Vergonya i política.


Quiero reparar ahora en la vergüenza, a la que Elster le dedica suculentas páginas en otro libro suyo repleto de sutilezas que lleva por título Alquimias de la mente. En él esa emoción social que es la vergüenza se disecciona certeramente a mi modesto entender, señalándose que lo que la despierta es algo que normalmente genera en otras personas el desprecio, el escarnio o el aislamiento. Quiere decirse que, de alguna manera, se requiere la presencia de los otros –explícita o implícita– para que esa emoción brote (también valdría imaginarse expuesto a los otros para experimentarla). Cito de nuevo a Elster, certero y sin dejar lugar a dudas: «En el caso de la vergüenza, existe una conexión causal entre lo que otras personas realmente sienten y lo que el agente siente». En cuanto a la tendencia de acción asociada a esta emoción, «el impulso inmediato es el de esconderse, huir, achicarse –cualquier otra cosa para evitar ser visto–. Si uno no puede huir el suicido puede ser la única solución». Ahora bien, siendo esta la tendencia automática o primaria, reconoce el filósofo noruego –y con él yo creo que todos aquellos con la suficiente experiencia moral– que caben otras reacciones como el intento de reconstruirse o mejorarse a uno mismo. A veces, la vergüenza puede desencadenar una conducta agresiva, como forma de recuperar el equilibrio de condiciones del agente respecto de los otros; es decir, como señala Bernard Williams citado en el susodicho libro: «Humillando a otra persona, uno puede intentar defensivamente reparar y, comparativamente, incrementar el sentido de valía personal hecho añicos». Igual que cuando un animal se ve atrapado, atacaremos sin más remedio al no existir escapatoria posible, aunque el primer impulso siempre sea salir corriendo. 

Estos días estamos siendo testigos los ciudadanos de este país del enésimo episodio de palmaria inmoralidad que se representa en el escenario político. Nosotros, espectadores atónitos y perplejos, vemos cómo una persona que está al frente de una institución pública de gobierno regional miente descaradamente, sin el más mínimo indicio de sonrojo. Es verdad que, cumpliendo con la tendencia de acción primaria propia de la vergüenza que señala Elster, la señora Cristina Cifuentes estuvo desaparecida y muda durante algunos días; quizá llegó a sentir vergüenza, pero ya lleva bastantes días durante los cuales su conducta es una contundente prueba de lo atinado del análisis de Williams, cuando advierte de que quien ha sido cazado en su nuda deshonestidad puede muy bien reaccionar con el ataque. En el caso de la interfecta, dirigido contra la prensa digital, la oposición política, y todo ello acompañado de una estrategia retórica que tiene por finalidad culpar únicamente a la Universidad Rey Juan Carlos de todo lo que huele mal en relación su archifamoso máster.

Pero ¿y si en verdad no siente vergüenza ninguna? Recordemos que –Elster dixit– en el caso de esta emoción la causa de que la señora Cifuentes pueda sentirla reside en qué sienten realmente otras personas respecto de lo que ella ha hecho. He aquí la clave a mi juicio. Basta con oír las declaraciones de sus compañeros de partido y ver el abrazo con el que le ha obsequiado el jefe del mismo en la fiesta que celebran todos este fin de semana en Sevilla para saber lo que siente realmente esa gente que ella tiene como grupo de referencia. No ha lugar, pues, a la vergüenza.

Ello tiene un coste para la ciudadanía de este país en términos de debilitamiento de los límites morales y, por ende, de pérdida de estabilidad, pues –recordemos– son los vínculos entre las emociones como la vergüenza y el cumplimiento de las normas los que otorgan estabilidad a nuestra vida social, ahorrándonos entre otras cosas conflictos que nos quitan fuerzas para entregarnos a los proyectos que nos mejoran.

Nuestro ínclito Presidente del Gobierno, que siente que el asunto del dichoso máster de la señora Cifuentes representa una «polémica bastante estéril», asegura cada vez que tiene oportunidad que España es un país serio, lo que tengo por incompatible con ser una sociedad sin vergüenza; ¿o sí?

José María Agüera Lorente, Sin vergüenza (o de emociones y política), Filosofía en la Red 08/04/2018


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