Byung-Chul Han: "Només es demana transparència en una societat on no existeix la confiança".
Byung-Chul Han |
Byung-Chul Han nació en 1959 en Seúl y allí estudió metalurgia, pero
pronto llegó a la conclusión de que con aquello no iba a ninguna parte.
La carrera ni siquiera le interesaba. Decidió instalarse en Alemania y
estudiar literatura, aunque acabó interesado en la filosofía. En 1994 se
doctoró por la Universidad de Múnich con una tesis sobre Martin Heidegger
y poco después se estrenó como profesor universitario tras haber
obtenido la habilitación en Basilea. Actualmente enseña Filosofía en la
Universidad de las Artes de Berlín después de ejercer en la Escuela
Superior de Diseño de Karlsruhe al lado de Sloterdijk, que no ha evitado
polemizar con el que muchos consideran su sucesor en el trono simbólico de la filosofía germana.
En los últimos meses se han publicado en España dos libros de Han —La sociedad del cansancio y La sociedad de la transparencia—, en abril aparecerá un tercero —La agonía de Eros
(en la editorial Herder, como los anteriores)— y varios más serán
traducidos pronto. En ellos analiza los males del presente: el hombre
contemporáneo, sostiene el filósofo, ya no sufre de ataques virales
procedentes del exterior; se corroe a sí mismo entregado a la búsqueda
del éxito. Un recorrido narcisista hacia la nada que lo agota y lo aboca
a la depresión. Es la consecuencia insana de rechazar la existencia del
otro, de no asumir que el otro es la raíz de todas nuestras esperanzas.
Más aún, solo el otro da pie al eros y es precisamente el eros el que
genera el conocimiento.
La entrevista se celebra en el Café Liebling, situado en la berlinesa
Raumerstrasse, en Prenzlauer Berg, un barrio que ha pasado en poco
tiempo de bohemio a aposentado. Suena una música ambiental suave que los
camareros no tienen problema en suavizar aún más para evitar
interferencias en la grabación de la charla. Han es puntual a la cita.
Se sienta y pide café. La primera pregunta es sobre la relación directa
que él establece entre el eros y el pensamiento. Mira al entrevistador,
se mira las manos, se mesa el cabello, calla. Al cabo de unos segundos
empieza a hablar: “Creo que para responder a eso necesitaría antes
pensar durante un par de semanas”. En apariencia deja el asunto de lado,
aunque lo abordará al final de la entrevista. No tiene prisa. Se toma
su tiempo. Para todo. “Cuando llegué a Alemania, ni siquiera conocía el
nombre de Martin Heidegger”, cuenta. “Yo quería estudiar literatura
alemana. De filosofía no sabía nada. Supe quiénes eran Husserl
y Heidegger cuando llegué a Heidelberg. Yo, que soy un romántico,
pretendía estudiar literatura, pero leía demasiado despacio, de modo que
no pude hacerlo. Me pasé a la filosofía. Para estudiar a Hegel la
velocidad no es importante. Basta con poder leer una página por día”.
Cualquier cosa menos volver a la metalurgia que había dejado en
Corea. “Al final de mis estudios me sentí como un idiota. Yo, en
realidad, quería estudiar algo literario, pero en Corea ni podía cambiar
de estudios ni mi familia me lo hubiera permitido. No me quedaba más
remedio que irme. Mentí a mis padres y me instalé en Alemania pese a que
apenas podía expresarme en alemán”.
Inició un proceso de aprendizaje del idioma y de nuevas materias que
le permitieran comprender los problemas que aquejan al hombre de hoy.
Explicarlo es el objetivo de sus libros. A diferencia de lo que ocurría
en tiempos pasados, cuando el mal procedía del exterior, ahora el mal
está dentro del propio hombre, subraya Han: “La depresión es una
enfermedad narcisista. El narcisismo te hace perder la distancia hacia
el otro y ese narcisismo lleva a la depresión, comporta la pérdida del
sentido del eros. Dejamos de percibir la mirada del otro. En uno de los
últimos textos que he escrito insisto en que el mundo digital es también
un camino hacia la depresión: en el mundo virtual el otro desaparece”.
¿Hay posibilidades de vencer ese estado depresivo? “La forma de curar
esa depresión es dejar atrás el narcisismo. Mirar al otro, darse cuenta
de su dimensión, de su presencia”, sostiene. “Porque frente al enemigo
exterior se pueden buscar anticuerpos, pero no cabe el uso de
anticuerpos contra nosotros mismos”.
Para precisar lo que sugiere recurre a Jean Baudrillard:
el enemigo exterior adoptó primero la forma de lobo, luego fue una
rata, se convirtió más tarde en un escarabajo y acabó siendo un virus.
Hoy, sin embargo, “la violencia, que es inmanente al sistema neoliberal,
ya no destruye desde fuera del propio individuo. Lo hace desde dentro y
provoca depresión o cáncer”. La interiorización del mal es consecuencia
del sistema neoliberal que ha logrado algo muy importante: ya no
necesita ejercer la represión porque esta ha sido interiorizada. El
hombre moderno es él mismo su propio explotador, lanzado solo a la
búsqueda del éxito. Siendo así, ¿cómo hacer frente a los nuevos males?
No es fácil, dice. “La decisión de superar el sistema que nos induce a
la depresión no es cosa que solo afecte al individuo. El individuo no es
libre para decidir si quiere o no dejar de estar deprimido. El sistema
neoliberal obliga al hombre a actuar como si fuera un empresario, un
competidor del otro, al que solo le une la relación de competencia”.
Retomando la idea hegeliana de la dialéctica del amo y del esclavo,
Byung-Chul Han denuncia que “el esclavo de hoy es el que ha optado por
el sometimiento”. Y lo ha hecho a cambio de un modo de vida escasamente
interesante, “la mera vida, frente a la vida buena”, dice, casi pura
supervivencia. A cambio de eso, el hombre cede su soberanía y su
libertad. Pero lo más llamativo es que el propio amo ha renunciado
también a la libertad al convertirse en explotador de sí mismo. Ha
interiorizado la represión y se ve abocado al cansancio y la depresión.
Pero el cansancio y la depresión no se pueden interpretar como
alienación, en el sentido tradicional marxista. “Solo la coerción o la
explotación llevan a la alienación en una relación laboral. En el
neoliberalismo desaparece la coerción externa, la explotación ajena. En
el neoliberalismo,
trabajo significa realización personal u optimización personal. Uno se
ve en libertad. Por lo tanto, no llega la alienación, sino el
agotamiento. Uno se explota a sí mismo, hasta el colapso. En lugar de la
alienación aparece una autoexplotación voluntaria. Por eso, la sociedad
del cansancio como sociedad del rendimiento no se puede explicar con
Marx. La sociedad que Marx critica, es la sociedad disciplinaria de la
explotación ajena. Nosotros, en cambio, vivimos en una sociedad del
rendimiento de autoexplotación”. El hombre se ha convertido en un animal laborans, “verdugo y víctima de sí mismo”, lanzado a un horizonte terrible: el fracaso.
Como todo buen romántico, Han encuentra la solución en el amor. Hay
que negar el presente represivo y aceptar la existencia del otro y, de
su mano, la posibilidad del amor. Un buen ejemplo es la película Melancolía, de Lars von Trier.
En ella aparece Justine, un personaje deprimido “porque es incapaz de
amar. La depresión aparece como una imposibilidad de amor. Pero Justine
alcanza a salir de la depresión gracias a la aparición de un planeta que
va a destruir la Tierra. Es la amenaza de esa catástrofe la que le
permite curarse de la depresión porque la hace capaz de percibir la
existencia del otro. Primero, el otro es el planeta y luego los demás. Y
al salir de la depresión se siente capaz de amar, de recuperar el
sentimiento del eros”. Y es que “el eros es la condición previa del
pensamiento. Sin el deseo hacia un ser amado que es el otro, no hay
posibilidad de filosofía”.
Hay una relación directa entre eros y logos que pasa por descubrir al otro. Sin eso no hay posibilidad de verdad. El eros tiene una relación vital con el pensar. El logos sin eros sería pensamiento puro. Así termina La agonía de Eros, recuerda: “El pensamiento en sentido enfático comienza bajo el impulso de eros. Es necesario haber sido amigo, amante para poder pensar. Sin eros, el pensamiento pierde la vitalidad y se hace represivo”. Ahí está el ejemplo de Alcibíades, que accede al conocimiento gracias a la seducción que Sócrates ejerce sobre él. “Siempre se había pensado que el eros estaba excluido, pero es condición para el pensamiento”, insiste. “Es el amigo el que introduce una relación vital que hace posible el pensar”. Por el contrario, “la falta de relación con el otro es la principal causa de la depresión. Esto se ve agudizado hoy en día por los medios digitales, las redes sociales”. La soledad, la incapacidad para percibir al otro, su desaparición.
No hay, sin embargo, que confundir la seducción con la compra. “Creo que no solo Grecia, también España, se encuentran en un estado de shock
tras la crisis financiera. En Corea ocurrió lo mismo, tras la crisis de
Asia. El régimen neoliberal instrumentaliza radicalmente este estado de
shock. Y ahí viene el diablo, que se llama liberalismo o Fondo Monetario Internacional, y da dinero o crédito a cambio de almas humanas. Mientras uno se encuentra aún en estado de shock,
se produce una neoliberalización más dura de la sociedad caracterizada
por la flexibilización laboral, la competencia descarnada, la
desregularización, los despidos”. Todo queda sometido al criterio de una
supuesta eficiencia, al rendimiento. Y, al final, explica, “estamos
todos agotados y deprimidos. Ahora la sociedad del cansancio de Corea
del Sur se encuentra en un estadio final mortal”.
En realidad, el conjunto de la vida social se convierte en mercancía,
en espectáculo. La existencia de cualquier cosa depende de que sea
previamente “expuesta”, de “su valor de exposición” en el mercado. Y con
ello “la sociedad expuesta se convierte también en pornográfica. La
exposición hasta el exceso lo convierte todo en mercancía. Lo invisible
no existe, de modo que todo es entregado desnudo, sin secreto, para ser
devorado de inmediato, como decía Baudrillard”. Y lo más grave: “La
pornografía aniquila al eros y al propio sexo”. La transparencia exigida
a todo es enemiga directa del placer que exige un cierto ocultamiento,
al menos un tenue velo. La mercantilización es un proceso inherente al
capitalismo que solo conoce un uso de la sexualidad: su valor de
exposición como mercancía.
Lo propio ocurre en la exigencia de transparencia en la política: “La
transparencia que se exige hoy en día de los políticos es cualquier
cosa menos una demanda política. No se pide la transparencia para los
procesos de decisión que no interesan al consumidor. El imperativo de
transparencia sirve para descubrir a los políticos, para
desenmascararlos o para escandalizar. La demanda de transparencia
presupone la posición de un espectador escandalizado. No es la demanda
de un ciudadano comprometido, sino de un espectador pasivo. La
participación se realiza en forma de reclamaciones y quejas. La sociedad
de la transparencia, poblada de espectadores y consumidores, es la base
de una democracia del espectador”.
La exigencia de transparencia, acompañada del hecho de que el mundo
es un mercado, hace que los políticos no acaben siendo valorados por lo
que hacen, sino por el lugar que ocupan en la escena. “La pérdida de la
esfera pública genera un vacío que acaba siendo ocupado por la intimidad
y los aspectos de la vida privada”, afirma. “Hoy se oye a menudo que es
la transparencia la que pone las bases de la confianza. En esta
afirmación se esconde una contradicción. La confianza solo es posible en
un estado entre conocimiento y no conocimiento. Confianza significa,
aun sin saber, construir una relación positiva con el otro. La confianza
hace que la acción sea posible a pesar de no saber. Si lo sé todo,
sobra la confianza. La transparencia es un estado en el que el no saber
ha sido eliminado. Donde rige la transparencia, no hay lugar para la
confianza. En lugar de decir que la transparencia funda la confianza,
habría que decir que la transparencia suprime la confianza. Solo se pide
transparencia insistentemente en una sociedad en la que la confianza ya
no existe como valor”. Un ejemplo de esta contradicción es el Partido Pirata
que se presenta a sí mismo como el de la transparencia, lo que en
realidad equivale a una propuesta de despolitización. “Se trata, en
realidad, de un antipartido”, afirma Han.
Y se ha diluido también la “verdad”, porque en la sociedad de la
transparencia lo que importa es la apariencia. Parte de su discurso
recuerda el de los situacionistas franceses de los sesenta, que sostenía
que la historia podía explicarse por el predominio de los verbos que
explican las cosas. En la antigüedad, lo importante era el ser, pero el
capitalismo impuso el tener. En la actual sociedad del espectáculo, sin
embargo, domina la importancia del parecer, de la apariencia. Así lo
resume Han: “Hoy el ser ya no tiene importancia alguna. Lo único que da
valor al ser es el aparecer, el exhibirse. Ser ya no es importante si no
eres capaz de exhibir lo que eres o lo que tienes. Ahí está el ejemplo
de Facebook, para capturar la atención, para que se te reconozca un
valor tienes que exhibirte, colocarte en un escaparate”. Y el mundo de
la apariencia se nutre de las aportaciones de los medios de
comunicación. Pero hay una gran diferencia entre el saber, que exige
reflexión y hondura, y el conocer, que no aporta verdadero saber. “La
acumulación de la información no es capaz de generar la verdad. Cuanta
más información nos llega, más intrincado nos parece el mundo”.
Francesc Arroyo, Aviso de derrumbe, Babelia. El País, 22/03/2014
Francesc Arroyo, Aviso de derrumbe, Babelia. El País, 22/03/2014
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