Eugenio Trías: "La funesta manía de pensar".
Ser libre es, formalmente, ser capaz de
autodeterminarse, o de concederse una ley propia. Pero esa determinación o ley
se halla inscrita en la aptitud lingüística. El ser libre es aquel que es capaz
de pronunciar en forma lingüística la ley que determina sus acciones; capaz,
por tanto, de responder de sus propios actos. O
que puede adecuar, en sus respuestas, su palabra con el
curso de sus acciones. Ser libre es lo mismo que ser responsable.Esa responsabilidad se
mide por la adecuación entre la expresión lingüística y la acción llevada a
cabo. Se funda, pues, en la verdad: adecuación de palabra y acto. De ahí la
extraordinaria profundidad del dictum
evangélico: la verdad os hará libres.
Un horror sin final, 20/03/1995
... lo más terrible
de esa uniformidad ideológica de la opinión pública consiste en el reflejo de
"cerrar filas", algo así corno un linchamiento moral en relación a
todo aquel que alguna vez cuestiona el dogma de este nacionalismo triunfante.
Se supone que ese nacionalismo es, de hecho, la forma misma de pensar de todo
catalán que se precie de tal. En consecuencia, rivalizarán la mayoría de las
opciones políticas e ideológicas por adecuarse lo más posible al dogma, sean
cuales sean sus etiquetas. Se trata de demostrar que se ha asumido Plenamente
el principio que concede patente de ciudadanía catalana y que no es otro que el
nacionalismo lingüístico.
El dogma del nacionalismo lingüístico, 27/02/1995
... a los poderes
políticos y económicos les interesa poseer una casta sacerdotal domesticada
que. legitime sus intenciones y proyectos; les incomoda, en. cambio, toda
inteligencia crítica, que va por libre. Por eso mismo porfían por dificultar el
libre despliegue de una palabra independiente de criterios y con cierta
capacidad por contradecir los dictados de la sabiduría convencional. De hecho
políticos, sacerdotes y profetas componen, desde muy antiguo, un peculiar triángulo del poder que se disputa
el favor y la aquiescencia de la opinión pública del momento. Importa, por esta
razón, traer a la, memoria de vez en cuando el arquetipo
de estas figuras, y en particular el modelo originario de la, egregia figura
del profeta, tal como se fue mostrando
en las tradiciones históricas del mundo judío y en la transmisión de las mismas
a través del excepcional, documento bíblico.
Profetas, 06/11/1994
En un momento de
declive de la pálida idea europeísta, demasiado entregado a las ciegas fuerzas
de la economía y de la burocracia, y de resurgimiento de los Estados nación, o
de toda la pléyade de naciones sin Estado candidatas a ese estatuto, sólo caben
dos posibilidades: inhibirse por entero de este infamante proceso de
descomposición y de retorno al peor pasado, o bien abrir la mirada y la mente a
perspectivas universales. Quizá se trate de ver más lejos que en la estricta
unidad Europa, que a la postre se revela menos firme en sus capacidades de
cohesión. Como decíamos Rafael Argullol
y yo en nuestra conversación titulada El cansancio de Occidente,
quizá no exista Europa sin adjetivo: Europa del Este, Europa latina,
Europa nórdica, Europa anglosajona, Centroeuropa; o si se quiere, Europa
bizantino-ortodoxa (Bulgaria, Rusia, Grecia, Serbia), Europa católica, Europa
protestante. No se puede construir un proyecto de verdadera enjundia y ambición
tan sólo basado en un terreno tan movedizo y aleatorio como el económico.
Europa está pagando ahora su más íntima traición: haberse querido construir sin
poner en primerísimo plano la discusión cultural. Hace un
año pensaba, con Rafael Argullol,
que era un organismo cansado. Hoy empiezo a pensar que está sencillamente en
estado terminal. Y lo digo con verdadera amargura, pues mi ser, mi vida y mi
destino es, desde luego, europeo.
La religión el espíritu,
07/09/1994
Si hay un tema que
parece gravitar sobre nosotros como el "gran tema de nuestro tiempo",
tal es el tema relativo al reconocimiento de la alteridad. Alteridad sexual,
étnica, cultural, mental. No es un tema estrictamente cultural, o de interés,
exclusivo en el debate intelectual. Es un tema político de primer orden. 0 se
orienta la atención y el ánimo hacia ese reconocimiento, o los viejos demonios
del exclusivismo, bajo forma etnocéntrica y racista, devorarán todo posible
horizonte de entendimiento entre los hombres. Pero reconocer la alteridad no es
nada fácil. Y el primer paso para lograr ese reconocimiento consiste, pura y
simplemente, en el conocimiento del
otro. Si el "otro" es, por ejemplo, una determinada tradición
cultural, o religiosa, o literaria, ese conocimiento exige, en gran medida,
poner entre paréntesis muchos de los conceptos a través de los cuales hemos ido
determinando nuestra propia identidad. Un sano relativismo cultural y una
conciencia crítica de relaciona los propios presupuestos culturales constituye
el necesario prólogo para la comprensión de lo ajeno. Pero así mismo, a partir
de ese conocimiento y reconocimiento de lo ajeno, puede ser posible también
volver a contemplar, con ojos distintos, nuestro propio mundo de cultura,
nuestras propias sociedades, nuestra historia. Todo ello significa evitar a
toda costa. el gran vicio de nuestras tradiciones humanísticas, que consistió,
quizás ya desde la Edad Media y el Renacimiento, en universalizar lo específico
de nuestra cultura cristiana y occidental, convirtiéndolo en el patrón desde,
el cual se ordenaban y jerarquizaban (por ejemplo, a partir del siglo XIX, a
través de pautas evolucionistas o historicistas) las distintas culturas y
civilizaciones. Sólo desde ese relativismo metodológico, siempre alerta
y vigilante en relación al vicio eurocéntrico, o a toda universalización falaz
de pautas morales, políticas o culturales de nuestro mundo occidental a otras
culturas y a otras mentalidades, sería posible avanzar poco a poco, hacia una
verdadera universalidad, hacia un concepto verdaderamente ecuménico de lo
humano.
Humanidades, 19/06/1992
Hoy es necesario
asegurar modos y métodos para que esa trágica conflictividad mundial o abismo
insalvable entre hemisferios del propio mundo, que
atenta contra los más elementales rudimentos de la noción de justicia, quede
reflejada en el concepto de democracia que deba
reinventarse. Eso significa dejar de lado los intentos de suturar esa herida
trágica, al modo socialdemócrata, heredero de la Segunda Internacional, con
todo su énfasis en el consenso y en la creación de una comunidad dialógica trascendental,
como pretenden Habermas y sus
escoliastas españoles. Por el contrario, es esa herida trágica, esa
conflictividad y lucha (que no es de clases, sino de mundos), lo que debe
situarse en primer plano. Y en relación a ello debe decirse que ningún clásico
de la economía política liberal puede,
hoy por hoy, servir nos de inspiración. ¡Breve ha sido el reinado de Adam
Smith, que algunos quisieron estos últimos años reinstaurar! El único clásico
que puede todavía inspirarnos (convenientemente releí do, repensado y recreado)
es, de nuevo, Carlos Marx. Lo afirmo
con la autoridad distante que puede darme no haber sido nunca un discípulo
devoto ni de su doctrina ni de sus seguidores. Lo afirmo con la convicción de
que algunas de sus intuiciones o concepciones no pueden ser olvidadas, a menos
que persistamos en ser ciegos en relación a los caracteres de nuestro mundo.
Sólo el tan maltratado y zaherido Carlos
Marx puede sernos útil, quizá, en la presente coyuntura.
Volver a Marx, 24/10/1990
Que la vía cívica
es necesaria y conveniente, ¿quién lo pone en duda? Pero no queda el ánimo, el
corazón, el ethos satisfecho ni con virtudes
privadas ni con vicios (o acaso posibles virtudes) públicos. Nuestro ethos contemporáneo busca algo más
que civismo cosmopolita y supuesta
(ilusoria o no) felicidad. Quizá lo que se
busca es Verdad (así, con mayúscula, como siempre ha sido la verdad). Quizá se
esté ya harto de tanta desmitificación
(retórica, sofistica, lógico-lingüística, desconstructivista, etcétera) de la
verdad. Ésta subsiste incólume, inmarcesible, retándonos, a modo de esfinge,
como depositaria del litigio entre el
sentido y el sin sentido. Y la religión (lo Mismo que, en última instancia, la
filosofía) tiene, a mi modo de ver, mucha más afinidad con ese trágico litigio que con cuestiones
éticas, políticas o estéticas. Como señalaba Kierkegaard, una "distancia infinita" separa a la ética
de la religión. Recientemente lo recordaba José
María Valverde en una entrevista que le hacía Norbert Bilbeny: el cristianismo, decía (y lo mismo debe decirse de
toda religión genuina), "no es una ética". Es, quizá, el eterno escándalo (trampa, celada, escollo)
en relación a toda ética.
Pensar la religión, 19/06/1990
Se espera que el
pensador produzca "ideas" que tengan rendimiento
y uso social. Hasta hay filosofías, hoy nuevamente en boga, como el
americano pragmatismo (que en su origen tuvo carácter renovador), que hacen de
ese "uso" y de esa efectividad" (rendimiento) el criterio para diferenciar si las proposiciones son verdaderas o no
lo son. En el extremo opuesto del mundo, en Anti-terra (para decirlo con la
ironía de Nabokov), rige el mismo código, si bien con una sobredeterminación
asiática y despótica. Rige el código de que los frutos del pensamiento deben
servir para "transformar el mundo". Sólo que se refuerza ese
principio pragmático con una "ciencia dialéctica" que quiere proclamar
la verdad inconmovible y dogmática que rige el mundo.Si algo está reprimido y
censurado en esta cultura, o incultura, de ejecutivos, de yuppies o de burócratas que nos domina, es
precisamente pensar por pensar, pensar "sin
efectividad", "sin rendimiento". Los griegos, que eran más
inteligentes y más listos que nosotros,
reputaban que lo más digno del hombre era su capacidad para pensar por pensar. Para los
griegos, lo que acercaba más a los hombres a los dioses era la theoría, de la que no se esperaba
ningún "uso social" ni ningún "remedio" o
"rendimiento".
La funesta manía de pensar,
06/11/1987
Selecció d'articles publicats al diari El País
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