Contra la logoteràpia de Victor Frankl.
Viktor Frankl sostiene que la principal motivación humana no es el placer (como decía Freud) ni el poder (como proponía Adler), sino la búsqueda de un sentido o propósito único para cada persona. Según él, este sentido puede encontrarse incluso en las peores circunstancias, como los campos de concentración. Frankl observó que los prisioneros que se aferraban a un propósito —como volver a ver a sus seres queridos, terminar un proyecto o soñar con un futuro mejor— parecían tener más fuerza psicológica para resistir las atrocidades del Holocausto. No todos los que tenían un sentido sobrevivieron, pero Frankl argumenta que este propósito aumentaba sus probabilidades de soportar el sufrimiento e, incluso, de sobrevivir físicamente al evitar rendirse por completo.
Mi crítica es que Frankl invierte la relación entre el sentido y la resiliencia. Él sugiere que encontrar un propósito fortalece la capacidad de resistir, pero yo creo que ocurre lo contrario: las personas con una mayor fuerza innata para vivir —lo que el filósofo Spinoza llamó conatus— son las que logran aferrarse a un sentido. Los millones de judíos que murieron en los campos no carecían de propósito: amaban a sus familias, soñaban con retomar sus trabajos, sus pasiones, sus vidas, igual que Frankl. Pero les faltó algo que no controlaban: fuerza biológica, resistencia emocional y, sobre todo, suerte. El sentido no causa la resiliencia; es un reflejo de la fortaleza que algunos tienen de manera innata.
No todos tenemos el mismo apetito por la comida o el mismo impulso sexual, y tampoco tenemos la misma capacidad para resistir adversidades. Algunos pueden correr una maratón completa; otros se agotan a los 5 kilómetros, no por falta de voluntad, sino por diferencias en su resistencia física o mental. Frankl, sin embargo, da a entender que todos podemos encontrar un sentido y resistir si "elegimos" hacerlo, como si fuera una fórmula universal. Esto suena a esas historias motivacionales de "yo bajé 40 kilos, ¡tú también puedes!". Pero no todos podemos, porque no todos partimos del mismo punto. Factores como la genética, el temperamento o las experiencias previas determinan cuánto podemos soportar, y Frankl apenas lo menciona.
Un ejemplo claro es el Test de la Golosina, un experimento famoso en psicología. En él, los niños que podían esperar para obtener una recompensa mayor (comer dos golosinas en lugar de una) tenían mejores resultados en la vida adulta. Pero esos niños no eran "mejores" porque usaran estrategias como contar o distraerse; más bien, su capacidad innata de autocontrol les permitía crear y sostener esas estrategias. En los campos de concentración, los prisioneros que mantenían un sentido podrían haber sido los que ya tenían una mayor resiliencia emocional, no porque el sentido en sí los salvara. Frankl confunde correlación con causalidad: el sentido no genera la resistencia, sino que surge de ella.
Su narrativa optimista sugiere que todos tenemos la misma "libertad interior" para elegir una actitud frente al sufrimiento, pero esto pasa por alto las diferencias biológicas y psicológicas que limitan esa capacidad. Un prisionero con más resistencia emocional podía imaginar a su familia y seguir adelante; otro, destrozado por el hambre o el trauma, podía perder esa habilidad, no por falta de amor o deseo, sino por su condición humana. La idea de Frankl es inspiradora, pero simplifica una realidad mucho más compleja.
A veces, cuando preguntamos a personas muy mayores, de 100 años o más, cuál es su secreto para vivir tanto, nos dan respuestas como 'comer muchas nueces' o 'tomar una copita de licor todas las tardes'. Pero está claro que no es el licor ni las nueces lo que las llevó a esa edad. La verdadera razón suele ser una combinación de una constitución física más fuerte, un sistema inmune robusto y, sobre todo, suerte. Esa fortaleza innata les permitió llegar a los 100 años y, de paso, disfrutar de su copita diaria. El punto es este: las razones por las que creemos que ocurren las cosas en nuestras vidas no siempre son las verdaderas causas.
Una de las ideas centrales de Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido es que, incluso en las peores circunstancias, como los campos de concentración, los seres humanos conservamos una libertad interior para elegir nuestra actitud frente al sufrimiento. Según Frankl, esta libertad nos permite trascender el dolor y encontrar un propósito, sin importar lo desesperada que sea la situación. Reconoce que la supervivencia física dependía en gran parte de factores externos, como la suerte, la salud o las decisiones arbitrarias de los guardias nazis. Sin embargo, su énfasis en la libertad de elegir una actitud puede dar la impresión de que aquellos que no encontraron un sentido "fracasaron" en algún aspecto (culpar a la víctima), una idea que resulta injusta y desconectada de la realidad.
Esta narrativa ha generado críticas importantes. El académico estadounidense Lawrence Langer, en 1982, calificó el libro de "casi siniestro" por reducir la supervivencia en el Holocausto a una cuestión de actitud positiva. Según Langer, esta visión simplista hace un flaco favor a los millones de judíos que perecieron, pues implica que no resistieron por falta de voluntad o propósito, cuando en realidad enfrentaron horrores inimaginables sin ninguna posibilidad de control. Frankl mismo pasó solo tres días en Auschwitz, donde las cámaras de gas eran una amenaza constante, antes de ser trasladado a Kaufering III, un subcampo de Dachau, donde trabajó primero en labores forzadas y luego como médico durante unos seis meses. Aunque las condiciones en ambos lugares eran brutales, Kaufering no tenía un programa sistemático de exterminio, lo que aumentaba las probabilidades de supervivencia. Si Frankl no hubiera sido trasladado, es probable que El hombre en busca de sentido nunca se hubiera escrito.
Pretender que en situaciones tan extremas como los campos de concentración una persona tiene un control significativo sobre su destino me parece ilusorio, un caso claro de wishful thinking. No hace falta sumergirse en el debate filosófico sobre el libre albedrío para ver que, en un entorno donde el hambre, el miedo y la muerte eran omnipresentes, la idea de "elegir" una actitud suena más a una necesidad psicológica que a una realidad práctica. Los seres humanos anhelamos sentir que tenemos control, pero en los campos, donde la vida dependía de la arbitrariedad de los guardias o de la pura casualidad, esa libertad interior era a menudo una quimera. Los millones de víctimas que no sobrevivieron no carecían de esperanza ni de amor por sus familias; simplemente, no tuvieron la oportunidad ni la fuerza para resistir un sistema diseñado para destruirlos.
Viktor Frankl desarrolló la logoterapia, una forma de psicoterapia existencial que pone la búsqueda de sentido en el centro de la vida humana. A diferencia de Freud, que veía el placer como el motor principal, o de Adler, que destacaba el poder, Frankl sostiene que nuestra mayor motivación es encontrar un propósito, incluso en las peores circunstancias, como el sufrimiento de los campos de concentración. Según él, el sentido no se busca pasivamente, sino que se descubre y se construye a través de la responsabilidad individual. Frankl identifica tres caminos principales para encontrar este sentido: realizar una tarea o proyecto que nos motive, amar a alguien en un sentido profundo que nos conecte con algo mayor, y aceptar el sufrimiento con valentía, dándole un significado incluso en el dolor.
Pablo Malo, Una crítica de "El hombre en busca de sentido" de Victor Frankl, Pablo's Substack 06/07/2025

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