Som un jo, sorgit de l'experiència, en continu creixement i revisió.
Es característico de una criatura, en contraste con un ordenador, que nunca nada se repita o reproduzca con precisión; que haya, más bien, una continua revisión y reorganización de la percepción y la memoria, de modo que nunca haya dos experiencias (o sus bases neuronales) exactamente iguales. La experiencia es siempre cambiante, como el arroyo de Heráclito. Esta cualidad de arroyo de la mente y la percepción, de la consciencia y la vida, no puede captarse en ningún modelo mecánico — solo es posible en una criatura en evolución—… Uno no es un alma inmaterial, flotando en una máquina. No me siento vivo, psicológicamente vivo, salvo en la medida en que una corriente de sentimiento —percibir, imaginar, recordar, reflexionar, revisar, recategorizar— me atraviesa. Yo soy esa corriente — esa corriente soy yo—.
Desde Boole, con sus «Leyes del pensamiento» en la década de 1850, hasta los pioneros de la Inteligencia Artificial en la actualidad, ha persistido la noción de que se puede tener una inteligencia o un lenguaje basados en la pura lógica, sin que intervenga nada tan sucio como el «significado»… Esto no es así, y no puede serlo.
No somos incoherentes, un manojo de sensaciones, sino un yo, surgido de la experiencia, en continuo crecimiento y revisión. El cerebro no es un haz de procesos impersonales, un «ello», con la «mente», el «yo», planeando misteriosamente sobre él. Es una confederación, una unidad orgánica, de innumerables categorizaciones, y categorizaciones de sus propias actividades, y de éstas, de su autorreflexión, surge la conciencia, la Mente, una metaestructura… construida sobre los mundos reales en el cerebro… A través de la experiencia, la educación, el arte y la vida, enseñamos a nuestros cerebros a ser únicos. Aprendemos a ser individuos. Se trata de un aprendizaje tanto neurológico como espiritual.
Oliver Sacks, Makind up the Mind, The New York Review 18/04/1993
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