La societat neoliberal de l'apartheid (Grup Krisis)

2. La sociedad neoliberal del apartheid

«El bribón había destruido el trabajo, aun habiendo tomado el sueldo de un trabajador; ahora tendrá que trabajar sin sueldo, imaginando para sí mismo en la mazmorra la bendición del éxito y la ganancia [...] Tendrá que ser educado para el trabajo honrado como acto personal libre mediante el trabajo forzado.»
Wilhelm Heinrich Riehl, El trabajo alemán, 1861
Una sociedad centrada en la abstracción irracional trabajo desarrolla necesariamente una tendencia al apartheid social, cuando el éxito en la venta de la mercancía trabajo se vuelve más una excepción que la regla. Todas las fracciones del campo trabajo, que abarca a todos los partidos, han aceptado hace tiempo secretamente esta lógica y colaboran con entusiasmo en la misma. Ya no discuten sobre si se empuja a los márgenes a partes cada vez más grandes de la población y se las excluye de toda participación social, sino sólo sobre cómo imponer esta selección.

La fracción neoliberal confía, segura, el negocio sucio social-darwinista a la «mano invisible» del mercado. Es en este sentido que se están recortando las redes estatales de protección social para marginar, de la manera más silenciosa posible, a aquellos que no son capaces de resistir la competencia. Sólo se reconoce como ser humano al que pertenece a la hermandad de los sardónicos vencedores de la globalización. Todos los recursos del planeta se usurpan, con toda naturalidad, en nombre de la máquina capitalista autofinalista. Cuando ya no se puedan emplear de manera rentable para ese fin, serán dejados en barbecho, aunque eso suponga hambre para poblaciones enteras.

A la policía, las sectas salvadoras, la mafia y las cocinas populares les tocará encargarse de esta molesta «basura humana». En los EEUU y casi todos los países de Europa central hay más gente en las cárceles que en cualquier dictadura militar mediana. Y en Latinoamérica los escuadrones de la muerte de la economía de mercado matan diariamente a más niños y pobres que a opositores en los peores momentos de represión política. A los excluidos sólo les queda una función social: la del ejemplo aterrador. Su destino ha de servir para que todos los que todavía están en «la carrera hacia la tierra prometida» sigan aguijoneándose en el combate por los últimos puestos de trabajo; y que incluso la masa de perdedores se mantenga en un trajín incansable para que no se les ocurra rebelarse contra unas imposiciones tan desvergonzadas.

Pero aun pagando el precio del autoempleo, este nuevo mundo tan bonito de la economía de mercado totalitaria sólo prevé para la mayoría un lugar como personas sumergidas en la economía sumergida. En tanto que mano de obra más barata y esclavos democráticos de la «sociedad de servicios» sólo les queda ponerse sumisamente al servicio de los vencedores bien pagados de la globalización. A los nuevos «pobres trabajadores» se les permite limpiarle los zapatos a los últimos hombres de negocios de la sociedad feneciente del trabajo, venderles hamburguesas contaminadas o vigilarles sus centros comerciales. Y quien haya dejado su cerebro en el guardarropía puede incluso soñar con el ascenso a millonario de servicios.


En los países anglosajones ese mundo de pesadilla ya es realidad para millones de personas y, en cualquier caso, también en el Tercer Mundo y en Europa oriental. Y en la tierra del euro parecen estar decididos a recuperarse generosamente del retraso existente a este respecto. Los periódicos de economía especializados ya no mantienen en secreto su idea del futuro ideal del trabajo: los niños del Tercer Mundo limpiando parabrisas en cruces apestados son el ejemplo brillante de «iniciativa empresarial» que tienen que hacer el favor de seguir los parados en el desierto de servicios autóctono. «El ideal del futuro es el individuo como administrador de su propia mano de obra y de su previsión existencial», escribe la Comisión sobre Cuestiones de Futuro de los Estados Libres de Baviera y Sajonia. Y: «La demanda de servicios sencillos relacionados con las personas será mayor cuanto menos cuesten los servicios, es decir, cuanto menos gane el que los presta». En un mundo en donde a la gente todavía le quedase un mínimo de dignidad esta afirmación provocaría una revuelta social. En un mundo de animales de trabajo domesticados sólo lleva a un asentimiento desvalido.

Grupo Krisis, Manifiesto contra el trabajo

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