La cultura de l´excepció.


De la crisis ha emanado una cultura de la excepción. La reiteración en la idea de que vivimos circunstancias extraordinarias —de las que por supuesto nadie quiere reconocer la responsabilidad— que requieren soluciones excepcionales es muy nociva para la democracia. Primero, porque la idea de excepción contiene siempre la posibilidad de forzar los mecanismos democráticos, en nombre del riesgo de un mal mayor. Lo hemos visto en los procedimientos que se han utilizado en Grecia e Italia para cambiar los Gobiernos o en el empeño alemán en gobernar Europa como si fuera un protectorado, con pleno desprecio de la autonomía de las instituciones comunitarias. Segundo, porque la cultura de excepción permite camuflar en las urgencias medidas de choque que cambian completamente las reglas y el campo de juego: las condiciones laborales de los trabajadores, con la coartada de la crisis, harán un retroceso extraordinario. Y los equilibrios entre lo público y lo privado están sufriendo un vuelco espectacular ante la impotencia de la política. Tercero, porque la excepción establece una determinada jerarquía: subordina todos los demás problemas políticos a la economía. Lo que permite un triple juego: reducción de la idea de bienestar a lo económico, aplazamiento de los problemas políticos incómodos (modelo de Estado, por ejemplo) y contrareforma cultural para adocenar a la sociedad conforme a un modelo conservador, cargado de condicionamientos religiosos. El PP es la vanguardia de esta estrategia: el dinero, la patria y la cruz.

Josep Ramoneda, Política y sentido, El País, 08/02/2012
http://politica.elpais.com/politica/2012/02/08/actualidad/1328724750_551614.html

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