Autoritarisme científic
Bajo la disculpa de eliminar lo “peor” (el sufrimiento, la
inseguridad, la muerte) y aliada con las nanotecnologías, la ciencia
contemporánea ha renovado la esperanza de un nuevo determinismo. Hombre
de ciencia dotado de una sólida formación en medicina y bioquímica,
Javier Peteiro se dedica en El autoritarismo científico
(Miguel Gómez Ed.) a seguir con detalle el paso de la ciencia moderna,
desde von Humboldt y Gay Lussac, hasta el optimismo de Brockman o
Kurzweil, esa euforia tecnocientífica que poco a poco ha derivado, en
Europa y en América, en la perspectiva de suplir la inteligencia natural
por la artificial y el cuerpo mortal por las conexiones infinitas.
Javier Peteiro estudia los mecanismos internos que han originado el
actual desprecio de las humanidades en beneficio de la competencia
tecnocientífica. El autoritarismo científico
analiza este odio a todo lo que sean sombras del pasado, lo que no sea
breve, claro o práctico. En suma, el nuevo oscurantismo frente todo lo
que no sea consensuado, ni transparente ni social. Tiene una triste
gracia que esta deriva contemporánea del cientifismo sea paralela a una
macroeconomía que, dirigida por otra laya de nanoespecialistas, han acabado arrojando los pueblos occidentales a una insólita pobreza.
Pero la crítica del cientifismo Peteiro la realiza también
desde el interior del propio campo científico y en nombre de una ciencia
que (a la manera de Badiou) no se someta a los imperativos de
mitologías redentoras, del estado-mercado o de la técnica.
Blue Brain Project. La obsesión por el estudio del cerebro señala el resurgimiento de una nano-frenología.
Nuestras elecciones, de la homosexualidad a la música o el crimen,
residirían en nuestros genes o en interacciones concretas entre
determinados neurotransmisores. Una gran variedad de recursos técnicos y
farmacológicos nos evitarán preocupaciones de otras épocas. La propia
libertad será sólo elegir entre la oferta de bienes consumibles. El gran
absurdo de que esta felicidad anunciada se trunque mañana por la muerte
puede ser también solventada con la ayuda de la Tecnociencia. Para ello
está la radiante promesa Nano-Bio-Info-Cogno, el NBIC estadounidense y
su equivalente europeo. En ambos continentes, la consiga es “Si Cogno
puede pensarlo, Nano puede construirlo, Bio puede mejorarlo e Info puede
controlarlo”.
Ya Hannah Arendt había localizado en tres síntomas esta voluntad
moderna, común al progresismo de derecha e izquierda, de escapar de la
condición terrena: la producción de vida artificial in vitro,
la carrera espacial por escapar de la Tierra y la superación de la
barrera de los cien años. La “doble huida”, del Mundo al Yo y de la
Tierra al Espacio, conduce a la paradoja de unas democracias dirigidas
por una elite de especialistas que no habla ningún idioma conocido.
En esta perspectiva de crítica humanista a la nueva ilusión
redentora, Peteiro alude con frecuencia a la guerra como motor de la
investigación científica. No sólo Internet, la televisión y el
microondas nacen de la investigación bélica, sino que el mítico Proyecto
Genoma se basa en el estudio de las mutaciones en los supervivientes al
bombardeo atómico. El mismo químico alemán que sintetiza amoníaco y da
paso a los nuevos fertilizantes nitrogenados inventa también el “gas
mostaza” que causará pavor en las trincheras de la Primera Guerra.
La ilusión determinista en la ciencia es hoy poderosa, renovada por
la mitología informática. Igual que en la renovación tecnológica, el
mercado inyecta una obsolescencia tan rápida en los descubrimientos
científicos que es imposible guardar una sana distancia de la intuición y
el sentido común. Como si la famosa distinción de Kuhn entre “ciencia
normal” y “ciencia revolucionaria” se viera anulada por un saber
normativo cada día más mutante y ante el cual siempre estamos en falta,
bajo el riesgo del temido atraso.
Lo propio de la mitología cientifista actual, insiste Peteiro, es
ignorar la crítica a las pretensiones totalizadoras de la omnisciencia.
Los límites a la Biología y a las Neurociencias son una cuestión
abierta, a diferencia de los ya mostrados en Física y en Matemáticas.
Poco importa que el Racionalismo haya mostrado que es imposible un
sistema de cálculo completo que no recurra a un “fondo sombrío”
(Leibniz), al apriori de un “infinito en acto” que Descartes y
otros llamaron Dios. Poco importa que Gödel muestre que no hay
consistencia lógica que no haya de recurrir a axiomas previos e
indecidibles. Aunque el principio de incertidumbre de Heisenberg ponga
un tope a las pretensiones de la Tecnociencia, la ilusión del
determinismo actual es fuerte.
Ignorar que la inteligencia humana proviene del dolor, del choque con
un afuera absoluto, es lo propio de la nueva mitología numérica. Es una
lástima que tengamos que aprender a través de las catástrofes masivas
lo que el sentido común nos podría sugerir de manera discreta. En el
fondo, la explicación de este nuevo oscurantismo reside hoy en una
intuición elemental desactivada por la alianza de ciencia y mesianismo,
de saber técnico y espectáculo.
Santiago, 5 de enero de 2013
Ignacio Castro Rey, El origen del planeta numérico, fronteraD, 05/01/2013
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