Teoria de la degeneració.
Mark Twain |
Aclaremos de entrada, para no engañar a nadie, que la degeneración darwiniana
fue una teoría de finales del XIX que carecía por completo de fundamento. ¿Qué
es evolucionar a peor? ¿Acaso son mejores las patas que las aletas? Sin embargo,
los partidarios de aquella idea sugerían que los delfines eran mamíferos
degenerados, puesto que habían modificado sus patas. ¡Y para qué hablarles de
las serpientes, que carecían de extremidades! ¡La degeneración en forma de
bestia! Mark Twain se burló de estas aproximaciones (en otra ocasión escribí
aquí mismo sobre él, pero creo que no conté esta historia).
Decía Twain, con su característica ironía, que los humanos descendíamos de
animales superiores, como las anacondas, y éstas a su vez de otros animales aún
mejores, y así la vida habría ido, poco a poco y durante largo tiempo,
degenerando desde algún ancestro lejano casi perfecto, “tal vez un átomo”. Lo
argumentaba invocando un experimento que se atribuía: tras colocar una anaconda
con varios becerros, se comió uno y no molestó al resto, en cambio un conde
inglés en las Grandes Llanuras mató un montón de bisontes y los dejó pudrir; sin
duda, el conde era una anaconda degenerada.
El más conocido defensor de la
teoría de la degeneración se llamó Lankester y fue director del Museo Británico
de Historia Natural. A Lankester, un buen hombre de su tiempo, le preocupaba
seriamente que los ingleses degeneraran: “Debemos saber que estamos sujetos a
leyes naturales y tenemos tantas posibilidades de mejorar como de empeorar”.
Pensó, por tanto, en recetas posibles para evitarlo, y encontró una: potenciar
la investigación “para ser capaces de orientarse en el futuro a la luz del
pasado”.
Estamos involucionando, se diría, aunque nada tenga ello que ver con Darwin y
la biología. Tal vez, como Lankester sugería hace 130 años, la respuesta a esta
crisis esté en el conocimiento. Pero el propio hecho de involucionar nos lleva a
despreciarlo.
Miguel Delibes de Castro, Involución, Público, 11/02/2012
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