Mas allá de lo que un amigo y colega americano denomina cinismo
trascendental de una parte de la clase política, tras los debates actuales
sobre la actitud a adoptar frente a las medidas económicas que apagan el alma de
los ciudadanos, está una vez más en juego la concepción misma de la tarea
humana. ¿Está el ser humano condenado a esa tortura a la que remitiría la
etimología del término mismo trabajo (otras etimologías más o menos fantasiosas
tampoco arreglan, pues hacen del trabajo la privación de la actividad que
caracterizaría a los no siervos), o es pensable una sociedad en la que la tarea
esencial de todos y cada uno sea aquella en la que se fertilizan nuestras
potencialidades? ¿Cabe una sociedad en la que aquello que Aristóteles denominaba
filosofía sea algo no sólo presente sino cosa de todos? ¿O más bien está el ser
humano condenado a pensar que subsistir es ya mucho?
Sino en la conciencia, al menos en la memoria oculta persiste
un rescoldo del ingenuo estupor que, en todos y cada uno de nosotros,
precedió el sí conmovido ante las cosas y la vida:
"Guardianes del recuerdo de la edad dorada, garantes de la
promesa que la realidad no es lo que se cree, que el esplendor de la poesía, que
la luminosidad maravillosa de la inocencia pueden resplandecer y pueden
llegar a ser la recompensa que nos esforzamos en
merecer".
Víctor Gómez-Pin, La obsesiva pregunta, El Boomeran(g), 23/02/2012
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