Fer top-less en una platja nudista (Javier Gomá)
El nihilismo tiene algo profundamente saludable, que es el
cuestionamiento de la tradición. Un cuestionamiento que no necesariamente tiene
que llevar a desestimar toda la tradición, sino apropiarse de ella solo en lo que
siga siendo fecunda. ¿Pero a qué ha llevado el nihilismo? Más que usar
conceptos con sentido moralizante —sociedad narcisista, individualista,
consumista— escogí deliberadamente un concepto con connotaciones
estéticas, como es el de vulgaridad, que me parece moralmente neutro y que
no tiene ese punto de reproche edificante a nuestro tiempo. Habrás visto que me
declaro hijo gozoso de mi tiempo, y es algo que caracteriza mi observación del
mundo. He mantenido muchas veces que vivimos en el mejor momento de la historia
universal y nadie, en los muchos foros en lo que he discutido, ha podido
refutarme. Pero yo no hago una apología de la vulgaridad, sino que distingo
entre apología y pedir un respeto. Pido respeto para la vulgaridad porque la
vulgaridad es la hija—fea pero hija— del beso de dos fuentes absolutamente
positivas que además representan la expresión más elevada del genio distintivo:
la libertad y la igualdad. Cuando la libertad en el sentido de la liberación,
algo constitutivamente del siglo XX, se une a la igualdad, entonces la
consecuencia es la vulgaridad y, en la medida en que es el fruto de dos cosas
tan positivas que se han unido por primera vez creando una civilización, como
es la democrática, pido respeto para ella.
Si el nihilismo es pieza fundamental en mis libros es porque desmonta
el tinglado del aristocratismo vigente en la cultura desde su aurora. Desde que
una persona se encontró en la prehistoria con otra en la selva, una obedeció y
otra mandó, creándose dos estamentos. La ejemplaridad estaba asociada
tradicionalmente a esa aristocracia del estamento superior, un pequeño grupo de
personas que se presentan ellas a sí mismas como modelo para una sociedad
mayoritaria cuya única obligación es la docilidad, una mayoría a la que se le
endilga, para mayor desvergüenza, el remoquete de «masa», como si fuera una
sustancia indistinta, informe, compuesta, no por ciudadanos, sino por seres
gregarios como ovejas. Estoy totalmente en contra de esos que se
consideran a sí mismos minoría selecta, que llaman a los demás masas indóciles
porque nos les obedecen con la puntualidad que ellos querrían. No creo en las
masas, palabra que presupone una toma de postura. No existen las masas. Lo que
existe son muchos ciudadanos que se agrupan, cada uno responsable y capaz de
ejemplaridad. La raya decisiva no es la que separa en la sociedad a los
egregios de los vulgares, sino la que, en el corazón de todos y cada uno de los
ciudadanos, separa entre opciones ejemplares y opciones vulgares del uso de tu
libertad individual. No hay seres cualitativamente distintos, sino todos
iguales y responsables con opciones de mayor y menos excelencia moral.
Había algo potente en pedir un respeto para la vulgaridad, como un
grito igualitario en contra del elitismo caduco y polvoriento, esa estructura
aristocrática, autoritaria y jerárquica que se desvanece antes los avances del
principio igualitario. Ese elitismo que ve la vulgaridad y dice: «Fijaos a
dónde han llegado la igualdad y la libertad, tenemos que volver al aristocratismo
de antes, fijaos qué horrible y repugnante es, cómo se autocondena sin
necesidad de más explicaciones». Yo quería decir que a esa vulgaridad que
vosotros, los eminentes, egregios y aristocráticos, despreciáis subyace una
profundísima y original verdad, bondad y belleza, nunca antes conocida y que
vosotros, los exquisitos, no entendéis. Lo que sucede es que mi libro toma la
vulgaridad como punto de arranque, no de llegada. De hecho, el libro entero se
estructura en la dialéctica vulgaridad-ejemplaridad.
¿Qué nos enseña la transgresión? Que algo que pensábamos que era
naturaleza en realidad es historia, cultura, producto cambiante, opinable,
revisable, reemplazable, y este descubrimiento nos libera. La transgresión tuvo
un papel importantísimo en el proceso de liberación en los siglos XVIII, XIX y
XX. La sospecha, que nace con Kant—no casualmente se llama filosofía crítica—,
también. Con la filosofía crítica de la sospecha descomponemos la pretensión de
verdad de los relatos tradicionales. De todos. No hay un relato tradicional que
no haya sido desmontado por la filosofía del siglo XIX y XX. Y casi toda la
filosofía de esos siglos es filosofía de la sospecha, cuyo objetivo es
desmontar la pretensión de legitimidad de relatos tradicionales (políticos,
filosóficos, culturales, ideológicos, religiosos, sociales), mostrar su
falsedad, los intereses de parte que esconde y, con este derribo, permitir que
la libertad individual se ensanche. Ahora bien, la libertad individual ha
alcanzado su máximo ensanchamiento y progreso, de manera que lo que fue
liberador por la filosofía de la sospecha, la transgresión moral y la
experimentación artística durante tres siglos, que tuvo una gran potencia
durante ese tiempo, ahora ha perdido totalmente esa potencia emancipadora. Se ha
convertido en manierismo, en repetición, reiteración y epígono. Está muerto, no
es fecundo. Y la gente no se ha enterado y repiten una y otra vez la misma
canción ad nauseam. El tema ya no es ser libres, el tema importante de hoy
es ser-libres-juntos, que significa la aceptación gozosa y positiva de
determinadas limitaciones a tu libertad. Sin embargo, verás cómo los artistas
transgresores inauguran en un museo con presupuestos del Estado y presencia de
ministros, un arte en el que se insiste que el Estado es satánico, la sociedad
nos aliena, la cultura nos sojuzga… Se presentan como transgresores aunque
estén subvencionados por el Estado. ¡Qué pereza infinita de todos los que se
llaman rebeldes, libertarios, provocadores, o transgresores! ¡Qué trasnochado y
vacuo! Lo que hizo sonrojar a Calígula hace bostezar a ahora mis
hijos. Por eso digo que ejercer hoy la transgresión es como
hacer top-less en una playa nudista.
Javier Gomá, “En
la cultura moderna no tenemos un lugar para pensar y sentir los sublime”, entrevista realizada por Juan Claudio de Ramón, jot down, 03/03/2014
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