De les tècniques "psi" a les "neuro-tècniques" (Nicolas Rose)
En mis dos libros de la década de los ochenta sobre la historia de las ciencias psicológicas (The Psychological Complex (1985)/Governing the Soul (1989)) di cuenta de cómo, a lo largo del siglo XX, los seres humanos llegaron a ser comprendidos como criaturas psicológicas, a ser comprendidos y gobernados en función de su psicología. Esto estaba relacionado con algunas transformaciones generales en el modo en que las autoridades asumían su función y su rol. ¿Qué tenía que ser gobernado y por quién? ¿Quién tenía el derecho, el poder o la obligación de encargarse de qué sector de la sociedad, de qué tipo de conducta, y de su gestión? Sabemos que en las democracias liberales del siglo XX las autoridades asumieron el control de la salud y la enfermedad. La salud y la enfermedad de la población pasaron a ser, por primera vez, una cuestión de estado. En primer lugar, en relación con la salud y la enfermedad de las clases más pobres, pero más adelante por referencia a las cuestiones de deterioro y degeneración, también en relación con la salud de la población en general. Y más tarde, el objetivo ya no era sólo el ansia negativa sobre la degeneración sino un abordaje positivo que se proponía maximizar la salud de la población. Durante el siglo XX esta preocupación por la salud empezó a desplazarse de la salud física a la salud mental. A lo largo del XIX, las paredes del sanatorio marcaban la frontera entre locura y cordura. La locura se trataba en el espacio cerrado del sanatorio y su confinamiento en este espacio cerrado era una cuestión de estado. Lo que ocurriese en el espacio exterior no era cuestión de estado. Por supuesto esto no significa que aquellos que estaban en el exterior no se preocuparan por sus aflicciones mentales: iban a balnearios, tomaban aguas o, si eran suficientemente ricos, acudían al consultorio de Joseph Breuer o Sigmund Freud.
Pero en el siglo XX también estos problemas mentales menores pasaron a ser cuestión de estado. Es decir, la salud mental de la población —en particular la de los menores— era un problema gestionado por los trabajadores sociales, en instituciones de protección de menores, en los juzgados de menores, gracias al auge de la psicoterapia y otros discursos. Por primera vez estos trastornos mentales leves dejaban de ser problemas individuales y pasaban a ser considerados un problema social de primer orden. La inadaptación del trabajador implicaba una pérdida considerable de fuerza de trabajo y, por consiguiente, causa de ineficacia industrial. La inadaptación del soldado devenía un problema para el ejército. La inadaptación de los niños se indicaba como responsable del alto índice de criminalidad y de todo tipo de comportamientos problemáticos y antisociales. Y así las disciplinas «psi» —me refiero especialmente a las ciencias psicológicas en general—se fueron modelando en la entramada red de gestión de la salud mental de los individuos y de la población.
En mis libros de la década de los ochenta expliqué cómo asistimos a la emergencia de lo que llamé un «complejo psi» o un «complejo psicológico», un complejo de formas de pensar, actuar y gestionar que tenía como objetivo el espacio psicológico interior del yo. Pasamos a comprendernos a nosotros mismos como seres habitados por una interioridad profunda, y en dicha profunda interioridad se alojaban los efectos de nuestras biografías, nuestras relaciones familiares, nuestras interacciones con los otros y con el entorno. Cada residuo de la experiencia quedaba registrado en este profundo interior psicológico y si se tenía que explicar el carácter del ser humano, sus acciones, sus deseos, las patologías humanas, había que poner en relación dicha explicación con este espacio psicológico interior. Este espacio se codificó con el lenguaje de la psicología: inteligencia, personalidad, trauma, represión e inconsciente. Y no sólo los psicólogos empezaron a pensar de este modo. La psicología cedió su lenguaje a los maestros, a los trabajadores sociales, a los funcionarios de prisiones, a los policías. Todos empezaron a hablar como psicólogos, así como nuestros padres y nosotros mismos. En este sentido, por lo menos, nos convertimos en seres psicológicos. Y los profesionales de la psicología se convirtieron en técnicos de control de nuestra subjetividad: gestionando la forma en qué sentíamos y actuábamos, nuestra infelicidad o nuestra adaptación o inadaptación al trabajo, etc., etc. Gozaban de una autoridad sobre nosotros y su poder no estaba solamente legitimado por el estado sino por la autoridad de sus conocimientos psicológicos objetivos.
Por supuesto, la psicología no era el único instrumento de gobierno de la subjetividad. Hacia la segunda mitad del siglo XX, junto a estas técnicas y tecnologías psicológicas para la gestión de la vida cotidiana surgió un nuevo conjunto de tecnologías para el control de la vida diaria en el mundo real, fuera de los muros del sanatorio. En general eran técnicas farmacológicas o medicinas psico-farmacológicas. Las medicinas se desplazaron desde el espacio cerrado del sanatorio al mundo de la vida diaria con la promesa de su capacidad de gestionar nuestras vidas, no sólo suprimiendo nuestros síntomas patológicos, sino también controlando el modo como interactuábamos en el mundo real. Sin duda había medicamentos de tipos muy diversos, pero aquellos cuyo consumo se extendió más eran los que se vendían con una promesa muy específica: «vuelve a ser tú mismo». Toma tal o cual fármaco y serás tú mismo de nuevo. En el día a día serás capaz de vivir tu vida como un ser humano autónomo, sin sufrir la carga de la ansiedad, sin sufrir los daños del trastorno del déficit de atención hiperactivo y sin tener que soportar más preocupaciones o depresiones. Puedes recuperar tu vida. En resumen, las tecnologías «psi» se asociaron con las tecnologías farmacológicas. Pero sólo recientemente hemos empezado a ver publicados libros para no especialistas que hacían referencia al cerebro o utilizaban el término «neuro» en relación con problemas de la vida cotidiana. De pronto el cerebro pareció convertirse en un poderoso agente social. Podemos nombrar algunos títulos publicados al final del siglo XX o a principios del XXI: La mente y el cerebro, Sexo y cerebro, La vida política del cerebro, Fantasmas del cerebro, Neuroteología, Neuroeconomía, Neurociencia social. De repente parecía como si, casi cualquier aspecto de la conducta humana en el mundo, todo lo que hasta entonces había sido explicado en términos psicológicos, debiera ser explicado ahora en términos neurocientíficos. ¿Cómo ocurrió?
Nikolas Rose, La
neurociencia y sus implicaciones sociales, en El transfondo biopolítico de la bioética, Anna Quintanas eds.
Documenta Universitaria, Girona 2013
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