Paranoia o com escapar del control digital.
La capacidad de las tecnologías digitales para capturar y procesar
información a gran escala está facilitando el desarrollo de una
situación social de control a gran escala. Teléfonos móviles, cámaras de
videovigilancia, y especialmente Internet y sus redes sociales son
instrumentos capaces de monitorizar constantemente la actividad de sus
usuarios. Esta potencialidad técnica resulta irresistible para cualquier
entidad, agencia o persona cuyo principal objetivo sea la acumulación
de poder.
La posibilidad de espiar a los adversarios políticos y empresariales, de conocer y manipular las pulsiones de la población, son recursos demasiado jugosos como para creer que los organismos que controlan estas tecnologías se auto-limitan.
No se trata de una cuestión ética que se pueda confiar al criterio
moral de las personas responsables, sino de una cuestión política que es
necesario regular con mecanismos tecnológicos y legales que garanticen
la privacidad de las comunicaciones, condición necesaria para vivir en
una sociedad democrática.
Dadas las recientes informaciones sobre el estado de la cuestión,
podemos dar por sentado que un gran número de políticos, empresarios y
altos cargos, tienen sus conversaciones y correos intervenidos. Es
decir, personas que manejan información confidencial, que indirectamente
nos afecta a todos, están siendo vigiladas por agencias opacas. Además,
estas entidades acumulan indiscriminadamente toda la información que
pueden, obteniendo un poder que les convierte potencialmente en árbitros
de cualquier situación o conflicto.
Siendo ciudadanos de a pie, podemos pensar que nosotros no somos tan
importantes como para preocuparnos por ello, que tampoco tenemos nada
que perder. Sin embargo, todos somos importantes:
Primero como agregado, la suma de todos representa la base de la sociedad. La posibilidad de conocer los más ínfimos detalles de la población y de su comportamiento, genera un capacidad de influencia que cambia las reglas de juego político y económico. Esto pone en peligro el funcionamiento democrático de la sociedad.
Segundo, porque cualquiera puede ser una “persona de interés” en un momento dado, tal como dice el argumento de la serie Persons of Interest (Vigilados, en español). En esta serie, una Inteligencia Artificial omnisciente analiza todos los datos digitales producidos, e identifica personas que estarán involucradas en un crimen (una transgresión del orden social). Los héroes de la serie deciden si la persona de interés será el criminal o la víctima, y actúan en consecuencia, salvándole o destrozándole la vida.
El mensaje explícito de esta serie, y de la mayoría de las grandes
producciones, es que el poder es bueno por definición, y por lo tanto el
control tecnológico intensivo solo puede producir efectos positivos.
Se trata de la narrativa básica de legitimación del orden social, que
en este caso promociona la aceptación pasiva del totalitarismo digital.
Pero el mensaje secundario, implícito, es que todos podemos ser
importantes en un momento dado, o estar en contacto con alguien que
pueda tener alguna importancia social estratégica. Te puede tocar a tí, para bien o para mal todos estamos expuestos al juicio de los héroes misteriosos.
La realidad del espionaje global es tan
kafkiana que resulta difícil de creer, y las conclusiones son tan
radicales que resulta difícil tomarlas en serio.
Pero las evidencias son apabullantes. Los papeles filtrados por Snowden
y por otros antes que él no dejan lugar a dudas. Vivimos en una
sociedad digital ultra-vigilada, avanzamos hacia una sociedad digital
totalitaria. La única frontera es la capacidad técnica para hacer uso de
toda esa información que nos expone – a todos y a cualquiera – ante la
mirada indiscreta de quien se siente en la torreta del panóptico:
Google, NSA, Zuckerberg o un técnico de rango medio que se enamoró de
nosotras en la fiesta de fin de año.
Es difícil saber el grado de desarrollo de los medios técnicos y
humanos para catalogar toda la información que se recoge, pero está
claro que el deseo totalitario de control existe. Cada nueva revelación
de la NSA amplía aún más el límite de lo imaginado: las últimas
informaciones hablan de puertas traseras instaladas rutinariamente en
software y hardware. Parece que incluso nuestros teléfonos móviles se
pueden activar a distancia para ser usados como micrófonos o cámaras.
Sea como fuere, podemos contar con que todo control técnicamente posible y económicamente viable será realizado con vistas a su utilización futura.
Ante la situación, lo más cómodo es aceptar que después de
todo, a nadie le interesan nuestras conversaciones insustanciales. Que
podemos vivir tranquilos siempre que seamos unos don nadie, es decir,
siempre que renunciemos a hacer nada socialmente relevante. Pero sobre
todo, ¡no vayamos a caer en la paranoia de sentirnos tan importantes
como para que nos espíen! Declarar que nos preocupa la vigilancia global
es casi como auto-inculparnos de narcisistas delante de todos los que
quieren esconder la cabeza bajo tierra. Sentirse valioso es el peor de los pecados en una sociedad totalitaria.
Dicen algunos psiquiatras que algunas paranoias son una
defensa ante la sensación de soledad y abandono. Es como si
prefiriéramos sentir una hostilidad imaginaria antes que sentir que no
le importamos a nadie. La sociedad totalitaria digital nos ofrece a
elegir entre estas dos penas: la insustancialidad o la paranoia. También
podemos convertirnos en colaboradores, alienándonos definitivamente a
la élite digital y sus intereses, es decir, convenciéndonos de que el
control total es un signo de progreso y evolución social; o de que es
necesario para garantizar la seguridad y luchar contra el terrorismo.
Para escapar de esa alienación al poderoso, que es como una muerte en
vida, y de la insustancialidad, que es una vida pálida y descoloria,
tenémos que aceptar cierto margen de paranoia anti-espionaje. Esa es la
consecuencia que supone reclamar nuestra importancia como sujetos
políticos. Y el acicate necesario para afanarnos por articular los
mecanismos sociales, tecnológicos y políticos que limiten el alcance de
estos poderes totalitarios que nos amenazan. Por lo menos, podemos
aportar nuestro voto de resistencia, empezando por nuestros hábitos
cotidianos y nuestra conciencia social. Dos territorios que todo
totalitarismo ansía controlar.
Sociólogo, miembro de Cibersomosaguas, grupo de investigación de la UCM. Coordinador del número Vigilancia global y formas de resistencia en Teknokultura
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