Localitzar el punt F en el cervell.


La prosperidad económica se hizo tan extensa y duradera que a los largo de los años anteriores a la crisis, desde 1995 a 2007, aproximadamente, que brotaron como setas de temporada miles de libros editados con el tema de la felicidad en sus contenidos. Libros que se dedicaban a enseñar cómo ser feliz, como evitar el sufrimiento, como prolongar la vida dichosa sin importar la estatura, el sexo, o la edad.

En un hermoso paralelismo histórico, mientras de un lado aumentaban los ingresos de otro crecían las recetas parea sacar provecho al nuevo estatus de  la personalidad.

Desde manuales para saber  vivir  o tratados para disfrutar mejor  unas semanas, las editoriales cultivaron un bosque de publicaciones destinadas a abrillantar la riqueza, a personalizar el bienestar y a escoger una vida mejor, dinero aparte.

De hecho no pocas  investigaciones sobre el  proceder del cerebro se encaminaban a localizar un punto Fde felicidad como correlato al punto G de la sexualidad, ya pasado de moda. El placer cerebral base primordial del saber lo comprendía prácticamente todo pero, en primer lugar hacia presagiar que atendiendo bien esa área inteligente la vida alcanzaría un nivel superior. No habría de bastar pues ser listo en los negocios sino que fue cada vez más relevante estar avisado para lograr una vida feliz. Y sin que una cosa excluyera a la otra.

Prepararse para ser feliz llevó a vender más libros que cualquier otro manual orientado a ser más ricos. De hecho, nunca en ka Historia de la especie  se vivió con tal intensidad la obsesión, la obstinación y hasta la obligación de ser feliz. Mientras la religión cristiana tuvo relevancia lo chic era el dolor. Lo prestigioso, como decía Nietzsche era declarar que se padecía horrendas jaquecas y que siempre se dormía mal. El sentirse mal o muy mal en este mundo  podría ser una señal de un gusto espiritual exquisito puesto que lo realmente elegante radicaba en ir al cielo.

De otra parte, la Historia de la Humanidad, con o sin capitalismo salvaje, no ha dejado de presentar motivos trágicos y consecuencias tan sangrantes como desgarradoras. A la reiterada tristeza de la crónica mortalidad infantil, se unía la amargura de las pandemias, las plagas de langostas y las bombas atómicas.  Sólo estos quince años desde finales se los noventa a comienzos del siglo XXI permitió tratar de pensar en la felicidad como una de las mercancías a incluir en el sistema personista del capitalismo de ficción. La felicidad o el bien que se ofertaba entre muchísimos otros como una insólita propuesta de los tiempos en los que ha apestaba la saturación hiperindividualista.

Sin duda buscar la felicidad, soñar con ella o dar unos sorbos de ella , fue un asunto de toda la vida y de todas las vidas, fauna y flora incluidas. Lo significativo, sin embargo, de aquellos años previos a esta Gran Crisis es que se perfilara la dicha como un bien accesible, un artículo posible si se posee la debida enseñanza para cazarlo.

De hecho, prácticamente, todos los libros de autoayuda - tan abundantes que desde hace años posee una sección propia y extensa en las librerías- son de la misma naturaleza. Directa o indirectamente, los  libros de autoayuda van encaminados a adiestrarnos e  ser felices y todos juntos, los de hallar la felicidad espiritualmente o por stretching vienen cargados de consejos,  estudios, ejercicios prácticos   o meditación a la manera de un manual del consumidor ya avezado y maduro. Porque ser  feliz en este mundo y cuánto más mejor requiere, sin duda, la relación con los demás puesto que sin ellos la felicidad nunca será posible. El superindividualismo fue la enfermedad infantil del capitalismo tardío pero hoy el "personismo" es la clave eléctrica del bienestar. La felicidad funciona bien, las luces se encienden, el fruto luce, dependiendo de las conexiones interpersonales.

De hecho, con las redes sociales el mundo se electrificó desde uno a otro confín. O como decía Lenin: socialismo es igual a electricidad más revolución.

Esta revolucionaria luminaria supuestamente "feliz", sin embargo, ha venido a chisporrotear en los últimos cinco años y si la Gran Crisis no ha reducido el grado de conectividad globalizado sí ha rebajado la bondad de las conexiones hasta llegar a este 2012, año bisiesto en que son mellizos tanto el desempleo como una orgánica oscuridad social. La vida dirigida a brillar gracias a la extensión de libros, profesores, carteles, masajes y spas ha ido perdiendo su próspera intensidad y en esta nueva atmósfera de  recesiones nacionales ha emergido un nuevo pensamiento sobre el yo y los demás. ¿Un pensamiento triste?


Vicente Verdú, Felicidad: esa luz que se apaga, El Boomeran(g), 27/02/2012 

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