Eugenio Trías: com es pot viure (pensar) en la frontera.
Si eso de la salud no fuera una categoría abstracta,
algo que en rigor no se da, podríamos decir que un hombre
perfectamente sano no sería ya un hombre,
sino un animal irracional. Irracional por falta de enfermedad
alguna que encendiera su razón.
Miguel de Unamuno, El sentimiento trágico de la vida.
Recientemente fallecido tras una larga serie
de padecimientos que llevó con bastante humor, Eugenio Trías
(Barcelona, 1942) es el único pensador de habla hispana que ha recibido
el Premio Internacional Friedrich Nietzsche, algo así como el
equivalente al Nobel de Filosofía. Tomemos este dato como vago índice
del valor intelectual de un pensador que ha publicado cerca de cuarenta
libros, algunos de ellos muy premiados y con varias ediciones.
Catedrático de Historia de las Ideas en la Facultad de Humanidades de la
Universidad Pompeu Fabra, Eugenio Trías ha recibido el Premio Anagrama
de Ensayo en 1975 (El artista y la ciudad) y en 1983, por el libro Lo bello y lo siniestro, el Premio Nacional de Ensayo. Su libro El canto de las sirenas recibió varios galardones en 2007. Es además Doctor Honoris Causa
por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (2000), la Universidad San
Marcos de Lima (2003) y la Universidad Autónoma de Madrid (2006). Entre
muchos otros premios, ha recibido también la Medalla de Oro del Círculo
de Bellas Artes en el año 2004.
De entre su ingente producción podríamos destacar La filosofía y su
sombra (1969), Filosofía y carnaval (1979), Los límites del mundo
(1985), Lógica del límite (1991), El cansancio de Occidente (con Rafael
Argullol, 1992), La edad del espíritu (1994), La razón fronteriza
(1999), Ciudad sobre ciudad (2001), Ética y condición humana (2003) y la
larga conversación con J. Aleman y S. Larriera Filosofía del límite e
inconsciente (2004).
Dentro de esta abrumadora producción se pueden seleccionar tres
pequeñas piezas que servirían como introducción a su pensamiento. La
primera es una entrevista, Eugenio Trías: La arquitectura personal, emitida en el programa de televisión Pienso, luego existo.
Existen además dos textos breves que valen para acercarse al temple de
una escritura y un pensamiento que no han cesado de adentrarse en todos
los meandros de nuestra cultura, desde la música al cine, de la religión
al arte contemporáneo. Uno es el escrito ‘El criterio estético’, que
figura al final de Vértigo y pasión (1998). Otro es el precioso ensayo ‘Exilio occidental y viaje a Oriente’, publicado en el volumen colectivo Otra mirada sobre la época, que Francisco Jarauta editó en Murcia en el año 1994.
Valga todo esto como somera presentación de un pensador que en una
nación normal no necesitaría presentación. Es lamentable tener que decir
que es ahora, en la muerte, algo muy típico de esta bendita España,
cuando Eugenio Trías puede alcanzar el reconocimiento que merece. A
falta de fe en el presente, de coraje para apostar por sus líneas de
fuerza, somos una cultura de homenajes, funerales y aniversarios. De
manera que buena parte de los que le ignoraron en vida, se sumarán ahora
a toda clase de eventos. Y está bien, es mejor que nada. Por lo que
sabemos, Agustín García Calvo no ha siquiera gozado de este dudoso
privilegio post morten.
I
“Nada inhumano nos es ajeno”. Posiblemente Trías esté más emparentado
con Unamuno y Nietzsche que con Ortega y Husserl. Más próximo
finalmente a la figura del pensador-viajero, que ama el espíritu de la
geografía y sus líneas de sombra, que a la del pensador-profesor. De
cualquier modo, lejos de Heidegger y de Nietzsche en cuanto a la
relación con el pasado, Trías ha buscado siempre arraigarse en una tradición
para introducir en ella su diferencia. Como si entendiera que la
emancipación reside en un uso libre del pasado, más que en su
denegación.
Ser moderno sería un rodeo, una modificación que opera en una
herencia que siempre nos oprime con su inercia. Frente a esta fatalidad,
Eugenio Trías nunca ha creído en los atajos, en los enfrentamientos en
bloque, ese particularismo tan español que busca vías rápidas para
simplificar la complejidad del horizonte. Posiblemente esta inteligencia
flexible le facilitó su labor de agitación cultural bajo la dictadura
de Franco.
Como filósofo, Trías ha manifestado un marchamo personal muy poco
maniqueo. Desde sus comienzos ensaya un proyecto intelectual que oriente
en el dédalo contemporáneo, usando el pensamiento como brújula primaria
para atravesar la complejidad y dar cuenta de ella. Fijémonos en este
pasaje de Unamuno, otro heredero español de Nietzsche: “Todo
conocimiento tiene una finalidad. Lo de saber para saber, no es, dígase
lo que se quiera, sino una tétrica petición de principio… Hasta la
doctrina que nos parezca más teórica, es decir, de menor aplicación
inmediata a las necesidades no intelectuales de la vida, responde a una
necesidad”.
Debido a esta intensa vivencia de lo común, exterior a lo que
llamamos “cultura”, Eugenio Trías parece seguir desde el comienzo el
imperativo délfico y socrático de conocerse a sí mismo: experimenta tus
límites, nada es sin medida. Este adagio pronto se matiza con una horma nietzscheana según la cual el pasado se mueve y
sigue vivo, retornando eternamente. Estamos hablando de alguien para
quien el presente no es otra cosa que el esfuerzo del pasado por hacerse
porvenir. Como se dice en Ciudad sobre ciudad, “los muertos todavía son”. De ahí que el imperativo pindárico, con sus ecos freudianos, matice siempre a Sócrates: Cómo se llega a ser lo que ya se es.
Cómo darle forma a una sombra que precede al cuerpo. Si hubo siempre en
Trías una especie de “fragancia dandy”, proviene de este pathos trágico que no nos deja, obligando una y otra vez a recomenzar.
Desde ese asombro, modulado por una reflexión solitaria que se
aventura en la cultura del pasado, Trías ensayó siempre una desenvuelta
alianza de filosofía y literatura. La erudición sirve a una línea
elemental que debe presentar una lluvia de interrogaciones radicales. Es
posible que esa generosa producción filosófica vaya en proporción
directa a la vivencia del silencio común que nos habita, lo cual
acercaría otra vez a Trías al paseante desconocido, más que al profesor
instalado. No se trata tanto de pensar en el “antes” del nacer, en el
“después” del morir, cuanto en la desaparición que corroe los cuerpos,
una ambigüedad espectral que atraviesa la apariencia y el semblante de
las cosas.
II
El “misterio de la sexualidad”, el enigma de la enfermedad y la
muerte, sí. Más lo sagrado hoy. Pero es necesario afrontar también la
indignación que provoca el presente, una insurrección continua de la
palabra y del pensamiento. Una meditación irónica, distante de las
urgencias de nuestra cultura impresionista, es la única cura posible de
la sublevación moral que provoca la inmundicia del mundo. Es así que los
libros de Trías solían dormir un año entero en su casa antes de ver la
luz del público.
De todos modos, constituye un signo de nuestro tiempo la hostilidad
periodística y social contra todo lo lento y complejo. De ahí el acoso
que por todas partes se emprende contra lo singular, esa brusca
emergencia de una fuerza común. El fetichismo social,
compartido por derecha e izquierda, odia todo lo que se presente sin
contexto, fuera de la cobertura de la circulación. Es normal que la
filosofía, en lo que ésta tiene de solitaria senda inmanente, haya caído
en la línea de fuego. Tanto conservadores como progresistas se turnan
en el acoso a las letras en nombre de la eficacia técnica. En tal
aspecto, los españoles imitamos lo peor de la cultura occidental, pero
lo hacemos sin su esfuerzo industrial, desde la pereza provinciana y la
molicie del turismo.
Alguien que tiene el coraje de emprender por cuenta propia una
ontología del límite, difícilmente va a tomar en serio eso que los
políticos profesionales y los periodistas dicen tomar en serio, aunque
todos los días lo traicionen, la ideología y sus embajadas
institucionales. Por eso es normal que Trías, que de todos modos siempre
fue demasiado filósofo y esteta para ser un simple radical de
izquierdas, haya tenido coqueteos con pelajes muy distintos. Es cierto
que todos ellos le acabaron ignorando y dejándole solo. Sobre esa
soledad, que quizás es la de lo común, se seguirá cebando el
impresionismo ideológico e informativo, las maquinarias partidarias. A
duras penas respetando el eco de la muerte.
“Es muy fácil ser antifascista a nivel molar”, escribió Deleuze contra las ideologías al uso. Lo difícil es serlo a nivel molecular, personal, in situ.
Lo difícil es ser solidario con lo emergente de las situaciones, no con
las ideologías que recubren las empresas partidarias. En este sentido,
es preciso recordar que Trías era un demócrata radical hasta en su
manera de sentarse o de dar una conferencia. Podríamos decir que su hilo
directo con la perplejidad común le vacunaba corporalmente contra los
miserables rituales del poder. En resumen, tenía el defecto contrario de
nuestra clase político-informativa, que no es nada sin la corrupción de
la estabilidad repartida y la agenda del día.
III
Desde el mundo de las sombras, puesto una y otra vez a prueba en una
amplia experiencia mundana, se trató para Trías de cuestionar la razón
ilustrada. Las pasiones y su luz oscura, fuente de conocimiento y de
energía ética, obligan a polemizar con el culto apolíneo de
nuestra cultura, incluido Ortega. Es así que los grandes poetas, Rilke,
Hölderlin y Eliot, encarnan muy pronto la primera arquitectura de esa
turbulencia fronteriza que es vivir.
Y la música. Chopin, Schumann, Beethoven, Mozart. La pasión temprana
de Eugenio Trías por las composiciones clásicas señala su compromiso con
la misteriosa piel del mundo. Se trata de un gesto nietzscheano que
busca fundir las grandes preguntas con la textura proteica de la
inmediatez. La razón es sonora, dice, pues las grandes
interrogaciones sólo tienen como respuesta la compañía de su eco. Con o
sin letra, la música es como una pregunta desgranada en pentagrama,
desplegando las notas de una interrogación que responde a lo
irremediable. Wittgenstein y el silencio ante lo que no se puede decir:
la tarea de Dionisos es transformar la tragedia de vivir en música de
danza. “La música es la encarnación misma del habitar en el límite”.
También la música de Ligeti en 2001: Una odisea espacial.
La sordera final de Trías refuerza su reencuentro con el cine en ese
libro póstumo que nos espera. Lang, Kubrick, Welles, Lynch. Desde muy
atrás, la atracción de Trías por Vértigo de Hitchcock es la
fascinación por el poema trágico y el fondo siniestro que alienta en los
espejos. Lo bello no nos atrapa sin una herida, sin un rumor de
cristales rotos.
Si la razón fronteriza cultiva el limo que nos rodea, al borde mismo
del precipicio, es inevitable la duplicidad del dios Jano: belleza y
descomposición, conjunción y potencia disyuntiva. Es urgente dar sentido
a los enigmas que nos aturden, al asombro, la consternación y la
indiferencia. También al mal que se esparce por las cosas. Es importante
no esquivar nada, por áspero que sea, pues todo lo rechazado volverá de
modo perverso. De hecho, quien escribió La filosofía y su sombra ve
continuamente acercarse una suerte de Némesis histórica y cultural.
Para conjurarla, son importantes aquellas máximas estoicas y evangélicas
que invitaban a pensar un bien que consista, no en expulsar el mal al
infierno, sino en dialogar con su sombra. Como decía Rilke, el diablo es
el ser más necesitado de nuestras preces.
IV
Así pues, se deben mezclar las preguntas de la tradición sapiencial
con las preguntas cotidianas del hombre moderno. La amistad, el amor, la
paternidad. La finitud y la esperanza. En tal aspecto, era un poco
asombrosa la impresión que Trías producía de ser un hombre corriente, imbuido por una llaneza que le libraba de las jerarquías tan habituales en el orbe urbano.
Conmovedor y entrañable en los últimos años, un clásico como él ha de
entender la infancia como un temblor que siempre vuelve. Un pensador no
puede nunca dejar de jugar, dejar de entender el tiempo como un niño
que juega. De ahí que en la entrevista televisiva más arriba mencionada
su amigo Rafael Argullol comenta que las comidas con Trías eran
enormemente divertidas, cargadas de palabras y situaciones muy
estimulantes.
Es posible que Eugenio Trías fuera buen amigo, de personas tan
distintas, por su vínculo con lo desconocido que está en la base del
pensar. Él en todo caso sabe más por su manera de pisar la dudosa luz
del día que por su manera de manejar las instituciones, incluida la
pesada erudición filosófica. Le libró siempre de esta última la relación
carnal con lo sagrado. En este punto, es posible que guarde mejor
relación con George Steiner que con Derrida. El pensador del La edad del espíritu siempre
ha tenido una buena relación con el abismo real, un devenir
post-nietzscheano que sólo se puede conocer indirecta y frágilmente.
Éste siempre fue, a buen seguro, otro ámbito de fricción con el canon
ilustrado que alimenta al grueso de la izquierda, también con lo que él
llamaba la “vulgata marxista”.
Es de suponer que Trías podría haberle contestado a Marx: si es cierto que el espíritu nace siempre tarado con la maldición de estar “preñado de materia”, también lo es que no hay materia que no nazca atormentada (Böhme)
por una indeterminación sin remedio. Es entonces lógico que el autor de
intrincados libros de filosofía se haya sentido atraído también por los
laberintos de la física cuántica y relativista.
De cualquier modo, la contradicción es para Trías un signo de la
vitalidad, la fuente misma del espectro real. Mantener la tensión entre
lo laico y las raíces sagradas, entre la ética y lo profano, alimenta el
estudio erudito y el diálogo crítico con las religiones. Los límites
del mundo son los límites del pensar, pero él no dimite de intentarlo.
Si el ser es límite, franja que une y separa lo conocido de lo
desconocido, lo empírico de lo trascendental, pensar es una obligación
común. Habitar la frontera, esa franja limítrofe instalada entre el
“cerco hermético” y el “cerco del aparecer”, exige una mediación
reflexiva que sólo la filosofía puede facilitar. Soportar el temblor
sísmico de los bordes que nos asedian, este arduo sosiego del exilio,
nos obliga a un pensar que se parezca al sonar.
Ignacio Castro Rey, Palabra de frontera: Eugenio Trías, fronteraD, 21/02/2013
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