Sobre els limits de la llibertat.








1. Kant y la autonomía. Para Immanuel Kant (1724-1804) las decisiones que tomamos en libertad, sin que estén condicionadas por ningún propósito, merecen un respeto especial, ya que expresan la naturaleza, la libertad, las preferencias y los valores de una persona. Nuestra autonomía y el respeto a la autonomía de los demás es el "principio supremo de la moralidad", como escribió en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres.

‌Pero para Kant —que fumaba en pipa, por cierto— la autonomía no quiere decir que podamos hacer lo que nos dé la gana. Kant creía que todo lo que hacemos ha de aspirar a convertirse en una ley universal que todos deberíamos seguir en las mismas circunstancias. Es una ley que respetamos sin que nos condicionen otros fines aparte de nuestro deber.

2. Mill y el principio del daño. En Sobre la libertad, John Stuart Mill (1806-1973) defiende la necesidad de proteger al individuo de cualquier intromisión autoritaria ilegítima, en especial (pero no solo) del Gobierno. El único límite a nuestra libertad es el principio del daño: podemos hacer lo que queramos siempre que no dañemos a terceros y aunque nos perjudiquemos a nosotros mismos.

‌Una de las dificultades viene de cómo definir el daño: yo puedo pensar que si salgo en calzoncillos a la calle en pleno invierno solo me perjudico a mí mismo. Pero si acabo en el hospital, ¿he perjudicado a los demás al causar un gasto en la sanidad pública? ¿Significa eso que la policía nos podría multar si no llevamos bufanda?

3. El pluralismo de Isaiah Berlin. Este filósofo británico (1909-1997) destacó por su análisis y defensa de la libertad, en especial de la llamada “libertad negativa”: la ausencia de impedimentos, interferencias y control por parte de los demás. Se trata de un área de libertad personal que se debe preservar a toda costa. Solo debería haber un mínimo de prohibiciones que asegurara la convivencia, pero deberíamos, por ejemplo, poder reunirnos con quien queramos, decir lo que pensemos o, por qué no, tomar las drogas que nos apetezcan (un café pasadas las tres de la tarde, por ejemplo). 

‌Pero nuestros valores, incluida la libertad, entran en conflicto unos con otros y nunca pueden ser absolutos. Por ejemplo, no somos libres para conducir borrachos o a 200 kilómetros por hora porque nuestra libertad entra en conflicto con la seguridad de los demás. Lo difícil es saber cuánto ceder y a cambio de qué. Por ejemplo, ¿debe primar el derecho de tiendas y supermercados a abrir y cerrar cuando quieran o se deben imponer algunos horarios para proteger al pequeño comercio?

Inciso: ¿podemos hablar de libertad si tomamos una decisión que puede convertirnos en adictos? O, como dice el dilema libertario clásico: ¿puedo aceptar libremente un contrato que me convertirá en un esclavo?


4. La libertad positiva de Isaiah Berlin. A la “libertad negativa”, Berlin añadía la positiva, que es la posibilidad de alcanzar nuestras metas y objetivos. No es solo que nadie me pueda prohibir que vaya a la universidad, sino que el Estado tiene el deber de garantizar que nadie se quede fuera solo por no poder pagarse los estudios.

‌Esta segunda libertad nos ayuda a fijarnos en cuestiones de justicia y de equidad, y a intentar desmontar trabas estructurales a la libertad como el racismo y el sexismo. Pero, en opinión de Berlin, también presenta riesgos, ya que abre la puerta a que una sociedad autocrática —o con tendencias autocráticas— decida por nosotros cuáles son las metas y objetivos que debemos alcanzar.

5. Wolff y el rechazo a la autoridad del Estado. El filósofo estadounidense Robert Paul Wolff (nacido en 1933) defiende un “anarquismo filosófico” que parte de la autonomía de Kant. Esta idea consiste en que nadie debería aceptar la autoridad de los demás, incluida la del Estado. Esto no significa que debamos desobedecer las leyes, pero sí que no las debemos cumplir solo porque sean leyes. Debemos decidir por nosotros mismos.

‌Por prudencia (y para evitar la cárcel) está no saltarse la ley, pero hemos de ser conscientes de que no hay diferencia entre si un amigo o el Estado nos dicen que no se puede robar. Somos nosotros quienes hemos de llegar a la conclusión de que no se debe robar. Tenemos el deber de desarrollar nuestras propias ideas éticas con independencia de lo que diga la ley, coincidan o no con ella.

Jaime Rubio Hancock, Ética del tabaco, Filosofía inútil 17/04/2024






































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