Filosofia és salut.







¿Qué significa la esclavitud más allá de la condición jurídica de la douleia griega o la servidumbre romana? ¿Y qué puede hacer la filosofía al respecto? ¿Qué armas levanta la reina destronada contra la domesticación del súbdito, el hombre, el ciudadano? (...)  ¿Qué podría contra la condición servil del agente racional un hechizo lleno de palabras que, como le gustaba decir a Borges, no es más que una rama de la literatura de ciencia-ficción? ¿Cuál sería su poder si, en el mejor de los casos, la filosofía se presenta como un espectáculo de malabarismo conceptual ejecutado por élites intelectuales que, encerradas en sus despachos, divagan en una jerga incomprensible sobre asuntos que nada tienen que ver con el mundo real, la vida, la calle y el ritmo sordo pero obstinado de la cotidianidad sangrante? ¿Qué fuerza va a tener la filosofía contra las diferentes formas de esclavitud si ya el viejo Sócrates, el hombre más justo y más sabio de su tiempo, reconocía y se pavoneaba, incluso, de su completa ignorancia? La filosofía es impotente. La filosofía es estéril. La filosofía es un escritor rollizo persiguiendo a una crisálida por un monte irregular. Y, sin embargo, ese montón de palabras ordenadas de cierta manera se nos presenta desde antiguo como una actividad indispensable para la consecución de una existencia digna de ser vivida. Un ejercicio reflexivo, ético y político absolutamente necesario para alcanzar la vida buena y el corazón de esos parajes de los que tanto nos gusta hablar y de los que tan poco sabemos: libertad, felicidad, salud, salvación. Sobre todo salud. Sobre todo y siempre la salud. La filosofía es un arte terapéutico y el filósofo, como recuerda Epicuro, un médico del espíritu: «Vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Pues de la misma manera de que nada sirve un arte médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma»3. (...)



La filosofía es a la salud del alma lo que la medicina al vigor del cuerpo. Varias son, entonces, las preguntas que interesan al animal enfermo en el que consistimos. La primera y, quizás, más importante, apunta a la naturaleza misma de la enfermedad. ¿En qué consiste la supuesta condición nosológica de la existencia humana? ¿De qué estamos tan enfermos? ¿En qué medida puede el saber filosófico reorientar la debacle psicosomática del individuo y de dónde procede el furor sanandi que parece atravesar este despliegue íntimo del género humano llamado Occidente? La segunda pregunta no tiene que ver con la naturaleza de la enfermedad, sino con su historia. La historia de la enfermedad y, también, la concepción patológica misma de la filosofía y de su devenir como un proceso más o menos frustrado en el difícil arte del esclarecimiento, la cura y la autognosis. Antigua y hermosa obsesión del bípedo implume por encontrar la salvación en éste o en otros mundos. 

Iván de los Ríos, Un leproso armado contra el placer de vivir, en El combate por la felicidad. Séneca vs La Mettrie, errata naturae Madrid 2018

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