Heidegger i el fonament metafísic del racisme.
En Nietzsche Metaphysik -y capítulo 4º dedicado al Übermensch- Heidegger llegó a la conclusión al comienzo de la década de los 40 del siglo pasado de que la selección racial era metafísicamente necesaria. “Necesaria” en el sentido de convertir la selección racial en una “institución” (Prinzip) cuya legalidad, justicia o ley tenía un fundamento “metafísico” en el pensamiento del último gran filósofo alemán. Heidegger entendió que la esencia de la voluntad de poder de Nietzsche tenía como origen y meta la formación de un determinado “tipo” de hombre capaz, él mismo, de la máxima voluntad de poder en tanto esencia de la verdad del ser (Dasein). Y creyó -de la mano de El Trabajador. Dominio y figura (1922) de Ernst Jünger- que la esencia de la (nueva) verdad del ser se encontraba de forma pre-ontológica en la apología que Nietzsche había hecho de la “maquinalización” en Humano, demasiado humano, II, §218: La máquina como maestra de la centralización del poder, de la desindividualización del hombre, de la posibilidad de convertir a millones de seres en rigurosos e inflexibles autómatas guiados por “un único fin”. Esta finalidad existencial coincide con la Sorge o cuidado de la raza; pero no en su sentido moderno-liberal (biológico) sino metafísico: cuidar la “noción” de raza. Y por esta razón, y en plena contienda bélica (o “lucha por el ser”) Heidegger explicó así lo que estaba en juego:
“Queda aún la pregunta acerca de qué pueblos y qué humanidad [Völker und Menschentümer] están sometidos de modo definitivo y anticipador a la ley de la pertenencia a este rasgo fundamental de la incipiente historia del dominio sobre la tierra”.
Lo que, a su vez, justifica una nueva legalidad para el nuevo
ordenamiento mundial cuyo sentido y estructura históricos dependen
directamente de la noción de la raza forjadora de la propia voluntad de
poder. Heidegger desarrolló esta legislación futura impuesta por la
revolución nacionalsocialista en la 5ª y última parte de Nietzsche Metaphysik.
No es difícil entender -a pesar de la ceguera de los heideggerianos de
comunión diaria- la lógica interna que unifica el testamento jurídico
de Heidegger (Die Gerechtigkeit): “pensar” la justicia como una unidad metafísica que “forja” (y “forma”) la ley que es “construcción-eliminación-aniquilación”.
La destrucción de la concepción clásica de Justicia, en sus diferentes
significados, es ontológicamente radical.
En los análisis heideggerianos propios de la hermenéutica
generativa, acrítica, como la que llevan a cabo, entre otros, Von
Hermann, Fédier, Duque, Xolocoxtli, Constante o Leyte, se ha venido
insistiendo en la relación pasajera de Heidegger con el nazismo y que,
en última instancia, la ontología de Ser y tiempo nada tenía
que ver con la ideología del nacional-socialismo ¡y mucho menos con el
holocausto! Sin embargo, es el propio Heidegger quien echa abajo estas
interpretaciones bien pensantes. Nietzsche Metaphysik se abre con una Einleitung en la que el ex -rector explica la razón de ser de esta interpretación de Nietzsche:
“El intento siguiente sólo puede pensarse y seguirse desde la experiencia básica de Ser y tiempo. Ésta consiste en ser afectado de un modo siempre creciente, aunque también de un modo que en algunos puntos tal vez se vaya aclarando, por ese acontecimiento único de que en la historia del pensamiento occidental se ha pensado ciertamente desde un comienzo el ser del ente, pero la verdad del ser en cuanto ser ha quedado, no obstante, sin pensarse, y no sólo se le rehúsa al pensar como experiencia posible sino que el pensar occidental, en cuanto metafísica, encubre propiamente, aunque no a sabiendas, el acontecimiento de este rehusar”.
Para el joven Heidegger el ser de la vida sólo se hace visible
o aprehensible de forma indirecta. A primera vista parecería una
propuesta filosófica continuadora de la husserliana; pero la
hermenéutica de la situación consiste en la realización de la “propia”
existencia del Dasein humano al margen, completamente, del
logos tal y como lo habría interpretado la tradición greco-latina que
asume, aunque no sin críticas, la fenomenología. Heidegger indica que la
interpretación consiste en la propia experiencia de la existencia.
Interpretar ya es existir. Por lo que el fundamento ontológico de esta
teoría hermenéutica se hace visible en tanto que está preguntando por el
ser, por quiénes somos nosotros mismos y en la medida constituyente en
que ya ha asumido su finitud como parte de su “resolución” frente a la
nada. De manera que se llega a lo inevitable en el despliegue de la
nueva “lógica radical del origen”: los arquetipos de la existencia están
obligados al enfrentamiento, a la lucha más radical. Hermenéuticamente
recibe el nombre encubierto de “el contra-movimiento” [die Gegenbewgung].
Esto nos devuelve a nuestro propio hilo conductor: la hermenéutica de
la situación se aclara a sí misma como “cuidado” de la propia
elaboración hermenéutica; lo que no hay que confundir con el cuidado de
una “teoría”. La tendencia hacia la “caída” del “cuidado” del nosotros
mismos debe ser contrarestada por un “contra”, “negación” o “no” que sí
se ocupe de sí mismo en toda la radicalidad ontológica que implica la
negación heideggeriana como forma de autoafirmarse; es decir, que la
identidad ontológico-histórica-temporal del ser-Ahí no se establece
tanto por su afirmación identitaria (“el ser es”) como por la negación
radical de lo que no se es (“el no ser no es”). Esta posición
privilegiada de la oposición real o negación ontológica (lo que no-es) impulsa lo que en el §9 de Ser y tiempo aparece en la analítica del Dasein como su verdadera esencia: “La “esencia” de este ente consiste en tener-que-ser [Zu-sein]”. Tengo que ser lo que (ontológicamente) no soy; razón por la que el propio Zu-sein adquiere
el derecho ontológico-cultural (o espiritual) de dividir la existencia
humana en “auténtica” e “inauténtica” (§9) para, posteriormente,
autodefinir al pueblo alemán como “pueblo metafísico” destinado al
cumplimiento del “cuidado” de Alemania, de Europa y Occidente (Introducción a la Metafísica, 1935 y 1953). Y tanto si quieren como si no quieren.
Esta reducción del espacio fenomenológico (ontológica y políticamente plural) al tiempo originario, o Da,
es decir, a los orígenes propios, tiene un alcance catastrófico que,
incluso entre fenomenólogos, se sigue asumiendo sin más análisis crítico
que el de la gremial condescendencia académica con los “ídolos”. Una
reducción al monologismo pre-moderno que hace inviable los puentes entre
lenguas y entre pueblos diferentes o, más específicamente, destruye
toda posibilidad de diálogo entre el pueblo histórico (o metafísico),
Alemania, y los pueblos que, según Heidegger, carecen de ser o de
historia como los negros. Pues bien, lo que afirmamos es que estas
reducciones del espacio plural al tiempo del origen, la reducción de las
lenguas (aptas para “pensar” (Denken) = aptas para “ser” (Zu-sein))
al greco-alemán y, más tarde, al puro alemán (de Heidegger), la
reducción de la libertad del individuo y las personas en general al
destino histórico de la comunidad del Volk profetizado por el
ontólogo y exigido por el nazi de las SA en sus innumerables escritos
políticos como el tristemente famoso Discurso de Rectorado, La autoafirmación de la Universidad alemana (1933),
en donde destruye al mismo tiempo la libertad de conciencia y la
libertad de cátedra en aras de “la
uniformización-dictatorial-gregaria-nacionalsocialista”, en fin, la
reducción de la polisemia de la palabra vida a los arquetipos de la
existencia humana, nuestra tesis afirma que todas estas “reducciones”
que lleva a cabo el “contra-movimiento” en nombre de la auténtica
investigación filosófica son vectores que van señalando en la Obra de
Heidegger un itinerario educativo y político universitarios abocado
desde su raíz, la lógica radical de la procedencia, a la destrucción
real de las personas o comunidades “impropias”. Estableciéndose una
buena atmósfera de trabajo entre este proyecto ontológico y los puntos
programáticos del partido nazi que también se basan en el racismo, bien
de carácter biológico, cultural o sublimemente metafísico. Estas
reducciones ontológico-hermenéuticas son las que posibilitan que
Heidegger destruya el legado dialéctico del polemos (guerra) de
Heráclito en aras de la “exterminación total” (völligen Vernichtung ), tal y como aparece en el ensayo Sobre la esencia de la verdad del semestre de verano de 1933-34. El “contra” del contra-movimiento que se anuncia como esencia de la historicidad (del Volk )
en 1922 frente a las tradiciones (que extraviaron el camino del ser)
greco-judaica, greco-latina y greco-cristiana, significaba que la
negación ontológica del otro era radical. Tampoco se buscaba compartir la tradición del origen griego, sino imponer a nivel mundial la Kehre (vuelta)
a la verdadera esencia de la verdad y del ser. Repetición que se hacía
única y exclusivamente en el propio eco del ser como fragmento olvidado
y a la espera de su des-velamiento. Esta resistencia a compartir los
orígenes griegos de la auténtica Kultur acaba siendo la médula de la hermenéutica como Sorge-en-ejecución. Heidegger elabora, pues, una teoría ontológica a la altura de su propio racismo tal y como ha quedado impreso en La metafísica de Nietzsche. Pero la selección racial del hombre de 1941-42 no se entiende sin su fundamento ontológico:
“El «contra», entendido como el «no» o la «negación», expresa aquí una operación originaria y ontológicamente constitutiva. Desde el punto de vista de su sentido constitutivo, la negación posee un primado originario con respecto a la posición”.
Al hermeneuta de la facticidad del ser-Ahí ya no le interesa el ser sino, exclusivamente, el Da, el Ahí porque no existiría más situación hermenéutica que la propia.
Heidegger no habla, ni defiende, una pluralidad de perspectivas (como
sí hizo Nietzsche), sino exclusivamente la suya que pertenece a su
propia comunidad de origen. Esta hermenéutica de lo “originario” es
antimoderno por su profundo y angustioso solipsismo; de ahí que esta
nueva filosofía lleve a su extremo su autoafirmación hasta el punto de
que el hermeneuta sólo puede, escribe Heidegger, “entender” el
significado de las palabras de su propio Ahí originario, lo que le aísla
ontológicamente de otras perspectivas si es que caben otras miradas en
el mundo. Unas líneas antes de la anterior cita, Heidegger deja muy
claro que la investigación del “sí mismo” nada tiene que ver con
“romperse los sesos con reflexiones egocéntricas”, en una alusión
directa a Husserl. La primacía constitutiva del “contra” en la identidad
del Ahí repele la estructura intersubjetiva de la percepción del mundo;
no hay “percepción” sino autoafirmación de la “situación hermenéutica” o
“posición” de su ser-Ahí como forma “propia” del ser. Y esta forma de
ver/ser el mundo corta de raíz su vinculación con la universalidad (un
proyecto fenomenológico) para dividir al mundo y la vida en “propio” e
“impropio”. Por eso debemos seguir recordando que la reducción del
“espacio” fenomenológico al “tiempo” de la ontología fundamental era y
es una auténtica amenaza para la pluralidad del mundo. No se trata de
percibir el mundo tomando conciencia del mismo gracias a nuestra
inserción espacio-corporal que me posibilita ser un punto de vista entre
otros puntos de vista. Por el contrario, la “posición” constitutiva del
contra es lo que daría lugar a hacerse “visible” como “sí mismo”.
“Pero esto significa que la posibilidad de un planteamiento radical de la problemática ontológica de la vida descansa en la facticidad”.
Es esta radicalidad (facticidad=historisch) la que le
hace ser al pensamiento heideggeriano -en su misma constitución- un
pensamiento racista; pero nunca como una consecuencia biológica, sino
hermenéutica; siempre y cuando la pregunta metafísica por antonomasia, “¿Por qué hay ser y no más bien nada?”,
se sepa escuchar desde sus propios orígenes griegos y, para esto, para
este “acontecimiento”, el “comienzo” del ser tiene que des-velarse en el
presente auténtico e inauténtico mediante la metafísica reajustada
hermenéuticamente: “¿Quiénes somos nosotros mismos?” A
su vez, el círculo de la pre-comprensión ya se decidió desde su
historicidad; lo que nos confirma que esa pregunta está fuera del logos y
fuera de la intencionalidad de la conciencia y, en general, fuera de lo
que se entendía por filosofía. Es una pregunta sin argumentación
posible porque sólo se escucha y se responde desde “la resolución” [Die Entscheidung];
de esta forma se “supera” la “subjetividad” de la historia haciendo de
la “auténtica existencia histórica” un núcleo tan absolutamente
solipsista como el del análisis existencial de el-ser-para-la-muerte que
la finitud del Dasein ofrenda a su propia finitud y ya no necesita
recurrir a ningún mundo del “yo”. Es esta pobreza descriptiva de la
pluralidad del mundo, esta profunda desvitalización derivada de su
nihilismo (a pesar de las apariencias “resolutivas” ante la Nada), en
fin, es este fracaso de su “pensar el ser”, cara y cruz de su mismo
antihumanismo, lo que a Franco Volpi, un heideggeriano con vergüenza, le
hizo decirle “Goodbay Heidegger!” en su última conferencia. Fracaso
ante el ser por un pensamiento-apisonadora de la finitud y pluralidad de
la vida humana, simplificada o aniquilada por la necesidad metafísica
de la selección racial de los hombres en aras del Übermensch. Sólo en este contexto cabe entender que la Sorge (cuidado
del Ahí) y polemos (lucha por el ser) son las dos caras de la misma
hermenéutica fenomenológica de la historicidad cuya identidad o “sí
mismo” dependen ontológicamente de la negación del otro o,
dicho académicamente que tan bien queda en los manuales al uso, de la
destrucción fenomenológica de las interpretaciones inauténticas del
Dasein. En este combate-y-cuidado-por-el-ser sólo puede quedar un único
contendiente o una única “tradición” haciéndose cargo biopolíticamente
de la esencia de la verdad del ser que tiende a ocuparlo todo como lo
demuestra, decíamos, la crítica que llevó a cabo Heidegger de la
polisemia de la palabra “vida” y de la universalidad latente en el
término “humanidad”.
La lógica radical del origen de la hermenéutica transformó la “intencionalidad de la conciencia” en Sorge o
“intencionalidad plena” del “arquetipo” de la existencia propia. Este
cuidado encierra una geopolítica lingüística que acabará en el disparate
de la entrevista póstuma con Der Spiegel; pero esto sólo era
la punta del iceberg biopolítico-comunitario-inmunológico ya que la
hermenéutica tiene que destruir las interpretaciones impropias para
poder re-construir el arquetipo de la auténtica existencia. Esta tarea
es biopolítica, especialmente “inmunológica”, porque de lo que se trata
no es de compartir interpretaciones sino, ¿quiénes somos nosotros
mismos?, de erradicar lo extraño. Al menos como posibilidad. Recordemos
que siempre estaríamos en un determinado estado de facticidad “predado”
que sostiene, inicialmente, la hermenéutica. Pero el matiz que dejaba
abierto Heidegger a la tentación de la destrucción radical del
“contra-movimiento” es tan innegable como terrible:
“[…] y que ya no puede ser enteramente erradicado [ausgerottet]”.
Pero ¿por qué tendrían que ser enteramente erradicadas las
interpretaciones heterogéneas del ser? ¿No se nos deberían encender las
alarmas ante esta hipótesis filosófica? La prueba nos la da el propio
Heidegger cuando escribe:
“La filosofía que se practica hoy en día se mueve, en gran parte y de manera impropia (uneigentlich), en el terreno de la conceptualidad griega, a saber, en el terreno de una conceptualización que se ha transmitido a través de una cadena de interpretaciones heterogéneas (Interpretationen hindurchgegengen ist). Los conceptos fundamentales han perdido sus funciones expresivas originarias (ursprünglichen), y que siguen el patrón de determinadas regiones de la experiencia objetiva. (…) Por consiguiente, la hermenéutica fenomenológica de la facticidad en la medida en que pretende contribuir a la posibilidad de una apropiación radical de la situación actual de la filosofía por medio de la interpretación -y esto se lleva a cabo llamando la atención sobre las categorías concretas dadas previamente-, se ve obligada a asumir la tarea de deshacer el estado de interpretación heredado y dominante, de poner de manifiesto los motivos ocultos, de destapar las tendencias y las vías de interpretación no siempre explicitadas y de remontarse a las fuentes originarias que motivan toda explicación por medio de una estrategia de desmontaje. La hermenéutica, pues, cumple su tarea sólo a través de la destrucción (Destruktion). La investigación filosófica (…) es conocimiento «histórico» en el sentido radical del término. La confrontación destructiva con su historia no es para la investigación filosófica un simple procedimiento destinado a ilustrar cómo eran las cosas antaño, ni encarna el momento de pasar ocasionalmente revista a lo que otros «hicieron» antes, ni brinda la oportunidad de esbozar entretenidas perspectivas acerca de la historia universal. La destrucción es más bien el único camino a través del cuál el presente debe salir al encuentro de su propia actividad fundamental; y debe hacerlo de tal manera que de la historia brote la pregunta constante de hasta qué punto se inquieta el presente mismo por la apropiación y por la interpretación de las posibilidades radicales y fundamentales de la experiencia. Así, los proyectos de una lógica radical del origen (eine radíkale Ursprunglogik) y las primeras contribuciones a la ontología se esclarecen de una manera fundamentalmente crítica. (…) Aquello que no logramos interpretar y expresar de un modo originario (ursprünglich), no sabemos custodiarlo en su autenticidad (eigentlicher)”.
¿En qué medida se va a ver afectada la fenomenología en este combate por el ser? El “contra-moviento”
es la respuesta que elabora Heidegger contra la totalidad de los
presupuestos racionales y afectivos que daban vida a la filosofía de
Husserl: la transformación de la “intencionalidad” en Sorge es
lo que destruye el sentido realmente filosófico de la fenomenología. La
intencionalidad no es de la conciencia de la persona que reflexiona en
el mundo, sino del “Da”. Es una intencionalidad que rebota
sobre su “sí mismo” y que, obviamente, ya no pasa del círculo de la
pre-comprensión de sentido dado por la nueva esencia de la verdad: su
“repetición”. La intencionalidad del Dasein sólo es el espejo de la
misma “resolución” ontológica de la “historicidad”. Y esta nueva
intencionalidad, o intencionalidad “total” o “completa”, está
autoreferida a sí misma en tanto “cuidado” del origen auténtico del ser.
La crítica es clara y va dirigida contra su método “descriptivo”.
Critica este método por no tener en cuenta el cuidado de la propia
perspectiva, de no atender “las indicaciones de la orientación de
fondo”. Es decir, Heidegger estaba acusando a la fenomenología de no
ocuparse del Da sino del sein; por eso denomina a las investigaciones del maestro como “egocéntrica”. En otras palabras, que a las Investigaciones lógicas le sobraban tanta lógica como les faltaban el “suelo” [Boden] de su propio arraigo o patria. Y Heidegger remataba esta crítica añadiendo que la “intencionalidad plena” hay que buscarla en la propia comprensión de la historicidad que no es otra cosa que el “tener” el punto de vista que hay que cuidar.
El contra-movimiento, entonces, alcanza uno de sus puntos álgidos
cuando el hermeneuta de las condiciones de posibilidad de la “unidad
originaria” comprende, por fin, el final de la soberanía filosófica greco-latina y se compromete
con la nueva verdad. Esta, afirmaba Heidegger, sigue siendo una “teoría
material y formal del objeto de la lógica y de la ciencia”. Pero el
lenguaje ocultaba la verdadera intención que no es otra que la
destrucción de la propia fenomenología. El contra-movimiento frente a la
“caída” en el olvido de la custodia del ser se constituye
ontológicamente en, y son palabras de Heidegger, “estrategia de desmontaje”; por lo que, se había dicho, el cumplimiento de la hermenéutica sólo se lograba a través de la “destrucción” de lo impropio. Es decisivo subrayar que esta destrucción cumple la tarea de purificar y erradicar las interpretaciones que no proceden de la verdadera esencia de la existencia histórica -en el alemán de Ser y tiempo: “existenz”- de los griegos mitificados arquetípicamente por Heidegger (y el nazismo) como único modelo de humanidad a seguir.
Esta “humanidad” ya no posee el significado humanista,
universal, que le daba el concepto de sustancia aristotélica. La
destrucción hermenéutica de la “sustantia” como parte de la
tarea de la lógica radical del origen de la ousia le lleva a Heidegger a
disolver totalmente la prioridad ética de la acción humana que, en
tanto, praxis, le había dado Aristóteles; acción que en sí misma
conlleva la finalidad del bien, a diferencia de la ciencia y del arte.
Así lo indicó:
“Pero ousia todavía conserva en Aristóteles mismo e incluso más tarde, el sentido originariamente práctico de bienes familiares, de bienes patrimoniales, de bienes disponibles para el uso en el marco del mundo circundante. El término ousia designa, pues, «bienes», «posesión», «propiedad», «hacienda». Aquello que en el trato es custodiado como ser del ente, aquello que caracteriza al ente como bienes, posesión, propiedad o hacienda es su ser-producido. En la producción, el objeto del trato se muestra en su verdadero aspecto”.
Llama la atención que todas las categorías del ser sean de
carácter instrumental y que se defina la verdadera sustancia como
“ser-producido”. No se trata, pues, ni de personas, ni de subjetividad,
ni del yo; sino, más bien, del “estar-disponible”. Todas las categorías
que aparecen en el Informe Natorp se derivan de la sustancia
entendida como poihsiz (producción). “Manipulación de”, “preparación
de”, “elaboración de”, “fabricación de”, “servirse de” es el tipo de
lenguaje que aquí utiliza Heidegger y que concuerda con las categorías
ontológicas fundamentalmente de Ser y tiempo en donde el
“cuidado” se circunscribe, exclusivamente, al mundo circundante de
lo-a-la-mano. El “arquetipo” es un determinado “trato” con la vida en la
que no cabe la subjetividad de la persona; de ahí que la tarea
destructiva de la hermenéutica de lo originariamente propio (en lo que
se basan nuestros actuales nacionalismo periféricos) se centre en 1922
en el desmontaje que la tradición greco-judaica, greco-latina-cristiana y
moderna han hecho de la vida humana un fundamento universal para el
desarrollo de la libertad de la persona. No se trata de de-construcción,
sino de aniquilación: “La confrontación destructiva con su historia”.
Las transformaciones del concepto de “sustancia” en “ser-producido”, así
como la transmutación de la intencionalidad de la conciencia en Sorge o
“cuidado” del Ahí, del arquetipo de la vida greco-aria, dejaba expedito
el camino para expresar en Tubinga el 30 de noviembre de 1933 –La Universidad en el Estado Nacionalsocialista; conferencia
en la que es presentado como “Uno de los más fervientes pioneros
nacionalsocialistas entre los eruditos alemanes”- que la revolución
nacionalsocialista era la Sorge que haría posible un nuevo “comienzo” (Anfang) para Alemania y toda la Tierra: la esencia del Dasein
alemán cumplida como esencia del Estado del Trabajo-Máquina capaz de
“producir” una determinada estirpe de hombres a imagen y semejanza de la
voluntad de poder que aspira -metafísicamente- a lo Uno.
De esta forma, y a modo de conclusión, hemos aclarado no sólo
el vínculo entre filosofía y política en Heidegger; sino la relación
“metafísica” entre la ontología y la selección racial del hombre.
También el Superhombre lleva un brazalete con la cruz gamada, como el
conferenciante Heidegger (Hölderlin y la esencia de la poesía)
en Roma y 1936 y su insignia del partido en la solapa de su chaqueta. A
pesar de que Zaratustra había dicho aquello de que allí donde acaba el Reich,
allí mismo, se alza el arco iris y los puentes de los hombre superior. Y
a pesar de que Nietzsche rompiera con Wagner, y entre otras cosas, por
su antisemitismo.
Julio Quesada, Biopolítica en Heidegger, fronteraD, 23/12/2010
* Este texto fue, con ligeras variantes y aparato
crítico de notas y referencias, dictado como conferencia el 7 de abril
de 2010 en el Coloquio internacional Heidegger aujourd’hui, celebrado en la Maison Heine de París
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