La desigualtat contra la cooperació rigorosa.
A menudo, las
críticas al tribalismo contienen un trasfondo de acusación, como si el
individuo de mentalidad tribal no hubiera conseguido estar a la altura de los
niveles de cosmopolitismo de su crítico. Además, es fácil imaginar que el duro
trabajo de cooperación con los diferentes ha sido siempre excepcional. Sin
embargo, la sociedad moderna ha debilitado la cooperación por distintas vías.
La más directa de esas debilidades tiene que ver con la desigualdad.
De acuerdo con la
medida de una herramienta estadística de amplia utilización, el coeficiente de
Gini, la desigualdad se ha incrementado de manera espectacular en las últimas
generaciones, tanto en las sociedades en desarrollo como en las desarrolladas.
En China, el desarrollo ha hecho que el coeficiente de Gini se disparara, pues
los ingresos de los residentes urbanos aumentan mucho más que los de los
campesinos. En Estados Unidos, la caída de los ingresos ha aumentado la
desigualdad interna; la pérdida de empleos fabriles de alta cualificación ha
disminuido los ingresos de las masas, mientras que los ingresos del uno por
ciento más rico de la población, y dentro de esta estrecha franja, la del 0,1
%, han crecido de manera astronómica. En la experiencia cotidiana, las
desigualdades económicas se traducen como distancia social; la élite se aleja
de las masas, las expectativas y las luchas de un camionero y un banquero
tienen muy poco en común. Este tipo de diferencias exasperan a la gente
corriente; la consecuencia racional de ello es la actitud mental y la conducta
concreta propias del nosotros-contraellos.
Las
transformaciones en el trabajo moderno han debilitado también en otro sentido
tanto el deseo como la capacidad de cooperar con los diferentes. En principio,
todas las organizaciones modernas están a favor de la cooperación, pero, en la
práctica, su propia estructura la impide, lo que se conoce en los análisis de
gestión empresarial como «efecto de silo», esto es, el aislamiento de los
individuos y departamentos en unidades distintas, personas y grupos con poco
que compartir y que en realidad ocultan información útil a los demás. Los
cambios en el tiempo durante el cual los individuos trabajan juntos aumenta
este aislamiento.
El trabajo moderno
tiende por naturaleza cada vez más al corto plazo, pues los empleos temporales
o a tiempo parcial sustituyen a las carreras laborales que se desarrollaban
íntegramente en la misma institución. Según una estimación, un joven
incorporado a la fuerza de trabajo en 2000 cambiará entre doce y quince veces
de empleador en el curso de su vida laboral. En el seno de las organizaciones,
también las relaciones sociales son a corto plazo, pues la gestión empresarial
recomienda no mantener unidos los equipos de trabajadores durante más de entre
nueve y doce meses, a fin de que los empleados no establezcan estrechas
relaciones personales entre ellos. La superficialidad de las relaciones
sociales son una consecuencia de la temporalidad del empleo; cuando las
personas no permanecen mucho tiempo en una institución, tanto su conocimiento
como su compromiso con la organización se debilitan. La combinación de
relaciones superficiales y vínculos institucionales breves refuerza el efecto
de silo: los individuos se ciñen a sí mismos, no se implican en problemas
ajenos a su ocupación inmediata, y menos aún con quienes hacen cosas distintas
en la misma institución.
Aparte de las
razones materiales e institucionales, las fuerzas culturales operan hoy en día
contra la práctica de la cooperación exigente. La sociedad moderna está
produciendo un nuevo tipo de personaje: el individuo proclive a reducir la
ansiedad a la que pueden dar lugar las diferencias, ya sean de índole política,
racial, religiosa, étnica o erótica. El objetivo de cada persona es evitar
excitaciones, sentirse lo menos estimulada posible por diferencias profundas.
El retraimiento de que habla Putnam es una manera de reducir estas
provocaciones. Pero también lo es la homogeneización del gusto. La
homogeneización cultural es evidente en la arquitectura moderna, lo mismo que
en la vestimenta, la comida rápida, la música popular, los hoteles... y una
interminable lista globalizada.8 La afirmación «todos somos básicamente
iguales» expresa una visión del mundo que busca la neutralidad. El deseo de
neutralizar la diferencia, de domesticarla, surge (es lo que trataré de
mostrar) de una ansiedad relativa a la diferencia, que se entremezcla con la
cultura económica del consumidor global. Una consecuencia de ello es el
debilitamiento del impulso a cooperar con los que siguen siendo irreductiblemente
Otro.
Por estas razones
materiales, institucionales y culturales, los tiempos modernos están mal
equipados para hacer frente a los dea fíos que plantea la cooperación rigurosa.
Tal vez resulte a primera vista extraño el modo en que formularé esta debilidad:
la sociedad moderna «descualifica» a las personas para la práctica de la
cooperación. El concepto de «descualificación» proviene de la sustitución de
hombres por máquinas en la producción industrial, lo que ocurrió cuando
máquinas complejas ocuparon el lugar del trabajo artesanal cualificado. En el
siglo xix esta sustitución se produjo, por ejemplo, en la producción de acero,
lo que sólo dejó en manos de los trabajadores cualificados las tareas más
simples e inhumanas; en la actualidad, es ésta la lógica de la robótica, que se
propone sustituir el costoso trabajo humano tanto en el suministro de servicios
como en la producción de cosas. La descualificación también se está dando en el
campo de lo social, y en la misma medida: las habilidades para gestionar
diferencias de difícil tratamiento se pierden al tiempo que la desigualdad
material aísla a los individuos y que el trabajo temporal hace más superficial
sus contactos sociales y activa la ansiedad respecto del Otro. Estamos
perdiendo las habilidades de cooperación necesarias para el funcionamiento de
una sociedad compleja.
Mi argumento no se
debe a la nostalgia de ese pasado mágico en el que todo parecía
indiscutiblemente mejor. Al contrario, la capacidad de cooperar de maneras
complejas hunde sus raíces en las etapas iniciales de la evolución humana;
estas capacidades no desaparecen en la vida adulta. En la sociedad moderna se
corre el riesgo de desaprovechar estos recursos evolutivos.
Richard Sennet, Juntos. Introducción, Anagrama, Barna
2012
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