El valor de la creació.
Se cree que los valores tienen que existir de forma independiente de los
seres humanos, al margen de ellos. Que para ser reales tienen que ser
descubiertos, no creados. Se cree que tienen que existir en algún sitio –quizás
Dios nos los dé y nos los explique en libros sagrados labrados en piedra.
Cuando se plantea la creación de valores se piensa en filósofos como
Nietzsche, que enfatizan lo deseable que es acabar con todos los valores
heredados y empezar de cero creando nuevos. Esta perspectiva le parece
inquietante a algunas personas, porque si los valores son algo que simplemente
podemos crear, ¿qué nos impedirá crear unos, por ejemplo, de explotación?
Todas las formas de creación inician con el descubrimiento de algo; incluso
podríamos decir que el invento es el descubrimiento de algo que todavía no
existe. Es decir, para inventar algo hay que descubrir una posibilidad en el
mundo. Esto es un hecho objetivo: no se puede inventar algo que sea imposible.
Para inventar, por ejemplo, el helicóptero, como hizo Leonardo da Vinci, en
primer lugar tuvo que descubrir cuestiones básicas sobre las propiedades físicas
del aire, del movimiento, de la circulación... El descubrimiento viene primero,
y el invento es una aplicación práctica posterior.
Lo mismo se aplica al arte. Por ejemplo, las fotografías, como cualquier
arte, son creaciones, pero en cierta forma pueden considerarse como
descubrimientos: advertimos algo interesante en el mundo y es cuestión de
enmarcarlo de la forma adecuada y capturarlo. Esto es un acto creativo.
Evidentemente en el caso de la fotografía esta transición es evidente, pero en
cierta forma, la creatividad funciona así, siempre comienza con un
descubrimiento.
Si esto es la creación en términos generales, la ética y la moralidad son lo
mismo. Es pertinente hablar de los valores y de la moralidad como algo creativo,
que no es lo mismo que inventar –en el sentido de idear– lo que nos gusta de
forma caprichosa de la nada. Todo comienza con un descubrimiento.
Antes de poder empezar a crear valores tenemos que saber mucho sobre cómo
funciona el ser humano. No se puede crear una moralidad ética viable sin una
comprensión profunda de la naturaleza humana. La moralidad se trata de percibir
lo que hay en una situación que merece nuestra atención para a partir de ello
formar el tipo de valores que queremos.
En la ética, por tanto, también tenemos este elemento de creación que tiene
que partir del descubrimiento y la investigación de los hechos empíricos. En la
ética siempre está presente lo que los filósofos llaman el is-ought
gap, la brecha entre lo que es y lo que debería
ser, atribuido a David Hume. El filósofo escocés dice que basándonos
únicamente en los hechos del mundo no podemos deducir lógicamente nada relativo
a la moralidad. Cuando pasamos del es (is) al debería
(ought), siempre estamos emitiendo un juicio, y ese juicio es también
un acto creativo, estamos añadiendo algo al mundo que no estaba ahí de partida.
Es por ello que en la normativa, esto es, en lo que deberíamos de
hacer, siempre existe una brecha entre los hechos del mundo y nuestra
creación de valores.
Este tipo de creatividad tiene otro nivel. Está claro que dependiendo de los
valores que elijamos podemos crear un mundo, y hay muchas formas en que podemos
lograrlo: políticamente podemos, por ejemplo, proponer la baja de paternidad.
Como sociedad, si aceptamos el valor de que los padres, además de las madres,
pasen tiempo con sus hijos, cambiaría la naturaleza del mundo en que vivimos.
Cada vez que hacemos una elección y creamos valores, sobre todo en la esfera
política, estamos contribuyendo a darle forma a nuestro mundo humano, estamos
dando forma a la convivencia. Con estas elecciones cambiamos la naturaleza de la
realidad en la que vivimos, cambiamos el mundo en la medida en que cambiamos
nuestros valores.
Queda claro que tenemos que aceptar que sí creamos valores. Pero no los
creamos a partir de la nada, los creamos con referencia a hechos empíricos,
cosas que conocemos del mundo. Al final, las elecciones que hacemos y los
valores que creamos cambian el mundo que nos rodea.
II El valor de la creación
Considero que hay cuatro valores que podemos atribuirle a la creatividad.
Valor económico de la creación
Puede parecer el menos problemático. Que la creatividad tiene un valor
económico no nos suscita demasiados interrogantes, porque es el mercado el que
se encarga de este valor. Si un cuadro tiene un valor económico significa que
alguien está dispuesto a comprarlo, y su valor depende de lo que alguien esté
dispuesto a pagar por él. Sin embargo, sería muy ingenuo pensar que los mercados
se autorregulan a la perfección. De hecho, no hay ninguna economía en el mundo
en que las estructuras de la sociedad política y sus decisiones no afecten el
valor que se les atribuye a las cosas. Los incentivos, las subvenciones, los
impuestos y los reglamentos cambian el valor de las cosas.
Valor social de la creación
Hace poco tiempo se dieron cuenta en Singapur de que aunque tenían una
economía sólida carecían de un alma cultural. Esto suponía problemas prácticos
no solo a la hora de fomentar el turismo y hacerlo atractivo como destino, sino
también lo hacía un lugar menos interesante para vivir. El gobierno de Singapur
tomó una decisión deliberada al intentar mejorar la vida cultural de la ciudad,
y no únicamente porque se sentaran con los contables para darse cuenta de que
esto era necesario para el crecimiento económico futuro.
Valor personal de la creación
El movimiento romántico se centraba en la idea de que el arte tiene que ver
por encima de todo con la expresión del artista. En cierto sentido se
consideraba que el público era algo secundario.
Hoy podríamos pensar que este valor no nos debe preocupar, que no es algo que
ni las organizaciones civiles ni los gobiernos deban tener en cuenta. Sin
embargo, sería un error, pues realizar una tarea creativa puede ser una de las
cosas más gratificantes del ser humano. Como sociedad debería importarnos que
esto sea posible para la mayor cantidad de personas. ¿Qué otra cosa debería
interesar más a la sociedad que maximizar el bienestar de sus propios ciudadanos
a nivel individual?
Si reconocemos que hay un valor personal profundo en la vida creativa,
entonces podemos pensar formas para lograr que esa vida sea posible e idear
incentivos para conseguirla.
Valor estético de la creación
Hay ciertas formas de creatividad que no mejoran la economía, que no mejoran
nuestra vida social y que tampoco hacen que la vida del individuo creativo sea
más gratificante. Estoy pensando, por ejemplo, en un artista torturado que tiene
mucho talento pero que no le satisface crear. En esta situación en la que no hay
un valor personal, ni económico, ni social, ¿tiene algún valor crear? Yo creo
que sí, y lo llamo valor estético.
III Crear valores de la creación
Las decisiones que tomamos referentes a qué aspectos del valor de la creación
queremos enfatizar y cultivar son las que cambiarán las formas de ver y
relacionarse con el arte. Este es un aspecto especialmente importante por el
momento en que vivimos. Hoy –ya que las cosas están cambiando de manera
acelerada, en parte porque la tecnología está cambiando vertiginosamente– hay
tres desafíos que tienen que ver con el valor de la creación. Uno de estos
desafíos está relacionado con la propiedad. Tenemos un movimiento de códigos
abiertos (open source) en el software, tenemos cosas como Creative
Commons, en donde la gente puede reproducir una obra creativa sin pagar una
licencia, y tenemos Wikipedia, también de acceso gratuito. Nos encontramos con
un movimiento que está cambiando la naturaleza de la propiedad del trabajo
creativo, porque idealmente, de acuerdo a esta tendencia, este debería ser
gratuito.
La segunda de las problemáticas es la manera en que la distribución digital
está afectando el valor económico de la obra creativa, que a menudo se refleja
en recortes de beneficios a los creadores. Esto sucede, por ejemplo, en el mundo
editorial: Amazon tiene un domino del mercado tan abrumador que puede obtener
descuentos leoninos de las editoriales y como resultado cada vez menos
porcentaje del costo del libro va al autor.
Y de manera más seria, el tercer tema peliagudo son las leyes internacionales
de patentes y derechos de propiedad en las farmacéuticas. Es una problemática
que tiene que ver con la justicia. ¿Protegemos los derechos intelectuales sobre
las medicinas? Habrá que pensarlo, pues al hacerlo estaríamos limitando el
acceso general a ellas.
IV Desafíos y sugerencias
En primer lugar, me parece claro que tenemos que evitar la idea de que la
solución final es el acceso gratuito para todos. Siempre hay una tentación de
celebrar la anarquía de los nuevos medios. Sin embargo, el valor de la
experiencia y la excelencia es algo a tener en cuenta. La idea de la gratuidad y
el libre acceso del trabajo creativo falla en puntos esenciales, en primer
lugar, porque se trata de una falacia democrática. No todas las formas de
creación son igualmente buenas. La idea de que todo sea gratis suena muy bien,
pero entonces cómo medir la excelencia y cómo valorar y cultivar la creatividad.
Necesitamos expertos, personas que realmente entiendan y dominen áreas de
conocimiento.
Por otro lado, también tenemos que considerar el valor potencial de las
entidades individuales. Es un cambio importante. Las entidades singulares –como
Microsoft, Apple, Amazon y Google– tienen más poder que nunca debido a la
interconectividad. Cuando hablábamos antes de controles normativos sobre la
propiedad intelectual no pensábamos en un mundo en que fuera posible que un solo
jugador tuviera un dominio tan grande. Esto es algo que habría que equilibrar.
Decía que hay que evitar la idea de gratuidad absoluta y libre acceso, en donde
toda la información esté disponible y posiblemente sea devaluada, pero al mismo
tiempo tenemos que pensar en que si permitimos que estas entidades controlen la
propiedad intelectual demasiado podría conducir a la creación de monopolios, que
tampoco son óptimos. Desde los orígenes de la economía moderna con Adam Smith se
ha reconocido que tenemos que tener cuidado con los monopolios y los cárteles, y
que hay que legislar para evitarlos. La naturaleza cambiante de la tecnología
supone que los modos en que los monopolios surgen han cambiado, y nosotros
tenemos que cambiar en consecuencia.
Julián Baggini, Cómo se hace un valor, Letras Libres, 04/01/2012
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