Si en los días anteriores a la consumación de la reforma laboral Rajoy
predicaba de ella que sería amplia, profunda y equilibrada, una vez perpetrada
ha dado en calificarla de justa, buena y necesaria. La tríada adjetival es la
vaselina destinada a reducir los desgarros que la violación ha comenzado a
provocar en el cuerpo social. ¿Que por qué siempre tres adjetivos y no uno o
dos? Por una cuestión de ritmo, desde luego, pero también por un problema de
carácter técnico con la verdad. Si hubiera afirmado de la reforma que era justa,
y solo justa, siendo tan obvio su desafuero, éste habría resultado aún más
evidente. Podría haber dicho solo que era buena, pero quizá se habría puesto
rojo de vergüenza ante una mentira tan palmaria. De haberse quedado en que era
necesaria, muchos nos habríamos preguntado para quién. Recitando que era justa,
buena y necesaria construía una letanía en la que lo que se escuchaba, más que
su significado, era su sonido, su cadencia, su música (su sonido, su cadencia,
su música, ¿verdad que suena bien?). Pura trampa retórica al servicio de ocultar
la basura. Observen la diferencia con De Guindos cuando se limitó a calificarla
de extremadamente agresiva. Frente a la verdad, la retórica desaparece. Nada de
tríadas que pudieran confundir o despistar. Podría haber dicho que era
extremadamente agresiva, extremadamente belicosa y extremadamente pendenciera,
pero la carga adjetival habría puesto en guardia a su interlocutor (¿de qué me
quiere convencer?). Algo extremadamente agresivo es algo extremadamente agresivo
y punto, al modo en que un cuchillo corta o no corta. Reparen también en el
ejemplo de Rosell, el jefe de la patronal, cuando le dijo a su segundo que se
aguantara la risa ante las cámaras. No le dijo aguántate la risa, reprime la
alegría y disimula el contento. Entendemos por qué.
Juan José Millás, Retórica, El País, 24/02/2012
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