Gent de paraula.
by Jaume Plensa |
“Son sólo palabras”. De este modo parecemos despachar el asunto anunciando (por
cierto con palabras) que ellas son secundarias. Pero no estará de más detenernos
ante tanta contundencia y desatención para con su importancia.
“Sólo el ser humano, entre los animales, posee la palabra. La
voz es una indicación del dolor y del placer; por eso la tienen
también otros animales. En cambio, la palabra existe para
manifestar lo conveniente y lo dañino, así como lo justo y lo injusto.”
Aristóteles sitúa de este modo el asunto con todo su alcance.
Somos seres de palabra, que necesitamos vivir en sociedad.
Quien “no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad,
sino como una bestia o un dios”.
La palabra no es un adorno, ni un ingrediente o complemento, ni un
sustitutivo de lo que existe. Ella es real y crea realidad. Produce efectos. Las
palabras hacen Las palabras dicen. Y decir es más que hablar.
Baste esta indicación para subrayar hasta qué punto es decisivo que cuidemos
nuestras palabras. No hay cuidado de uno mismo sin cuidado del
lenguaje. Es sintomático y delator que no falten quienes estiman que
eso no es determinante. No sólo se descuidan a sí mismos, descuidan a los otros.
Su insensibilidad para el detalle de lo que dicen y cómo lo dicen suele ir
acompañada en ocasiones de una gran atención por lo que se les dice o por lo que
se dice de ellos.
En definitiva, si bien una buena educación no se agota en el modo de utilizar
el lenguaje, ha de excluir ciertos modos de hablar. Resulta desconcertante a
primera vista que Sócrates, al referirse a
Teeteto, tras dudar de su aspecto y sin embargo gozar con lo
que dice y cómo, afirme que “quien habla bien es una bella y excelente
persona”. Ello confirma que tal hablar no se reduce a la forma de
expresarse, importante en todo caso, sino que requiere capacidad de argumentar y
de componer el discurso. Y la manera de vivirlo. Porque, efectivamente, decimos
con nuestro modo de vivir. “El verdadero ser del hombre es su obrar”, señala
Hegel. Éste es nuestro auténtico decir.
La verdadera mentira, lo que encierra una paradoja, no es que digamos lo
contrario de lo que pensamos, es que vivamos lo contrario de lo que decimos. El
buen decir, la verdadera palabra, es nuestra forma de
vida. Por eso se insiste en que lo difícil es ser bello por la forma de
vivir. Y por eso admiramos a quienes dicen lo que piensan, piensan lo que dicen
y hacen y viven lo que piensan y dicen.
Y en esto también una palabra desajustada introduce una suerte de injusticia
en el mundo, ya que el descuido desconsidera la virtud de la justicia que
“consiste en la apreciación de lo justo”. De nuevo,
Aristóteles.
Todo ello no evita la sospecha de que la palabra es poder y
puede ejercerse asimismo con poder, como poder y como dominio, como arma
arrojadiza, como fuerza de silenciamiento, como arrogancia de superioridad, como
una forma de expansión del saber imperante. Un adjetivo puede hacer un daño
sustantivo y comportarse como una acción. Y producir efectos. De ahí la
necesaria responsabilidad. Pero, en todo caso, estas consideraciones no impiden
reconocer que precisamente el conocimiento y cuidado de la palabra es también
un arma de libertad.
Amar las palabras, sentir su fuerza y su pasión, reconocer su capacidad de
relación, lo que nos ofrecen, entregan y transmiten, es clave para una buena
educación, que siempre incluye hablar, leer y escribir
adecuadamente, con justeza, con justicia. El descuido y la desconsideración con
las palabras, emboscados de supuesta franqueza, denotan insensibilidad e
impaciencia, y destilan falsa eficacia y abrupta “sinceridad”. Ello afecta de
modo radical al pensamiento minucioso y detallista, sencillo,
que no es una forma simple de pensamiento, sino que es un modo
sutil, un modo de pensar efectivamente.
La gramática, que incluye la sintaxis, o el
diccionario, que incorpora el léxico, no son normas vacías para
eruditos, sino posibilidades de pensamiento, de experiencias, cauces de
comunicación y de libertad, espacios para el encuentro y la creación. Y, sobre
todo, nuestras declaraciones, conversaciones y manifestaciones. Constituidos
como seres humanos, somos seres de palabra.
Ángel Gabilondo, El cuidado de las palabras, El salto del ángel, 24/02/2012
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