas de conducta competitiva son fuentes permanentes de
colisión de intereses y entre las identidades donde estos intereses se refugian
tan a menudo para legitimarse. Así pues, la frecuencia y la intensidad de los
contactos físicos, territoriales, culturales y económicos estaría en la misma
base del aumento de la conflictividad entre colectivos humanos, una
conflictividad que, obviamente, siempre acabará beneficiando al agente
comunitario que ocupe la posición hegemónica. En este caso, muchas veces, la
identidad colectiva ‑étnica, religiosa, política‑ sólo es una subrogación que
oculta relaciones de clase o de casta. Eso explica la verticalidad que se
impone a las relaciones entre un colectivo diferenciado y el otro.
Se
podría establecer que los dispositivos de la exclusión, que podríamos encontrar
a distintos grados en otras sociedades y momentos históricos, se han agudizado
en una última fase de la evolución de las sociedades modernizadas, como
consecuencia paradójica del apogeo del igualitarismo. En efecto, las ideologías
de la exclusión ‑prejuicio, marginación, racismo, xenofobia, estigmatización...‑
funcionan como una fuente de justificaciones para el desmentido de la igualdad
de derechos y oportunidades que sufren constantemente las relaciones sociales
reales. Todas las modalidades de exclusión encuentran, por esta vía, un
vehículo para naturalizar una jerarquía en la distribución de privilegios y en
el acceso al poder político y a la riqueza económica que los principios
democráticos que orientan presuntamente la sociedad moderna nunca podrían
legitimar.
Otra
cosa que has de tener en cuenta es que los mecanismos de exclusión conocen
varios niveles de intensidad y de elaboración. Pueden configurar un estado de
opinión difuso o llegar a ser asumidos como ideología oficial del Estado. Sus
formalizaciones pueden ser fragmentarias y contradictorias, pero también pueden
apoyarse en teorías que parecen sazonadas con el máximo rigor «científico». Las
lógicas de la exclusión pueden limitar los efectos a un desprecio y una
hostilidad latentes, que eventualmente pueden provocar disturbios aislados por
parte de grupos minoritarios, pero también pueden movilizar masas y
desencadenar agresiones generalizadas, linchamientos o pogromos populares.
Finalmente, la exclusión puede llegar a definir la política de un gobierno,
institucionalizarse e instalarse como violencia oficial del Estado, y dar pie
a auténticos macroprogramas de exclusión, como en la Suráfrica del apartheid, o de deportación y
exterminio, como en el caso más extremo de todos: la Alemania nazi.
Manuel Delgado, Algunas consideraciones generales sobre la exclusión social, El cor de les aparences, 18/01/2014
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