El mercat lliure fou la utopia triomfant del sigle XIX.
Lo que plantea Polanyi no es tanto una crítica del mercado libre por sus efectos perniciosos como, de alguna forma, una consideración de su posibilidad. En realidad, dice Polanyi, el mercado libre es una utopía del siglo XIX como hubo muchas otras: la de Owen, la de los falansterios, la de los saintsimonianos… La diferencia es que ésta triunfó y nos la hemos llegado a creer, pero igual que el resto de utopías es incompatible con aspectos esenciales de la antropología humana y sólo genera violencia y sufrimiento. Históricamente, explica Polanyi, el mercado libre no ha existido en el sentido de que siempre ha requerido fuertes ayudas del Estado y de otras instituciones sociales tanto para su implementación como para paliar los efectos de sus crisis. El mercado libre es una utopía en el sentido más catastrófico de la expresión, y yo creo que eso lo estamos viendo muy bien en estos días en que se intentan liberalizar aspectos cada vez más amplios de la vida social y en que, sin embargo, se requieren intervenciones gigantescas para, por ejemplo, rescatar a la banca. Las intervenciones financieras que se han hecho para rescatar a la banca en Europa son mayores que varios planes Marshall. Con el rescate de la banca española podríamos haber financiado toda clase de medidas sociales, desde por supuesto la ley de Dependencia hasta muchísimas otras. Si no me equivoco, incluso la renta básica. Yo creo que esa idea de Polanyi es una muy potente: frente a un debate siempre ambiguo sobre si los efectos del mercado libre son positivos o negativos, él dice que el mercado no es ni bueno ni malo, sino imposible. Lo que parece mercado libre en realidad es una ortopedia pública estatal muy potente y que tiene unos costes altísimos. Es una crítica muy intuitiva, además.
En realidad, el capitalismo surgió históricamente de chiripa. Hay una parte muy importante de la historiografía marxista que no ha entendido bien eso, que ha pecado hasta cierto punto de un cierto exceso de evolucionismo o de hegelianismo y no se ha dado cuenta de que el capitalismo surgió como consecuencia de una confluencia de factores, de sinergias, que se habían dado por separado en otras sociedades pero nunca simultáneamente. En otras sociedades había habido una gran afluencia de metales preciosos, una gran masa de mendigos a la deriva sin disponer de medios de producción, desarrollo tecnológico, etcétera, pero nunca había pasado que de repente, en unos pocos países, se dieran todas esas circunstancias a la vez. Es importante recordarlo: el capitalismo no es inevitable, no es la única opción, sino el resultado de una serie de casualidades que al final, pero sólo al final, fueron alimentadas o impulsadas políticamente a través de medidas no siempre coherentes por una clase, la burguesía industrial, a la que le interesaban, y que efectivamente a veces utilizó una violencia extrema para conseguirlo. El capitalismo fue resultado de medidas nada consensuales, nada resultado del pacto social, nada que ver con eso que nos dicen de «lo que hemos acordado» (risas). Sí, es el consenso que más o menos hemos aceptado, pero desde luego a lo largo de siglos fue resultado de imposiciones muy violentas. Yo, a mis estudiantes, siempre les pregunto lo siguiente: «¿Cómo pasó que millones de personas abandonaran sus medios de vida tradicionales para irse a las puertas de las fábricas a pedir que las explotaran doce o catorce horas al día en un trabajo infame? ¿Eran idiotas?». La respuesta es: no, no lo eran, simplemente no tuvieron otra opción.
Es verdad que el intercambio es una cosa antropológica universalmente extendida. Todas las sociedades han comerciado en alguna medida, pero la expresión clave ahí es «en alguna medida». A eso de que todas las sociedades han comerciado hay que añadir que todas las sociedades han impuesto grandes límites a con qué se comerciaba, en qué momento y hasta qué punto. Una pauta que fue tan universal como el comercio hasta épocas muy recientes es que no se comerciaba con bienes de primera necesidad y que ese comercio no ponía en riesgo la supervivencia material de la sociedad. No se comerciaba con el suelo, no se comerciaba con el trabajo… Una frase que suelo repetir pero que da muy buena idea de esto es que el mercado era algo que pasaba algunos días en algunos lugares. Es algo que todavía nosotros hemos conocido: en nuestros pueblos sigue habiendo días del mercado y plazas del mercado. El mercado no era algo que estuviera permanentemente presente, sino algo que pasaba una vez a la semana o incluso al mes en algunos lugares y con pautas muy establecidas. A menudo incluso con precios establecidos, que es algo que también se nos olvida: en muchos mercados los precios no eran libres, eran acordados conforme a ciertas necesidades de reproducción social.
Asturias 24, Entrevista a César Rendueles. Intelectual marxista. Autor de 'Sociofobia' y 'Capitalismo canalla', 19/01/2016
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