Si es nega la singularitat humana, tot és possible.
El humano es un animal raro. Vive en la paradoja de ser un mero eslabón de la historia evolutiva, y al tiempo ser testigo de tal cosa, interrogándose sobre su naturaleza y teniendo certeza de la propia finitud. Esta condición de testigo de su propio ser supone una diferencia singular respecto de todo otro ente, inerte o vivo, natural o artificial. Pues bien:
Si se niega esta premisa, si se declina la responsabilidad de asumir lo excepcional de nuestra presencia en el cosmos, si se enfatiza la obviedad de que el hombre es un ser vivo entre otros, si se perciben las diferencias genéticas en el seno de nuestra especie como más relevantes que las que nos separan de otras especies y, sobre todo, si se estima que ese rasgo diferenciador de la especie humana que es la capacidad de lenguaje no es de orden diferente a los códigos de señales propios de tal o cual especie animal... si se cae en esta modalidad primordial de nihilismo, entonces, efectivamente hay peligro de que todo parezca permitido. Empezando por la abyecta modalidad de dirigismo político consistente en jalear la disposición de individuos que, impotentes ante los poderosos canalizan hacia seres más débiles la animadversión que, conscientemente o no, albergan contra los primeros.
Con mayor generalidad, la negación de nuestra singularidad es un freno brutal para la exigencia de un comportamiento decente entre los seres humanos, es decir, un comportamiento que no instrumentaliza a los congéneres. Pues, en efecto: ¿por qué el no usar al ser humano sería más imperativo que el no servirse de otros seres vivos, si se niega la diferencia jerárquica entre unos y otros? En los trágicos días de agosto de 2021, el entonces ministro de defensa británico cedió a su posición inicial tendiente a impedir que un avión saliera de Kabul hacia Heathrow con doscientos canes y setenta gatos, mientras miles de personas pugnaban por un vuelo que les librara de la amenaza de los rebeldes talibanes. Pero la polémica, y hasta la indignación que provocó este episodio, sólo se justifica si se considera que, dada su radical singularidad, la existencia de un ser humano no es de ninguna manera homologable a la de otros animales, por mucho que el lazo afectivo con estos forme ya parte de nuestra herencia, sino genética, sí al menos cultural. De lo contrario, ¿qué tiene de extraño que una famosa actriz francesa defienda (¡desde hace ya cuatro decenios!) el ofensivo discurso contra poblaciones inmigrantes del fundador del entonces llamado Front National, a la vez que milita por la causa de una variedad de mamíferos a su juicio mucho más merecedores de atención que ciertos franceses originarios del sur del Mediterráneo?

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