Què és argumentar?
by Maximo |
Cuando alguien argumenta algo, nos toma en serio. Y se agradece. Porque argumentar es ofrecer razones
que tienen en cuenta no sólo de qué se trata, sino con quién se habla.
No para decir exclusivamente lo que el otro quiere oír, sino para tener
presente su inteligencia y su sensibilidad.
Pero todo resulta acuciado por la prisa. No hay
espacio ni tiempo, no sólo que perder sino apenas que ganar. El espacio y
el tiempo parecen arrasados. Nada de demorarse. Y para colmo de
despropósitos, llamamos “rodeos” a los argumentos. Importa la opinión,
la posición y se desatienden las razones. En tal caso, la polémica no es
la controversia entre ellas, sino el choque frontal de las posiciones. Y
no está mal que se encuentren, pero esgrimiendo los argumentos.
Y en el festín de los topetazos, el cuidado se considera tibieza. Para
tal faena de exhibición bastan unas dosis de prejuicios, una somera
información, algunos tópicos, con los correspondientes intereses, para
proponer certezas supuestamente incontestables. Eso sí, y para airearlas
con firmeza.
Lo que ocurre es que no pocos asuntos, muchos de especial relevancia, se desenvuelven en el terreno de lo discutible, de lo debatible, de lo que puede ser de una u otra manera y, por tanto, con alta “problematicidad”.
Y entonces se trata de decidir para elegir lo más plausible, lo más
preferible, lo más razonable. Ello defrauda a los partidarios de
verdades incontestables, aquellas que incluso ya se las saben de
antemano y que no buscan más que la adhesión. En tal caso no cabe una
efectiva conversación.
Hay cuestiones que pueden resolverse, asuntos que pueden dilucidarse y demostrarse. La demostración se asienta sobre una serie en gran medida deductiva a partir de determinados elementos propuestos. Y conduce a una conclusión. Pero no siempre las cuestiones de la vida, personal, social y política se clausuran de ese modo. La argumentación
no es una simple demostración. Busca influir por medio del discurso,
busca la implicación de un auditorio, tiene que ver con la vinculación
efectiva de personas y precisa de una serie de buenas razones para
alcanzar, no tanto una conclusión, cuanto un espacio abierto en las que
ellas reclamen, propicien y permitan una decisión, una
buena decisión. Y ésta suele estar envuelta en incertidumbres, en
argumentos encontrados. Y no es de extrañar que algunos consideren que
tiene este componente “trágico”. A lo que se añade el hecho de que no
basta persuadir, hay que convencer. Y
aquí no es suficiente con estar convencido, lo que ya es una conquista,
hay que ser convincente. Se argumenta para alguien. Los argumentos no
tratan de imponerse, se ofrecen.
Cicerón nos enseña que las grandes decisiones de la vida, “¿con quién viviré?”, “¿a qué dedicaré mi vida?”, “¿me empeñaré o no en esta batalla?” no se dilucidan con una demostración y precisan argumentación. Exigen decisiones, que no son soluciones, sino resoluciones.
La prisa no puede ser una coartada para el descuido o la desatención,
para el atajo que margina los argumentos. Resultaría ofensivo. Sin
embargo, en ocasiones, los formatos, los espacios, los escenarios que
nos otorgamos para la escucha y para la palabra no parecen apropiados
para la argumentación consistente, lo cual no significa necesariamente
que haya de ser premiosa o cargante. La palabra se encuentra, entonces,
perdida entre palabras, algo extraviada entre dichos, dimes y diretes,
entre eslóganes y titulares que nos arrojamos unos a otros, unos contra
otros, sin más posibilidad que impactarnos. No, desde luego, de
convencernos.
Todo ello no es un argumento contra la brevedad, contra la brillantez
argumentativa de quienes nos ofrecen fuerzas y razones, de quienes nos
informan directa y claramente, de quienes ajustan extraordinariamente su
verbo y a quienes tanto admiramos y con quienes tanto aprendemos. Pero
la capacidad de conmover, de deleitar y de convencer
requiere sus argumentos, no necesariamente convencionales. Su olvido
propicia un enorme deterioro, personal, social y político, e impide el
efectivo diálogo y la imprescindible comunicación.
Ángel Gabilondo, Argumentar es más que opinar, El salto del ángel, 17/02/2012
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