felicitat (diccionari Bauman)
Zygmunt Bauman |
"Cuando aumenta el PIB, aumenta
la felicidad. Y se dice que la gente que gana más parece más feliz. Pero
hoy sabemos que la felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno
acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más
suicidios, más casos de depresión, más criminalidad, más miedo. O sea
que la afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a todos es
doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para eso la gente
tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y por otro,
porque no revierte en más felicidad porque, como hemos dicho, la
felicidad depende de la igualdad, de la equidad”.
“Hace 20 o 30 años las desigualdades
entre las sociedades desarrolladas y las que no lo eran crecía, mientras
que la desigualdad en el interior de una misma sociedad (rica),
disminuía. Y creíamos, al menos nosotros, los europeos, que con nuestro
Estado de bienestar habíamos solucionado el problema de la desigualdad.
Pero desde hace 20 o 30 años la distancia entre los países desarrollados
y la del resto del mundo está disminuyendo, y, por el contrario, en el
interior de las sociedades ricas las desigualdades se están disparando.
Hay informes que dicen que en Estados Unidos estas desigualdades están
llegando a los niveles del siglo XIX”.
“Es evidente que las clases medias se están empobreciendo. Podemos hablar más que de proletariado de precariado”,
dice Bauman. “O sea viven en una situación cada vez más precaria. Lo
importante es que grandes sectores de las clases medias pertenecen ahora
al proletariado, que se ha ampliado. Aunque hoy tengan trabajo ha
desaparecido la certeza de que puedan tenerlo mañana. Viven en un estado
de constante ansiedad”.
"Vivimos en la cultura del consumismo,
no es ya simplemente consumo, porque consumir es totalmente necesario.
Consumismo significa que todo en nuestra vida se mide con esos
estándares de consumo. En primer lugar el planeta, que es visto como un
mero contenedor de potencial explotable. Pero también las
relaciones humanas se viven desde el punto de vista de cliente y de
objeto de consumo. Mantenemos a nuestro compañero o compañera a nuestro
lado mientras nos produce satisfacción, igual que un modelo de teléfono.
En una relación entre humanos aplicar este sistema causa muchísimo
sufrimiento. Cambiar esta situación exigiría una verdadera revolución
cultural. Es normal que queramos ser felices, pero hemos olvidado todas
las formas de ser felices. Solo nos queda una, la felicidad de comprar.
Cuando uno compra algo que desea se siente feliz, pero es un fenómeno
temporal."
Bauman recuerda que en la Europa oriental de su primera juventud, “la
gente era bastante feliz”. No tenían mucho que comprar, “pero vivían en
comunidades solidarias, con buenos vecinos, que se ayudaban entre sí,
cooperaban, y eso les daba seguridad, y, por otro lado, eran artesanos, o
gente que en palabras del sociólogo americano Thorstein Veblen tenía
ese ‘instinto de la humanidad trabajadora’. La felicidad deriva del
trabajo bien hecho. La satisfacción que eso produce es extraordinaria.
En nuestra sociedad, en cambio, nos definimos no por lo que hacemos sino
por lo que compramos”.
“Viví en Polonia esos años”, cuenta el profesor. “Después de la
Segunda Guerra Mundial el desempleo era masivo y el país estaba
destruido. Entonces llegaron los que proponían entregar las tierras a
los campesinos y las fábricas a los trabajadores, y generaron un
entusiasmo enorme. La propuesta era trabajar juntos y reconstruir el
país devastado. El programa era hermoso”, recuerda Bauman jugueteando
con su pipa, que no acaba de tirar. La realidad resultó no serlo tanto. Y
el viejo profesor no escatima críticas a la ideología en la que creyó.
“Como sabe, hay dos clases de totalitarismos, el nazismo y el comunismo.
Tenían bastantes similitudes, pero entre las diferencias hay una
importante. Se le puede acusar al nazismo de infinidad de crímenes, pero
no de hipocresía. Desde el primer momento, los nazis dijeron claramente
lo que pretendían hacer. Querían dominar todos los países y asegurar la
supremacía del III Reich, y aniquilar a los judíos, y es lo que
hicieron. Mientras que el comunismo era una fortaleza de la hipocresía.
El mensaje teórico se basaba en los lemas de la Ilustración, Liberté, Égalité, Fraternité, pero la práctica era muy diferente. La gente vivía mintiendo”.
—Usted ya no es comunista, pero sigue siendo de izquierdas.—Sí, porque creo todavía en la igualdad. Creo todavía que la liberté es más importante que la seguridad. No había desempleo en la Rusia soviética. Había seguridad, acceso a una educación, a un sistema de salud básico, pero nada de libertad.
—Y, sin embargo, usted mismo ha criticado a la izquierda por no ofrecer una verdadera alternativa a la sociedad actual.
—Es cierto. No hay un modelo de sociedad alternativo. La izquierda solo sabe decirle a la derecha, “cualquier cosa que hagan ustedes nosotros la hacemos mejor”. Cuesta distinguir entre Gobiernos de izquierda y de derecha, la verdad.
- ¿Hasta qué punto esta sociedad líquida es la cumbre del capitalismo anglosajón?
“Hay muchas
variedades de capitalismo. Es cierto que los anglosajones han creado un modelo
que los demás países han imitado enseguida. Mientras, en los países
escandinavos se pagan impuestos altos y, a cambio, la gente tiene
excelentes servicios gratuitos, y han optado por recortar la libertad de
mercado a cambio de más seguridad existencial, en Reino Unido se opta
por la libertad total. Hay que gastar fortunas para obtener una
educación, y hay que pagar médicos privados para tener buena atención
sanitaria, es cierto. Estamos constantemente presionados por dos valores
opuestos y necesarios: libertad y seguridad. Seguridad sin libertad nos
convierte en esclavos, y si tienes libertad sin seguridad eres una
especie de plancton, flotando por ahí, no un ser humano. Los dos
extremos son insoportables, hay que combinarlos”.
Libertad y seguridad son los dos polos entre los que se mueven las
alternativas políticas que se nos ofrecen en el mundo de hoy, marcado
por la superproducción y los ajustes violentos del mercado. Un mundo que
no reconocerían los padres de la economía moderna, como Adam Smith.
“Es cierto. Tenían la idea de que el crecimiento económico era un
fenómeno temporal, porque pensaban erróneamente que la gente iba a
comprar solo lo necesario para cubrir sus necesidades. Así es que muy
razonablemente calculaban los productos que tendrían que ser producidos.
Todo era una monótona repetición de las necesidades de acuerdo con el
crecimiento de la población. No se dieron cuenta de que en la sociedad
de consumo no se va a las tiendas solo para reemplazar lo roto o lo
consumido, sino a satisfacer los propios deseos. Y los deseos son
infinitos”.
Las nuevas generaciones, crecidas en una atmósfera de consumismo
brutal, inician su aprendizaje en el sistema desde muy temprano y, a
menudo, en familia, como cuenta Bauman, atento observador de una de las
sociedades abanderadas del consumismo, la británica. “George Ritzer
llama a los centros comerciales templos de consumo. Los
domingos por la mañana las familias británicas no van a misa, van al
centro comercial. Y es la gran salida familiar de la semana. Van no solo
a comprar, sino a disfrutar mirando, viendo lo que hay”.
Lola Galán, Tiempos de liquidación: entrevista a Zygmunt Bauman, Babelia. El País, 18/01/2014
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