No és fàcil ser un mateix.
by Oroncio de Bernardi |
No es fácil aprender a ser uno mismo. Ni saber
exactamente en qué consiste semejante y decisiva tarea. Se trata de la
labor de toda una vida y no es específica de un momento inicial, ni de
una etapa de la misma. Cabría esperar de dicha constatación una mayor
comprensión para quienes, a su modo, atraviesan vicisitudes que nos son
tan familiares, y no solo como recuerdo. Sin embargo, comprender no es
limitarse a constatar. Y menos aún a mimetizar el estado de cosas. Ni a
ello se reduce enseñar o educar. Y hay algo que aprender. Pero si bien
el objetivo no es instalarse en esa permanente adolescencia, y es
preciso corresponder conjuntamente, cada cual a su modo, a esa tarea de
necesaria transformación, el proceso exige estar dispuesto a ser en
cierta medida otros. Y no limitarse a reclamarlo de los demás.
Con alguna precipitación caracterizamos la búsqueda de la
singularidad como autocomplacencia egoísta. Descuidamos así hasta qué
punto “educarse” es reflexivo y recíproco. Si no es una
labor propia, si se reduce a limitarse dejar hacer, a la pasiva
irrupción de una “verdad” ajena, pronto lo único que se contagia es la
impaciencia, la inercia y la indiferencia. No se aprende a esperar, sino
a dejarse llevar. Cualquier presunta mejora no pasa de ser una
asimilación sin incorporación, una adquisición que no produce efectos. Y
así se pervive en la adolescencia, eso sí, quizá
ilustrada. Adolescentes con información, pero de nuevo con enormes
dificultades para la asunción de responsabilidades.
Y hemos de reconocer hasta qué punto se produce un cierto desamparo.
El enorme y continuado esfuerzo, la competencia y el oficio de quienes
saben y se dedican a formar y a formarse permanentemente no ignora hasta
qué punto descalificar o culpabilizar, no esperar nada mejor, ahonda el
alejamiento hasta producir una verdadera hendidura que agudiza el
aislamiento.
Desde la constatación de nuestras carencias, de nuestras necesidades,
de nuestras demandas, de nuestras insatisfacciones, desde luego no
atribuibles sin más a las épocas, edades o coyunturas de la vida, se
abren paso no pocas veces modalidades de adolescencia
no siempre fáciles de identificar, pero que lo impregnan todo. Puede
decirse que en ello hay algo constitutivo, aunque no es menos cierto que
obedece en ocasiones a una cierta incapacidad para afrontar con madurez
y con responsabilidad nuestras decisiones y sus consecuencias. La
permanente exculpación, con la consiguiente inculpación de los demás,
junto a una insatisfacción cuyas causas son tan múltiples como para
hacernos presumir que lo alcanzan prácticamente todo nos hacen sospechar
que encontramos alguna forma de refugio en esa supuesta imposibilidad de crecer y de madurar.
Un cierto temor a que fructifique lo que somos y quiénes somos, a
constatar los límites y limitaciones propios, a asumir nuestra propia
autonomía y libertad podría ampararse en que las cosas no son como
deberían. Y en efecto es así. Pero es muy delator el
afán, también algo adolescente, de encontrar inmediata satisfacción para
nuestras acciones, de desear pronta recompensa, de no poder posponer
ninguna realización, de no saber esperar. No sólo los valores son
contagiosos, también su falta, y no menos la escala de valores.
La constatación de esta vértebra tan matriz y nuclear
en cada uno de nosotros habría de ser a su vez el mejor caldo de
cultivo de la comprensión de las, quizá, insuficiencias ajenas. Muy
significativamente desconcierta la incapacidad para abordar y afrontar
aquellas cuestiones que conciernen más directamente a las adolescencias
más jóvenes, por identificar y distinguirlas de las que de una u otra
manera tanto nos afectan a lo largo de la vida. La constante
descalificación de los adolescentes, de las adolescentes, es tan inquietante como
la simple asunción de su proceder, no exento también de formas de
dominio y de violencia inquietantes y desconcertantes. E
injustificables.
Efectivamente muchas veces no se sabe qué hacer, salvo aparentar que está claro. Por eso mismo, es cuestión de generar los espacios y de procurar los procedimientos
para pensar y promover acciones, para decidir e intervenir, desde el
conocimiento, el respeto y el afecto. En su defecto, parece más rápido y
menos trabajoso hacer un relato de lo adolescente que se es en la adolescencia, lo cual parece tan razonable como inoperante. Quizás no más que el hecho de que nosotros reproduzcamos con nuestras caracterizaciones un modo de actuar que es exactamente aquel que reconocemos en otros como poco presentable.
Angel Gabilondo, Adolescencias diversas, El salto del Ángel, 14/03/2014
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