Neoluddisme: contra la màquina digital.
Aunque dos terceras partes del planeta no están conectadas a Internet, la
época contemporánea ya se ha establecido como la “era digital” y su panteón ha
consagrado a un Dios (Steve Jobs), ha coronado un rey (Bill Gates) y condenado a
un demonio (Kim Dotcom). Ese tercio que viaja por las redes se ha bastado
para definir este tiempo que identifica, cada vez más, lo real con lo virtual,
el tiempo con la velocidad de conexión, el espacio con el ancho de banda, el
horizonte con la pantalla…
Por esos cables se desliza asimismo una ética (Pekka Himanen la llama “nética”), que hoy marca la moral
productiva del capitalismo así como los conflictos generados por el vértigo de
su apoteosis conectiva. Con el desplazamiento del PC al teléfono (bajo
cualquiera de sus formas), nos vamos convirtiendo en un ciborg cotidiano para
quien el archivo se ha transparentado, las puertas del laboratorio se han
dinamitado, los medios de comunicación se han multiplicado, las fronteras entre
lo privado y lo público se han derribado. ¿Qué decir, entonces, de lo que hasta
hace poco compartíamos como sociedad y como arte, como literatura o
política?
Con estos truenos, no puede resultar extraño el crecimiento paulatino de una
tendencia a la desconexión, o al desenchufe radical de nuestra cableada
experiencia. Una sintomatología que podemos percibir en el sueño de regresar a
cierta escala táctil o a la magnitud artesanal de los oficios (como ha evocado
Richard Sennett). En la nostalgia por el slow food y
en la añoranza de la hemeroteca. En la reivindicación del vinilo o en el réquiem
por el papel.
Bajo estas actitudes subyace, de muchas maneras, un
nuevo tipo de ludismo. Una ira —más o menos enfática— que quizá tuviera su
momento seminal en un día de 1978; cuando el FBI clasificó a Unabomber como
“neoludita”. Leído —cómo no, por Internet— el manifiesto contra la sociedad
industrial que sostenía a sus acciones, podemos constatar, sin embargo, que el
prefijo “neo” era exagerado; y que el terrorista se comportaba más bien como un
ludita convencional, atrapado en su particular Rage Against The Machine.
Pero el ludismo contemporáneo es algo más complejo y en ningún caso debe
reducirse a la tecnofobia. (No tratamos con un escuadrón de cascarrabias que
optan por regalarse una jornada, unplugged, de vida “natural”). Es más, buena
parte de los nuevos luditas son disidentes de la tecnología (el caso sintomático
de Jaron Lanier), cuya comprensión de la “máquina” no está
dirigida contra los artefactos sino contra el sistema que los aloja. Plantados
entre las nuevas tecnologías y su anacrónica legalidad, encontramos lo mismo a
autoproclamados “luditas sexuales” (cuyo objetivo no es otro que “dar rienda
suelta a las pasiones inmorales”, en la cotidianidad y en las intimidades), que
a esos crackers ultratecnológicos capaces de desmantelar cualquier
sistema (desde archivos militares hasta webs de celebrities). A ecologistas y a
movimientos antisistema. A las teorías del colectivo Tiqqun sobre el presente de la Guerra Civil y a las
performances de Eric Cantona contra la omnipresencia de los bancos. No conviene
olvidar, en ningún momento, el ludismo “estatal” de los Gobiernos opuestos a
Internet.
En la blogosfera, por la parte que le toca, el
anónimo ataca a la autoría, el hacker al sistema mismo del blog, el troll
al sentido…
Desde Kafka, Musil o Deleuze, sabemos que las máquinas no son sólo los
ferrocarriles y los ordenadores, los tanques de guerra y las catapultas: lo
maquínico se inserta en nuestros cuerpos y comportamientos. Vistos los apéndices
de nuestra vida interconectada, no cabe duda de que esa convicción está a punto
de alcanzar su apoteosis. Y que las batallas de los luditas actuales tendrán,
cada vez más, la forma de una contienda fisiológica, casi “natural”.
Acaso el nuevo ludismo represente la militancia de una sociedad líquida
(descrita por Bauman) contra un poder sólido. Y si desde Karl Marx hasta Marshall Berman, “todo lo sólido se desvanecía en el aire”, hoy
podemos decir que todo lo sólido parece disolverse en la Red. Incluidos nosotros
mismos; expuestos como estamos a cerrar el círculo suicida que caracteriza
también, no lo olvidemos, a cualquier ludismo que se precie.
Iván de la Nuez, Rabia desde la máquina, Babélia. El País, 11/02/2012
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