Camus, anarquista?
He
leído con pasión a Albert Camus durante el último año. He llegado
tarde, lo sé, quizá víctima inconsciente de la campaña de difamación que
lo arrinconó, narrada profusamente por un también apasionado Michel
Onfray en su reciente libro L'ordre libertaire. La vie philosophique d'Albert Camus
(ed. Flammarion, 2012). Como cuenta Onfray, lo que puso a Camus en el
punto de mira de los intelectuales franceses, capitaneados por Sartre y
De Beauvoir, fue su temprana crítica (1951) del comunismo, su denuncia
de los campos de internamiento soviéticos, su alejamiento de las
ideologías, su pacifismo frente a la guerra de Argelia. Fue Camus un
intempestivo y sufrió el destino de todos los intempestivos: no encontró
fácilmente oídos que pudieran escucharle. Incluso su nietzscheanismo
estaba lejos de poder ser comprendido en los años 50 del pasado siglo, y
Camus, como recuerda insistentemente Onfray, fue siempre lector y
seguidor de Nietzsche: en el discurso de aceptación del premio Nobel
recordó que uno de sus maestros había sido Nietzsche, y en la cartera
que viajaba con él el día de su accidente mortal de coche, junto al
manuscrito inacabado de Le premier homme, se encontraba un ejemplar de La gaya ciencia.
Onfray quiere demostrar a lo largo de sus más de 500 páginas que
Camus es un anarquista. Pero para ello demarca con claridad que la idea
de anarquismo que está utilizando está lejos de cualquier dogma,
inclusive del dogma anarquista. Anarquista, dice Onfray, es el que no
quiere ni seguir a nadie, ni guiar a nadie. Entre Platón y Diógenes el
cínico, Camus elegiría a Diógenes. Para entender mejor esta elección,
recordemos aquí una de las anécdotas que reúne a estos dos filósofos de
la antigüedad. Se cuenta que Diógenes, que como todos sabemos vivía en
la calle (en un tonel se dice, pero más bien parece ser que se trataba
de una tinaja), se encontraba un buen día enjuagando unas hojas de
lechuga en una fuente antes de comérselas. Platón se le acercó y le
dijo: “Diógenes, si hubieras aceptado la invitación de Dionisio [se
trata del tirano de Siracusa, con el que Platón aceptó vivir durante un
tiempo en su corte, aconsejándolo en las tareas propias de gobierno], no
tendrías que estar enjuagando tú mismo unas hojas de lechuga”. A lo que
Diógenes respondió: “Y tú, Platón, si supieras enjuagar unas hojas de
lechuga para comer, no habrías tenido la necesidad de aceptar la
invitación de Dioniso”.
El título del libro de Onfray se explica así: un “orden libertario”,
expresión que alude a la necesidad de principios, y una “vida
filosófica”, esto es una vida en la que las acciones se conforman a las
ideas que se defienden. Camus busca un orden al que obedecer pero sólo
como quien se obedece a sí mismo, como quien se gobierna a sí mismo. Y
eso, en la medida en que lo consigue, lo hace ejemplar.
Cuando Camus publicó L'homme révolté (1951), pocos años
antes de su prematura muerte (1960), el libro levantó ampollas: un libro
antifascista, antitotalitario, anticapitalista, anticomunista. Muy
pocos pensadores quedan a salvo de las críticas de Camus. En cambio, el
apoyo que Camus confiere al pensamiento de Simone Weil es excepcional.
Encontró en ella un alma gemela y por eso luchó siempre para que su obra
fuera publicada y conocida. En este libro se refiere a los análisis que
Weil hizo a propósito de la condición obrera y de las críticas a Marx
que de ellos se derivan. Marx no tuvo en consideración la degradación de
los trabajadores cuando realizan un trabajo repetitivo, en cadena. Y no
supo entender las relaciones de poder que se establecen en el trabajo y
en la sociedad. Por esa razón Marx resultó un ingenuo cuanto menos, ya
que no entendió que lo que estaba en juego en muchos enfrentamientos
sociales no era el dinero o la propiedad sino la dignidad humana.
Hay algunos elementos esenciales comunes a Simone Weil y Albert
Camus. Uno fundamental es que no se engañaron respecto a la naturaleza
humana, sus propias experiencias los colocaron en una posición de
extrema cercanía respecto a los seres humanos y entendieron algo: que
los comportamientos brutales, prepotentes, violentos son moneda
corriente y lo que es singular y raro es que, en algunos momentos
milagrosos, estos comportamientos no se den. Weil dice que sólo los
santos –indicando de esta manera que se trata de muy pocos y selectos-
son capaces de no ejercer su poder cuando pueden. La ley que rige los
comportamientos humanos es que todo aquel que se encuentra en una
posición de superioridad se muestra autoritario o condescendiente,
porque de esta manera sus actos son una confirmación de la inferioridad
del otro y de su propia superioridad. Camus dice que habría que alabar a
los humanos no por sus grandes hazañas, como normalmente se hace, sino
por aquello de lo que se han abstenido aún pudiendo hacerlo. Camus, que
no conoció a su padre, muerto durante la Primera Guerra Mundial, cuenta
de él la historia que guarda en su recuerdo como único legado. Cuando su
padre vio el modo bárbaro en el que habían torturado a unos soldados,
cortándoles el pene e introduciéndoselo en la boca hasta la asfixia,
dijo lleno de rabia que eso no era un comportamiento propio de hombres, y
cuando le hicieron notar que esas brutalidades suceden siempre en las
guerras, añadió la frase que Camus conservó como un tesoro: “Un homme,
ça s'empêche”, o sea, un hombre tiene que contenerse, impedirse,
reprimirse y si no lo hace no es un hombre.
Hace unos días oí al filósofo y ex alcalde de Venecia Massimo
Cacciari afirmar solemnemente en una conferencia que la filosofía que de
verdad merece ese nombre no puede ser dualista. Me sentí directamente
atacada: no comparto la admiración de Cacciari por lo que se podría
llamar la autopista de la filosofía, los grandes sistemas monistas desde
Platón hasta Hegel. Muchas carreteras secundarias me atraen. Y en
ocasiones no sé pensar el mundo si no es gracias a ellas. Es el caso del
dualismo que hace coincidir a Weil con Camus. Los dos creen que la
realidad debe atraparse con pinzas de dos brazos, porque en ella se da
lo que hay y lo que se desea que haya; lo que es material y pesado, y lo
que impulsa hacia arriba por su ligereza y su entusiasmo; lo que nos
hace ser violentos, ambiciosos y prepotentes y lo que nos lleva a poner
freno a nuestras pasiones y seguir un modelo de concordia. Es como decir
que hay dos formas de humanidad: una general, que se muestra en lo que
hay de despreciable en los humanos; y otra escasa, pero deseable.
En el prefacio de L'endroit et l'envers, Camus escribe
acerca de sí mismo: “fui puesto a mitad de distancia entre la miseria y
el sol. La miseria me impidió creer que todo está bien bajo el sol y en
la historia; el sol me enseñó que la historia no lo es todo”. ¡Difícil
encontrar una expresión más hermosa del dualismo! La vida entera de
Camus está encerrada en esa frase. Su familia era pobre e ignorante. Su
madre ni siquiera sabía leer. A ella le dedica Le premier homme : “A ti, que no podrás nunca leer este libro”. Le premier homme
es un relato autobiográfico con el que Camus quiere encontrar las
palabras para decir lo que no tiene palabras para explicarse. Cuenta del
silencio de su madre sorda, de su imposibilidad de proyectos, de cómo
mira por la ventana cuando está en casa, sin salir, sin leer. Cuenta de
su abuela dominante que impone su autoridad en toda la casa. Y cuenta
sobre todo de la difícil relación del niño Camus con todo esto: un niño
despierto e inteligente, atravesado por una inmensa alegría de vivir,
confrontado a una familia sin padre (muerto), con una madre a la que ama
apasionadamente pero con la que la comunicación es inexistente, con una
abuela que lo brutaliza con la fusta. En una ocasión en la que el niño
quiso engañar a su abuela diciéndole que los dos francos que tenía que
devolverle se le habían caído por el agujero que hacía de water, la
abuela se arremangó y metió el brazo en las aguas putrefactas,
escarbando para encontrar la moneda; el niño miraba horrorizado.
Comprendió que no era la avaricia lo que había impulsado a su abuela a
rebuscar en la mierda, sino la necesidad que hacía que dos francos fuera
una enormidad para aquella familia.
Pero Camus es solar. Y por esta razón no tiene vergüenza de ser
feliz. En un texto admirable que Onfray me ha descubierto, escrito
cuando apenas tenía 23 años, una obra maestra de amor por el mundo,
Camus celebra la vida, el sol y el mar como los elementos que hacen
grandes en su simplicidad a las gentes de Argelia. El texto –Noces à Tipasa (Nupcias en Tipasa)- tiene apenas unas páginas y es un ejemplo maravilloso del amor fati
nietzscheano, porque se trata de una exaltación de un día de nupcias
con el mundo. Hay que leerlo y no sólo, hay que releerlo una y mil veces
y encontrar en él el eco que demuestra que en algunos momentos de
nuestra vida también nosotros hemos sentido algo semejante: “sentido”
sí, porque como dice Camus, en Tipasa ver equivale a creer. Ver el gran
libertinaje de la naturaleza y del mar, sentir la gloria de un mundo en
el que una puede abandonarse. Y este joven Camus hace su propia
transvaloración de los valores: pobre es el que necesita mitos, el que
necesita hablar de Dionisos para afirmar que es maravilloso el olor de
la tierra ardiente de plantas aromáticas. Unos años más tarde, afirmará
que existe una injusticia de la que no se habla y es la injusticia del
clima: la pobreza en los suburbios de París es más injusta que en
Argelia.
Es tan nietzscheano Camus que lo traiciona. Amor fati sí,
pero también rebelión. No acogiéndose a los grandes relatos de la
revolución, contra todo dogma y toda ideología, Camus parece suscribir
lo que algunos años después diría otro gran nietzscheano: Foucault
afirmaba que las relaciones de poder entre los humanos existirían
siempre, que no habría un amanecer revolucionario ni una lucha final,
pero que era importante luchar, porque si bien es triste pensar que
siempre habrá poderosos y oprimidos, lo que es mucho más triste es no
combatir.
Han sido escasos los pensadores que se han separado de las ideologías
partidistas durante el desarrollo del siglo XX. Los que lo hacían eran
anatemizados. No tiene ningún mérito que ahora mismo reconozcamos el
valor de lo que pensaron entonces, cuando nadie los entendía. Durante
años, de ellos se dijo que eran pequeño-burgueses, radicales y
anarquistas de derechas y con estas etiquetas ya se tenía suficiente
para no hacer ningún esfuerzo en entenderlos. Cuando cayó el muro de
Berlín en las mentes de los luchadores del 68 descubrimos cuánta verdad
encerraban sus escritos. Me ha llamado la atención de que a ese grupo de
pensadores pertenecieron dos mujeres: Simone Weil y Hannah Arendt. En
varias ocasiones me he planteado si el hecho de ser mujeres las hacía
más cercanas a las verdades concretas, más alejadas de los grandes
relatos de la revolución. Los argumentos para defender esta afirmación
me los ha aportado Camus.
¿Por qué Le premier homme? Sin duda Camus está hablando de
sí mismo: un blanco descendiente de europeos en Argelia, pobre, sin
padre, sin memoria histórica, sin tradición, sin moral. Para orientarse,
para reconciliarse con el mundo tiene por un lado, como ya hemos dicho,
Tipasa, el sol y el mar que dan grandeza a su vida y le ofrecen una
cierta medida de las cosas. Por otro lado, apenas una frase de su padre
(“un homme, ça s'empêche”) y el silencio de su madre, ambos dignos del
máximo respeto. Pero sin duda es poco. Camus afirmará que tiene que
fabricarse una conducta como si él fuera el primer habitante de un país
nuevo. Es una posición de enorme libertad que puede dar vértigo: se
trata de crear valores sin traicionar a los suyos, esa mezcla de sol y
de pobreza.
¿Y qué le pasa a una mujer cuando quiere ser filósofa e intenta
igualmente ser fiel a sí misma? Tampoco existe para una pensadora una
cultura en la que reconocerse. También ella será “primera”: las mujeres
antes de ella no son un referente, ella no tiene tradición ni moral que
le sirva. No ha habido en la Historia de la Filosofía mujeres filósofas,
sólo pequeños atisbos, nada que constituya una lección de la que
aprender, hasta que llegamos al siglo XX y nos encontramos con Simone
Weil y con Hannah Arendt. Las primeras, las primeras en denunciar las
relaciones de poder, los totalitarismos de cualquier signo, la mentira
de las ideologías, la injusticia de todas las guerras. Con ellas también
está Camus, un hombre blanco tan pobre y tan fuera de la cultura que
cuando toma la palabra para decir alguna verdad no tiene ante sí sino su
propia experiencia.
En una situación tan difícil como la que estamos atravesando, en la
que a la crisis económica se une la falta de ideas y de perspectivas, el
pensamiento concreto y valiente de este primer hombre, como de aquellas
dos primeras mujeres, es valiosísimo. Todos aquellos que ya no somos
marxistas, ni comunistas, que desconfiamos de cualquier ideología
defendida por un partido político o por cualquier otra iglesia, que no
creemos en ninguna solución final, todos aquellos que no dejaremos de
luchar hasta el fin de nuestros días para que el mundo sea mejor, se
parezca más a eso que querríamos ser, podemos sentirnos ahora
acompañados. Y así tener la fuerza de pensar fuera del marco de
inevitable capitalismo que se nos propone, del inevitable sistema de
partidos políticos.
Estar en contra de las ideologías significa estar en contra de las
ideas generales. ¿Acaso no es una idea general la que lleva a pensar en
la riqueza como producción y consumo? ¿No es eso mismo, producción y
consumo, lo que tanto la izquierda como la derecha parecen desear que se
recupere? ¿No es una idea general que los partidos políticos defienden
los intereses de las partes de la sociedad a las que representan y que
la corrupción es accidental? Quizá si le damos la espalda a las teorías
históricas, sociales y políticas y pensamos más a partir de nuestra
experiencia, veremos alguna cosa clara: que es la carrera por el
crecimiento lo que nos ha llevado a esta situación; y que los partidos
políticos, sin reglas que les impidan hacer lo que hasta nuestros días
vienen haciendo, se convierten en castas.
Estos primeros humanos intempestivos se quedaron solos combatiendo la
explotación y la barbarie, y al mismo tiempo negando que la alternativa
al capitalismo fuera el comunismo. Pusieron lo mejor de sus
inteligencias y de sus vidas en la tarea de comprender la realidad
histórica fuera de los marcos establecidos. Elaboraron ciertos
principios morales en torno a la verdad, la dignidad y la libertad que
no admitían matices coyunturales o partidistas. ¡Aprendamos de ellos!
Nosotros estamos en un momento en el que vale la pena pensarlo todo de
nuevo, somos los primeros humanos de una tierra que todavía hay que
descubrir. Y además tenemos la justicia del sol y del mar de nuestra
parte.
Maite Larrauri, Entre la pobreza y el sol: Albert Camus, fronteraD, 07/02/2013
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