Reivindicar el tiempo muerto.
by José Trujillo |
Decimos que algunos tiempos son muertos. No es de extrañar entonces que para corresponderlos nos tumbemos. Tienen no poco de interrupción, pero no menos de impasse. En ocasiones se trata de aguardar y ello no es simplemente detenerse, es un modo de atender o de respetar algo que en cierto sentido se reconoce. En algún sentido supone esperar a que escampe o amaine, lo que no siempre depende de nosotros, y de no hacerlo al acecho, sino desplazando la mirada. Curiosamente a veces se logra así desplazar la cuestión. Pero la espera no es una pasividad.
Somos convocados permanentemente a estar vigilantes, ocupados, tenidos y entretenidos en lo que, por lo visto, corresponde. Nada de distracciones, de dilaciones, de despistes. Quedamos advertidos. Fijados por lo que somos llamados a hacer o a contemplar, cualquier disipación supondría desatención, falta de información, desconsideración para con lo establecido como decisivo. Todo un sinfín de alertas nos tendrían en vilo. Permanentemente al aparato, atentos a las novedades, a cualquier brisa o indicio de leve modificación. Todas las acciones cotizan y hemos de precavernos de sus vaivenes y vicisitudes.
En tal caso, cualquier relajación podría suponerse un gesto, aunque fuera mínimo, de transgresión, un atisbo de un proceder insurrecto. Incluso el reposo habría de sopesarse y de dosificarse para inmediatamente retornar al avispero de lo que no cesa de transmitirse. Nuestra propia escucha habría de ser fecunda y operativa y replicar, siquiera en el modo de diversas formas de impugnación, el caudal de signos y señales que tejen mundo.
Por ello, encontrar ámbitos de serena toma de distancia para cuidarse de no danzar al ritmo de lo noticioso exige una verdadera decisión. Se hace preciso procurarse un espacio, habilitarse un tiempo, y velar para no verse envueltos en la vorágine de lo que requiere nuestra total dedicación. Así, ocupados en estar al tanto, todo parece reducirse a estarlo.
De ahí que haya formas de presunta desocupación que supongan otras modalidades de consideración, aquellas que comportan un cuidado, el de no limitarse a lo que Kant denomina “el afán de novedades”. Aguardar no es lo mismo que estar en guardia permanente. Tampoco significa limitarse a la pasiva actitud de demorar la contestación. Es un modo de responder que no se limita a ceder a la presión de lo que suena una y otra vez, en un permanente estado de alerta.
En entornos acuciantes parecería que lo más recomendable consistiría en rodearse de todo tipo de instrumentos, conectarse con diversos dispositivos y mantenerse en relación constante con las fuentes de difusión y de generación de lo que merece conocerse. Tal vez así, pensar se reduciría a enterarse, a estar enterado. Y ciertamente, se trata de informarse, pero ello no significa conformarse con el acopio de lo contado. Por otra parte, ni siquiera la mejor información se reduce a la mención abrupta de lo inmediato. En efecto, podría convocarse así nuestra intervención, nuestro pensamiento, nuestra decisión, pero la proliferación acuciante de lo que no cesa de fluir reclama no sólo una actitud crítica, sino explícitamente, en no pocas ocasiones, una toma de distancia.
No es cosa de huir, ni de procurarse un refugio, ni de ignorar lo que sucede, ni de mantenerse al margen de los acontecimientos, pero la disparatada dedicación a estar no ya al día, sino al minuto, viene a ser un fin en sí mismo que impide otras consideraciones que las de replicar lo recibido y, como suele decirse, reaccionar inmediatamente. En ocasiones, se trata en efecto de eso, pero el constante juego reactivo no invariablemente problematiza la cuestión.
by José Trujillo |
No siempre por falta de implicación, ni por indiferencia, hay momentos en los que se hace preciso desprenderse en la medida de lo posible de la agitación de lo que nos acucia y procurarse el reposo de otro modo de atención, que implica velar por las condiciones para sentir y pensar más allá del dictado de lo que nos adviene. Se hace necesario lograr incluso alguna modalidad de silencio, no la de la indolencia o la despreocupación, ni la de la perezosa distracción o dejadez, ni la del abandono a su suerte de los acontecimientos, sino aquella en la que encontrar razones y fuerzas para sobrellevar y afrontar lo que sucede, para escuchar, a fin, para empezar, de no dejar de ser uno mismo.
No es cuestión de vivir permanentemente obsesionados por lo que ocurre, por lo que se dice, por los rumores, por los indicios, por los pronósticos, por lo que parece, por lo que podría ser…, actitud de efectos más bien descorazonadores o paralizantes.
Además hemos de tratar que la recuperación económica sobre la que tanto se proclama trabajar, y que es sin duda imprescindible, no domine todo el sentido de la acción, y no ignorar la recuperación personal, cuya finalidad no es simplemente reponernos, sino no entregarnos a escalas de valores, a intereses y a actualidades que, siendo de gran importancia, sin embargo podrían vaciar nuestra capacidad precisamente de afrontar el presente y de cuestionarlo.
Hay asuntos que se ocultan por exceso de aparición. Su poder hipnotizador obnubila los espacios de intervención. De ser así, es sensata una cierta displicencia para con lo que trata de imponer lo único que habría de merecer nuestros quehaceres. Tal vez cabe llamarlo reposo, quizá reflexión, a lo mejor meditación, en todo caso un ejercicio de pensamiento para no caminar al albur de lo que, según sentencia ajena, es lo que ha de ocupar nuestras vidas. No es simplemente un acto de defensa. También de resistencia. O de impugnación. En definitiva, de libertad.
Ángel Gabilondo, Recuperarse y aguardar, El salto del Ángel, 28/02/2014
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