Eugenio Trias: "La responsabilitat és de la societat, és nostra".
1. La indignación puede ser provocada por muy diversas causas.
Personalmente, me la produce una opinión muy extendida y hasta muy
popular: que los males que padecemos, que son muchos, proceden casi en
su totalidad de la clase política. Ya este sustantivo, clase, referido a
nuestros políticos tiende a discriminar a estos, como si se tratase de
un sector de la sociedad al que debe darse de comer aparte.
Que nuestros políticos sean el reflejo fidedigno de nuestra sociedad
es, quizás, la mayor objeción que puede hacérseles. Desearíamos que
fuesen algo superiores. O que tuvieran mayor nivel para así guiarnos con
más solvencia en las difíciles travesías de esta terrible e
interminable crisis que afecta a tantos países, y al nuestro en
particular. El reproche tan generalizado sobre la insolvencia de
nuestros políticos tiene naturaleza de bumerán. Sabemos que no todos son
corruptos, ni todos son escasos de luces, ni viven todos ellos de
espaldas a los problemas de nuestra sociedad. Pero llevamos demasiados
años de mala gobernanza a causa de erradas decisiones fundadas muchas
veces en pronósticos irresponsables.
Olvidamos que esos políticos han sido elegidos por nosotros. Proceden
de la sociedad a la que pertenecemos. La responsabilidad es, pues, de
la sociedad; es nuestra. Si no cumplen sus obligaciones, tenemos la
dichosa posibilidad, propia de las democracias, de sustituirlos por
otros que, quizás, podemos suponer que sean mejores, o que se rodeen de
profesionales más aptos. Ocho años de gobierno es, por lo que se ve, la
cifra a la que la sociedad española parece haberse acomodado.
No vale, de ningún modo, la afirmación —tan extendida— de que todos
los políticos son iguales, o que la clase política que padecemos es
inservible. Con esas afirmaciones se está, en realidad, repudiando a
nuestra propia sociedad. Es cierto que hay democracias mejores, con
grandes partidos mucho más descentralizados. Sociedades como la que ya
empezó a describir y a explicar, en pleno siglo XIX, el gran analista
Alexis de Tocqueville en su libro La democracia en América. En
Norteamérica los partidos dependen de elecciones individualizadas. La
gente vota a personas concretas. Los representantes responden ante esas
gentes que les han votado. Para que una ley sea efectiva debe el
Ejecutivo convencer, a veces de manera individual, uno por uno en
ocasiones, a aquellos representantes del pueblo del propio partido.
En nuestros sistemas europeos, y en España en concreto, rigen esa
disciplina partidista y esa militancia sin fisuras que lleva consigo el
deterioro del sistema. La nuestra es una democracia imperfecta. Pero es
el justo reflejo de la sociedad a la que pertenecemos, herencia de
siglos de caciquismo salvaje, hoy más o menos ilustrado.
2. Es legítimo y necesario achacar a los partidos su insensibilidad
en temas tan importantes como la educación, la investigación, las
humanidades. Pero esas deficiencias no hacen sino reflejar, como en un
espejo, la carencia de motivaciones en esas materias que se descubren en
la mayoría de los estamentos y clases de nuestra sociedad. Entre los
principales valores de esta no se hallan ideales educativos, culturales o
científicos.
Se vivió la bonanza económica y social como un golpe de fortuna que,
de pronto, dio paso a la ruina, al cierre sistemático de empresas y
negocios, a la penuria, al paro, a la estrechez. La historia bíblica de
José el proveedor no parece haber regido en nuestra sociedad como
prevención necesaria para los años de vacas flacas.
Se inicia ahora un período de elecciones en el que las
responsabilidades sociales se pondrán a prueba. Dependerá de ellas
encontrar a aquellos representantes que mejor puedan acometer las
iniciativas que en esta difícil coyuntura económica y social sean
precisas. Serán elecciones presionadas por las urgencias de una
situación internacional, europea y española particularmente vulnerable.
Siempre he abogado por la renovación, sobre todo cuando el ideario de
quienes regentan el poder presenta síntomas de claro agotamiento.
Desearía un equipo de gobierno con clara voluntad de asumir esa crisis
sistémica con los recortes que hagan falta. Pero que no sea esa la
coartada para empezar el capítulo de restricciones en aquellos ámbitos
en los que más necesitada se encuentra nuestra sociedad.
Los programas de los partidos deberían primar, de una vez, la
educación en todos sus estratos, desde la primera a la segunda
enseñanza; y de esta, a la formación profesional y a las carreras
universitarias. Y la investigación, sobre todo en el terreno de la
tecnología y de las ciencias, pero también en las humanidades.
Pero reconozcámoslo: no existe la suficiente presión para que
nuestros políticos pongan estas materias en la cabeza de sus programas.
No, no hay tal presión social. Las responsabilidades sociales no
parecen tener vigencia en esos ámbitos que debieran estar, en varias
legislaturas, en la unidad de cuidados intensivos.
En Alemania, si la evaluación en esos campos presenta síntomas de
deterioro y decadencia, el Gobierno de la nación o el del estado federal
se tambalean; deben atender a esas materias consideradas siempre
prioritarias. Aquí, a lo máximo, las calificaciones raquíticas a las que
los baremos europeos o internacionales nos tienen acostumbrados pueden
suscitar, como máximo, un par de indignados artículos de opinión,
quizás dos o tres editoriales de algunos periódicos.
Es muy fácil despotricar contra nuestros políticos. Es tanto como dar
puñetazos contra un espejo. Desearíamos vernos reflejados en un
conjunto dirigente que nos inspirase respeto, y a cuyas iniciativas
atendiéramos con verdadero interés. No vale situarse en posición de
minoría de edad y responder al disgusto que esos dirigentes nos producen
con una revuelta que sea estéril.
3. Es comprensible que en zonas que padecen profunda depresión social
prenda la llama que provoca un temible incendio (aunque casi siempre
tiene por causa algún evento luctuoso). En tiempos de penuria hay que
estar preparado para que un imprevisto sumerja a la sociedad en un caos
de revueltas espontáneas.
Nunca será válida la consigna de situar el orden por encima de la
libertad. Pero tampoco es posible olvidar, tras los terribles atentados
de este comienzo de milenio tan inquietante, que la seguridad es un
valor, y no únicamente una coartada —estilo Thomas Hobbes— de regímenes
políticos ultraconservadores.
La crisis sistémica engulle a veces los mejores personajes de la
política; las esperanzas que estos podían despertar son defraudadas,
como está sucediendo en Norteamérica.
Queremos que estos últimos años de mala gobernanza en nuestro país
den paso a opciones mejores. Se ha tocado fondo en la cuantía de errores
provocados por la incompetencia y/o la frivolidad.
Sería deseable que la sociedad civil se evitase la comodidad de echar
todas las culpas a los políticos como descargo de las propias
responsabilidades. La sociedad debe hacer examen de conciencia; no solo
sus representantes. Si bien demasiadas veces se prefiere achacar a otro
los fracasos derivados de las propias faltas. Algunos de nuestros
políticos practican con asiduidad este falso eximente. De este modo, sus
propias decisiones erróneas terminan intensificando los desajustes
sistémicos que un capitalismo desbocado está generando.
Eugenio Trías, Responsabilidades sociales, ABC, 14/11/2011
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