La base física del cervell (Nikolas Rose)
La plasticidad del cerebro. Si hay algo que caracterice las ciencias
contemporáneas de la vida es el estar imbuidas de esperanza. Esta esperanza se
ha extendido al cerebro. Si el cerebro fuera lo que determina nuestras vidas,
si nuestras vidas estuvieran fijadas en nuestros cerebros y si nuestros propios
cerebros estuvieran determinados, entonces, ¿qué espacio quedaría para la
esperanza? Pero, por supuesto, esto no es así y en los últimos treinta años se
ha ido modelando el argumento de que el cerebro es quizás el más abierto y
maleable de todos los órganos. Sin duda, el cerebro cambia con la experiencia.
El aprendizaje es prueba de ello. Sus cerebros, después de estas sesiones, ya
no serán los mismos de antes. Hasta aquí parecemos estar de acuerdo. Pero es
que, a partir de 1970, surgieron una serie de descubrimientos que elevaron este
argumento sobre la plasticidad a un nuevo nivel. En primer lugar, algunas
investigaciones demostraron que después de un daño cerebral, que parecía haber
dejado una extremidad paralizada, el cerebro podía «reiniciarse» y adquirir
nuevamente, de forma gradual, su capacidad de mover la extremidad
voluntariamente. Estas investigaciones se realizaron con animales y fueron
especialmente controvertidas porque requerían la amputación de partes del
cerebro de los animales y también su inmovilización. Alguno de los más
significativos expedientes sobre crueldad contra animales apareció, en relación
con uno de estos experimentos, con los llamados monos Silver Spring. No
obstante, cobró forma el argumento que tanto en animales como en humanos —así
se afirma en los trabajos de Paul Bach-y-Rita sobre rehabilitación de humanos
después de embolias—, si el paciente con daño cerebral era suficientemente
estimulado podía «reiniciar» su cerebro, incluso en el caso de adultos. En este
sentido el cerebro parecía tener plasticidad. En la década de los noventa, un
grupo de científicos canadienses liderados por Michael Meaney empezaron a
desarrollar un nuevo argumento sobre la plasticidad que estaba relacionado con
la epigenética. La epigenética, en su forma moderna, es tal vez la
transformación más radical no sólo en lo que concierne al cerebro sino también
en relación con la genética, porque muestra cómo las condiciones ambientales
pueden influir en la expresión genética de un modo fundamental. Las influencias
medioambientales moldean la expresión de los genes y en algunos casos parece
que dichas modificaciones genéticas pueden ser heredadas o transmitirse de
generación en generación. En el trabajo de Michael Meaney con ratas y cerdos de
Guinea se indica que las primeras relaciones que una madre establece con sus
crías pueden moldear la expresión de los genes en su cerebro y así moldear la
forma en que esta cría tratará a sus propias crías, lo cual, a su vez, moldea
el desarrollo de los cerebros de la nueva generación y así sucesivamente
generación tras generación. Los genes —entendidos como secuencias heredadas de
bases de ADN— no son determinantes. El modo en el que operan en cualquier
célula del cuerpo está en función del medio; y en el cerebro eso es aún más
cierto. El tercer cambio importante en este contexto surgió con el trabajo de
Elizabeth Gould y sus colegas, quienes gradualmente convencieron a muchos
escépticos de que incluso el cerebro del mamífero adulto era capaz de generar nuevas
neuronas como respuesta a la experiencia: neurogénesis. Siempre se había creído
que, a los pocos años de vida, los mamíferos contaban con un suplemento fijo de
células nerviosas y que a partir de aquel momento no hacían más que disminuir.
Cada vez que bebías alcohol, al hacer algo malo, unos pocos miles de células
morían y no se podían regenerar hasta que al fin quedaban muy pocas. Se
hicieron experimentos muy buenos que demostraban por qué era imposible insertar
súbitamente nuevas neuronas a estructuras tan complejas como el cerebro de los
mamíferos. Estos argumentos prevalecieron a pesar de una serie de experimentos
efectuados en los años 80 y 90 que parecían rebatirlos. Pero, finalmente, las
nuevas tecnologías permitieron mostrar como irrefutable que el cerebro humano
adulto podía crear nuevas neuronas como respuesta a la estimulación. La
neurogénesis en el cerebro del mamífero adulto está aceptada, si bien hay
todavía disputas entre los investigadores sobre el alcance de la integración de
estas nuevas neuronas en los circuitos generales. Para resumir, en este nuevo
estilo de pensamiento el cerebro puede reiniciarse a sí mismo como respuesta a
estímulos externos, la expresión de los genes está moldeada por inputs
medioambientales, y el cerebro puede generar nuevas neuronas respondiendo a
estimulaciones. Dicho de otro modo, el cerebro es algo abierto, dinámico y
flexible, y —por así decirlo— «permeable» a la experiencia. Esta idea de la
permeabilidad del cerebro respecto a la experiencia y la idea de que la
experiencia puede moldear el cerebro para bien o para mal, han sido quizás la
plataforma fundamental gracias a la cual la neurociencia reclama su relevancia
social.
Así pues tenemos un cerebro molecular que puede ser tratado con ingeniería,
un cerebro flexible que puede ser modelado. Tenemos la base física de la mente
en un cerebro que podemos observar con la ayuda de las nuevas tecnologías. Cada
uno de estos modos de entender el cerebro permite el surgimiento de tecnologías
para intervenir en él. En otras palabras, cincuenta años después del inicio del
proyecto de Schmitt la neurociencia ha devenido tecnológica, ha sido capaz de
incorporarse a una tecnología de la intervención. En este sentido, la
neurociencia, o mejor los neurocientíficos están en situación de convertirse en
ingenieros del alma humana. Esta expresión tiene connotaciones negativas pues,
al parecer, fue utilizada por primera vez por Iósif Stalin para describir a los
poetas y literatos bajo su régimen. Pero yo no me refiero a este significado
peyorativo. Nuestras democracias también han necesitado ingenieros del alma
humana.
Nikolas Rose, La
neurociencia y sus implicaciones sociales, en El transfondo biopolítico de la bioética, Anna Quintanas eds.
Documenta Universitaria, Girona 2013
Transcripción del seminario que el autor realizó
en la Universidad de Girona el 7 de octubre de 2011 (sesión tarde)
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