Localitzar el punt F en el cervell.
En un hermoso paralelismo histórico, mientras de un lado aumentaban los
ingresos de otro crecían las recetas parea sacar provecho al nuevo estatus de
la personalidad.
Desde manuales para saber vivir o tratados para disfrutar mejor unas
semanas, las editoriales cultivaron un bosque de publicaciones destinadas a
abrillantar la riqueza, a personalizar el bienestar y a escoger una vida mejor,
dinero aparte.
De hecho no pocas investigaciones sobre el proceder del cerebro se
encaminaban a localizar un punto Fde felicidad como correlato al punto G de la
sexualidad, ya pasado de moda. El placer cerebral base primordial del saber lo
comprendía prácticamente todo pero, en primer lugar hacia presagiar que
atendiendo bien esa área inteligente la vida alcanzaría un nivel superior. No
habría de bastar pues ser listo en los negocios sino que fue cada vez más
relevante estar avisado para lograr una vida feliz. Y sin que una cosa excluyera
a la otra.
Prepararse para ser feliz llevó a vender más libros que cualquier otro manual
orientado a ser más ricos. De hecho, nunca en ka Historia de la especie se
vivió con tal intensidad la obsesión, la obstinación y hasta la obligación de
ser feliz. Mientras la religión cristiana tuvo relevancia lo chic era el dolor.
Lo prestigioso, como decía Nietzsche era declarar que se padecía horrendas
jaquecas y que siempre se dormía mal. El sentirse mal o muy mal en este mundo
podría ser una señal de un gusto espiritual exquisito puesto que lo realmente
elegante radicaba en ir al cielo.
De otra parte, la Historia de la Humanidad, con o sin capitalismo salvaje, no
ha dejado de presentar motivos trágicos y consecuencias tan sangrantes como
desgarradoras. A la reiterada tristeza de la crónica mortalidad infantil, se
unía la amargura de las pandemias, las plagas de langostas y las bombas
atómicas. Sólo estos quince años desde finales se los noventa a comienzos del
siglo XXI permitió tratar de pensar en la felicidad como una de las mercancías a
incluir en el sistema personista del capitalismo de ficción. La felicidad o el
bien que se ofertaba entre muchísimos otros como una insólita propuesta de los
tiempos en los que ha apestaba la saturación hiperindividualista.
Sin duda buscar la felicidad, soñar con ella o dar unos sorbos de ella , fue
un asunto de toda la vida y de todas las vidas, fauna y flora incluidas. Lo
significativo, sin embargo, de aquellos años previos a esta Gran Crisis es que
se perfilara la dicha como un bien accesible, un artículo posible si se posee la
debida enseñanza para cazarlo.
De hecho, prácticamente, todos los libros de autoayuda - tan abundantes que
desde hace años posee una sección propia y extensa en las librerías- son de la
misma naturaleza. Directa o indirectamente, los libros de autoayuda van
encaminados a adiestrarnos e ser felices y todos juntos, los de hallar la
felicidad espiritualmente o por stretching vienen cargados de consejos,
estudios, ejercicios prácticos o meditación a la manera de un manual del
consumidor ya avezado y maduro. Porque ser feliz en este mundo y cuánto más
mejor requiere, sin duda, la relación con los demás puesto que sin ellos la
felicidad nunca será posible. El superindividualismo fue la enfermedad infantil
del capitalismo tardío pero hoy el "personismo" es la clave eléctrica del
bienestar. La felicidad funciona bien, las luces se encienden, el fruto luce,
dependiendo de las conexiones interpersonales.
De hecho, con las redes sociales el mundo se electrificó desde uno a otro
confín. O como decía Lenin: socialismo es igual a electricidad más
revolución.
Esta revolucionaria luminaria supuestamente "feliz", sin embargo,
ha venido a chisporrotear en los últimos cinco años y si la Gran Crisis no ha
reducido el grado de conectividad globalizado sí ha rebajado la bondad de las
conexiones hasta llegar a este 2012, año bisiesto en que son mellizos tanto el
desempleo como una orgánica oscuridad social. La vida dirigida a brillar gracias
a la extensión de libros, profesores, carteles, masajes y spas ha ido perdiendo
su próspera intensidad y en esta nueva atmósfera de recesiones nacionales ha
emergido un nuevo pensamiento sobre el yo y los demás. ¿Un pensamiento triste?
Vicente Verdú, Felicidad: esa luz que se apaga, El Boomeran(g), 27/02/2012
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