Silenci contra comunicació.
¿Comunicación o silencio? ¿Charla de todos con todos o todo lo contrario? Mientras este chico multimillonario llamado Mark Zuckerberg nos adoctrinaba sobre un futuro en que nos conectaremos
con 7.000 millones de habitantes del planeta, en Nueva York el éxito
del año es un restaurante en el que se prohíbe hablar. A la vista del
tono de la cháchara universal y constante me apunto inmediatamente a las
silent meals del excéntrico Eat Greenpoint.
Los que veneran a Zuckerberg, gurú de un planeta conectado ¿nunca
habían pensado en el agobio de la constante conexión y del hablar con
máquinas? Si nadie se niega a la posibilidad de conectar con alguien en
cualquier parte del mundo, ¿por qué los superurbanitas ultraconectados
quieren enmudecer? ¿Quién anuncia el futuro, Zuckerberg o esa minoría
que busca silencio y aislamiento?
La utopía de la comunicación total, entre todos los individuos del
planeta, fue enunciada por Armand Mattelart (La mundialización de la
comunicación, 1998, Paidós). La historia muestra un avance progresivo
del deseo de comunicación entre individuos y grupos: ¿es la hora de su
culminación? La futura red universal del millonario Zuck es una bella
utopía de la que hoy vemos una desbordante realidad: millones de
personas conectadas a ingenios que permiten hallazgos y contactos
inverosímiles hace una década. Ante tal perspectiva gastamos fortunas
por copular permanentemente con la máquina maravillosa que todo lo sabe,
todo lo prevé y solo busca complacernos. Así se ha hecho millonario
Zuck: su negocio es el deseo del contacto humano, necesario para conocer
el mundo y la vida.
Este frenesí comunicativo (Facebook tiene 1.200 millones de usuarios)
ha hecho realidad dos hipótesis de Marshall McLuhan (1950): “Una
avalancha abrumadora de información impide su interpretación correcta”
(¿a más cantidad, menos calidad, más fantasía, más mentira?). La segunda
explica lo que nos rodea: “Los medios de comunicación son formas de
arte que acaban en manos de ejecutivos tipo Peter Pan”. La comunicación,
dijo, puede ser arte o negocio, es difícil encontrarlas juntas. Saber
lo que pasa y dónde estoy es también el negocio de estas máquinas que
vomitan imputs y transforman sensibilidades. Los nativos digitales
parecen despreciar el cara a cara y justifican el negocio comunicativo
ignorando su propia desinformación por sobreinformación. Ampliar el
fenómeno a 7.000 millones de habitantes del planeta cambia el futuro
humano, transforma definitivamente a los artistas en gestores. Y no se
garantiza el fin de lo más habitual: el diálogo de sordos, de mal
informados o de mentirosos.
¿Sería el silencio la terapia imprescindible ante tales perversiones?
A estas alturas sabemos que la avalancha puede producir más
incomunicación que comunicación. Hay ejemplos por todas partes: cuanto
más quieren simplificar la factura de la luz, menos la entendemos;
cuando nos cuentan que Soros “apuesta por España” parece una buena
noticia si no la completamos conociendo el funcionamiento de los fondos
buitre y con el hecho de que España está en venta. La política es
paradigma de nuestro lío comunicativo: ¿quién creó más parados: el
Gobierno Rajoy o Rubalcaba en su momento? ¿quién va a comprobarlo?
¿habrá que contar uno a uno a los parados? No lo descarto. En la
política casera es habitual el estilo “'yo te acuso de lo que tú me
acusas y estamos empatados”. Edificante. Rajoy en el debate de las
Cortes quiso ser creativo al defender “el derecho a decidir de los
españoles”. ¿Es esto comunicación o lo contrario?
La comunicación no es neutra. Todos quisiéramos que fuera buena, sana
y honesta pero expresa ideas e intereses intencionados. Zuckerberg se
sinceró: “Si hacemos algo bueno para el mundo sabremos cómo sacar
beneficios”; beneficios económicos, claro, los nativos digitales suelen
equiparar beneficio a dinero. Les han enseñado (por su bien, insisten
los maestros) a tomar espectáculo por información, ficción por realidad,
verdad por mentira, teatro por espontaneidad, comedia por drama,
beneficios financieros por economía real: un manicomio. Saben mejor que
generaciones anteriores (especialmente en España) que cualquier
aparición pública —hoy todo es público en la red— requiere puesta en
escena, teatralización; un concurso de absurdo savoir faire
comunicativo.
Margarita Riviere, El manicomio comunicativo, El País, 05/03/2014
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