Stephen Hawking i el Gran disseny.
En las postrimerías del siglo xix,
algunos científicos creyeron que la física teórica estaba a punto de
ser completada, es decir, a punto de conocer todos los constituyentes
básicos y las interacciones básicas de la realidad física. Los motivos
para esta opinión eran diversos: la mecánica había incorporado sólidos y
fluidos; la electricidad y el magnetismo habían dado la teoría
electromagnética de la luz, incorporando así la óptica; la
termodinámica se conectaba con la mecánica estadística. Para Lord
Kelvin, la realidad básica era el éter electromagnético, y los diversos
tipos de átomos eran vórtices en este éter. La evolución de la física
fue, sin embargo, muy diferente a eso: en menos de diez años se
descubrieron los electrones, la radiactividad, la relatividad especial y
la física cuántica. La física teórica quedaba nuevamente abierta.
Unificación de fuerzas y culminación de la física teórica
Unificación de fuerzas y culminación de la física teórica
A pesar de la rotunda desautorización de aquellas pretensiones, la tentación se repite a finales del siglo xx. Stephen Hawking es, probablemente, el exponente más destacado de ello. En 1988, en Breve historia del tiempo,
y en su discurso de acceso a la cátedra Lucasiana de Cambridge,
sostenía que ya estábamos en puertas de la culminación de la física
teórica. Esta es, también, la idea esencial de su último libro, El gran diseño
(2010), veintidós años después. Ahora bien, lo que se entiende por
culminación de la física teórica ha cambiado radicalmente entre estos
dos libros.
Se entiende por culminación de la física teórica
el conocimiento de los constituyentes básicos y de las interacciones
básicas de la realidad física. Hay, sin embargo, una diferencia
relevante con el siglo xix: entonces no se
exigía que fuerzas y partículas tuviesen que ser unificadas. La
exigencia de unificación, en cambio, parece hoy un elemento esencial de
las pretensiones de la física teórica.
Aclaremos, pues, dónde estamos y qué habría que
conseguir para alcanzar la unificación. Conocemos cuatro interacciones:
gravitatoria, electromagnética, nuclear débil y nuclear fuerte, que en
nuestro mundo se comportan de maneras radicalmente diferentes. ¿Dónde
reside la necesidad de unificarlas? En el hecho, podemos responder, de
que a energías muy elevadas sus comportamientos parecen converger entre
sí. Las interacciones electromagnética y nuclear débil han sido
unificadas satisfactoriamente –solo falta descubrir el bosón de Higgs
para que esta tarea se pueda considerar culminada–; la interacción
nuclear fuerte está bien descrita por la cromodinámica cuántica; las
interacciones electrodébil y nuclear fuerte no están aún del todo
unificadas entre sí, pero hay teorías de gran unificación más o menos
plausibles. La que se resiste a ser unificada con las otras es la
interacción gravitatoria. La dificultad viene del hecho de que las
otras interacciones están regidas por la física cuántica, mientras que
la gravitación presenta grandes dificultades para ser compatible con la
física cuántica.
Por lo que respecta a las partículas, las
dividimos entre partículas de materia (quarks, sensibles a la
interacción fuerte, y leptones, insensibles a esta interacción) y
partículas de fuerza (bosones intermediarios). Hay tres «generaciones»
de quarks y de leptones, según sus masas: quarks (u y d, s y c, t y b),
y leptones (electrón, muón, tauón y sus neutrinos correspondientes).
Los bosones intermediarios son los cuanta de las interacciones: fotón
(interacción electromagnética), partículas W+, W– y Z0 (interacción
débil), gluones (interacción fuerte) y el hipotético gravitón
(gravitación).
En términos de estas partículas e interacciones
podemos describir un cinco por ciento del contenido del universo. El
otro noventa y cinco por ciento (constituido por materia oscura y
energía oscura), lo desconocemos. Dejemos de lado, por ahora, este
pequeño detalle y centremos la atención en lo que conocemos. ¿No
podríamos dar por culminada la física teórica, ya que hemos
identificado las partículas y fuerzas básicas? La respuesta es no: en
la teoría intervienen una cincuentena de parámetros: las constantes
físicas –constante de la gravitación, velocidad de la luz, constante de
Planck, cargas y masas de más de una docena de partículas–, y
constantes de las interacciones fuerte y débil.
Podríamos admitir que el mundo es así y no
preocuparnos por los valores de las constantes –al fin y al cabo, están
determinados experimentalmente con gran precisión–, y aceptar que la
gravitación rechaza ser unificada con las otras interacciones. En
definitiva, según la relatividad general, la gravitación no es
propiamente una interacción sino una geometría. Por otro lado, la
gravitación describe estrellas y galaxias, y la física cuántica
núcleos, átomos y moléculas. En la física atómica y nuclear, la
gravitación es irrelevante. En la cosmología, la cuántica parece
irrelevante. ¿Por qué hay que unificarlas?
¿Por qué hay que unificar?
Por una parte, porque el universo actualmente
visible ocupó, hace unos trece mil setecientos millones de años, un
volumen inferior al de un núcleo atómico y debió estar sometido, pues, a
la física cuántica. Si queremos averiguar qué pasó en las etapas muy
primitivas del universo (tiempos inferiores a millonésimas de
billonésimas de billonésimas de billonésimas de segundo) deberíamos
saber cómo se combina la gravitación y la física cuántica. Esta ha sido
una preocupación esencial en las aportaciones físicas de Stephen
Hawking.
El segundo motivo para aspirar a una unificación
es poder explicar los valores de las constantes físicas. En los últimos
cincuenta años, estudios teóricos han puesto de manifiesto que sus
valores representan un papel decisivo en el contenido del universo. Si
cambiamos alguna de las constantes, como por ejemplo la masa de los
electrones, el resultado no sería un universo como el nuestro pero con
electrones un poco más pesados, sino un universo en el que la tabla
periódica estaría reducida a hidrógeno, helio y litio, y en el que no
habría vida. Si cambiamos la constante de la gravitación, el universo
se habría expandido o bien más rápidamente, y ahora tan solo contendría
un gas homogéneo de hidrógeno y helio, sin galaxias ni estrellas, o
bien se habría frenado y vuelto a colapsar antes de formar ninguna
galaxia. En pocas palabras: por lo que respecta a las constantes
físicas, el universo parece muy bien sintonizado para que pueda existir
carbono, condición para la existencia de vida tal como la conocemos.
Esta sensibilidad sorprendente hace que resulte más interesante
–vitalmente interesante y no solo académicamente interesante– saber de
dónde vienen los valores de estas constantes.
De los dos estímulos hacia una teoría unificada
–unificar lo grande y lo pequeño, y explicar los valores de las
constantes físicas– el primero no ha variado desde 1988, mientras que
el segundo ha cambiado radicalmente. En 1988 se creía que conciliar
física cuántica y gravitación también resolvería el problema de las
constantes físicas, determinando unos valores únicos, que deberían ser,
evidentemente, los valores observados. Pero no ha sido así, y aquí
está la gran diferencia entre los dos libros de Hawking, que
representan, pues, dos momentos muy interesantes pero muy diferentes.
Gravitación y física cuántica
Vayamos, primero, a la conciliación entre
gravitación y física cuántica. En los años ochenta surgió la llamada
teoría de supercuerdas. En ella, el espacio tenía nueve dimensiones,
seis de las cuales plegadas sobre sí mismas con un radio millones de
veces inferior al radio del protón. Las entidades básicas no eran
partículas sino cuerdas minúsculas, cuyas diferentes vibraciones serían
percibidas como partículas diferentes. Con este número de dimensiones,
se conseguía eliminar una serie de infinitos que surgían cuando se
intentaba aplicar la física cuántica a la relatividad general. Hubo un
momento de gran optimismo: parecía que la unificación total sería
posible. Era la atmósfera intelectual en la que fue escrita y publicada
la Breve historia del tiempo de Hawking. Parecía que la gran
unificación estuviese al alcance, si se conseguían resolver varias
dificultades matemáticas de envergadura.
Pero el resultado fue muy diferente: en vez de
obtener una teoría única se obtenían cinco grandes familias de teorías,
cada una de las cuales era compatible con un número inmenso de valores
de las constantes físicas. La teoría M, con una dimensión adicional,
es decir, con un espacio de diez dimensiones, fue capaz, hace unos diez
años, de establecer relaciones entre las grandes familias de
posibilidades surgidas de la teoría de supercuerdas. Así, las diversas
teorías parecían complementarse entre sí como lo hacen los mapas de las
diferentes regiones de la Tierra, que describen territorios diferentes
pero cuyas descripciones coinciden en las zonas en las que se solapan
mutuamente. Ya no esperamos, pues, una sola teoría para las
interacciones, sino teorías diferentes, que coinciden, sin embargo, en
los ámbitos en los que se solapan. Primer cambio, pues, respecto de las
ideas de 1988: la teoría ya no será única, sino diversa, según los
diferentes dominios de tamaño y energía considerados.
Pero estas teorías son compatibles con un
amplísimo conjunto de valores posibles de las constantes físicas: la
teoría no puede explicar los valores concretos. La explicación de los
valores que observamos no estaría, pues, en la propia física, que admite
muchas posibilidades, sino en cuanto a que nosotros, observadores, no
podríamos existir si las constantes físicas no fuesen estas.
Naturalmente, si el único universo existente fuera precisamente el
nuestro, sería casi imposible rechazar la idea de milagro de la
existencia. ¿Por qué, de todos los universos físicamente posibles, fue
elegido precisamente el nuestro?
Del universo único a muchos universos
Se puede salvar esta sorpresa si se admite la
idea de multiverso: es decir, no hay tan solo un universo, el nuestro,
delicadamente ajustado para la existencia de vida, sino todos los
universos posibles, con leyes y constantes diferentes: en total, unos
10 elevado a 500 tipos de universos diferentes. En la inmensa mayoría
de ellos no habría vida.
¿Qué justifica aceptar la idea de muchos
universos, si hasta ahora la física había rehusado lo que en principio
no era observable, y había aplicado la navaja de Ockham, eligiendo las
teorías sobrias por encima de las abarrocadas? El impulso para
justificarlo viene de la idea del universo como resultado de una
fluctuación cuántica y de las ideas de la cosmología inflacionaria. En
esta, el universo habría crecido exponencialmente, durante una época muy
breve, ampliando enormemente una zona diminuta y amplificando
diminutos efectos cuánticos; en la primera, espaciotiempos diversos
irían surgiendo y colapsándose espontáneamente, y algunos de ellos,
excepcionalmente, podrían dar un universo inmenso.
Los debates del paralelismo teológico
Este es el entorno conceptual y el contenido esencial del gran diseño.
Hay un número vertiginoso de universos, que van surgiendo y
desapareciendo al azar, y solo en poquísimos de ellos puede haber vida.
Pasando a un paralelismo teológico –difícil de evitar cuando se habla
de los inicios, y muy rediticio en la difusión del libro–, las
conclusiones de Hawking también varían. En la Breve historia del tiempo, llegar a las ecuaciones últimas unificadas sería como conocer «la mente de Dios». En El gran diseño,
las ecuaciones van dando, a través de efectos cuánticos, universos al
azar. Hay una racionalidad, pero no se ve como la mente de Dios, porque
trabaja ciegamente, azarosamente, vanamente.
Pero las preguntas subsisten. ¿Qué es la nada?
¿De dónde vienen las ecuaciones? ¿Cómo se pasa de la nada a un
universo? ¿Por qué tiene que haber ecuaciones? ¿Por qué hay universos?
¿De qué está hecho el universo? Si el universo fuera infinito desde el
primer momento, ¿podría ser el resultado de una fluctuación cuántica? Si
intentar unificar gravitación y cuántica, en vez de llevar a más
unificación, lleva a más disgregación, ¿estamos en el camino correcto?
El gran diseño, un libro bien
estructurado, ameno, relativamente claro, escrito con agudeza y humor,
no resuelve todas las dudas, ni físicas ni metafísicas, referentes al
origen y existencia del universo. Nadie pretendía, evidentemente, que lo
hiciese. En todo caso, el contraste entre estos dos libros de Hawking
manifiesta de forma fascinante la evolución del pensamiento físico de
los últimos treinta años. Hay, sin embargo, ideas alternativas, que no
sabemos aún dónde nos llevarán. Probablemente, tenemos aún un largo
viaje por delante, con muchas sorpresas.
David Jou, De la breve historia de todo al gran diseño. Evolución del pensamiento de Stephen Hawking, Métode, nº 69, Primavera 2011
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