L'art de tenir la raó.





Doy por supuesto que los tertulianos profesionales se han estudiado a fondo el manual de Schopenhauer, porque también a ellos les importa sobre todo imponer su razón y porque también ellos, cuando no hay más remedio, acaban recurriendo al insulto. Hablo, claro está, de las tertulias de las televisiones privadas, porque en las de las televisiones públicas, reducidas a meros órganos de propaganda, todos ­parecen estar siempre de acuerdo y los debates no pasan de ser simples escenificaciones: en las de TV3 no hay manera de librarse de la eterna tabarra independentista y en las de TVE no hacen sino reformular el también eterno “España va bien”. A mí lo que más me sorprende de las tertulias de verdad es el desparpajo con que todos vierten opiniones sobre los asuntos más diversos, por peregrinos que sean. ¿Cómo es posible que tengan respuestas para todo? ¿Y de dónde les viene ese omnisciencia? Con frecuencia ocurre que el mismo razonamiento que escuchamos primero en labios de un político se lo oímos después a un periodista afín y, aunque cabe la posibilidad de que cada uno de ellos haya llegado a esas conclusiones por sus propios medios, lo normal es que recordemos entonces la existencia de los célebres argumentarios, que impiden que admiremos a tertulianos y políticos por su infinita sabiduría. Cuando el rival diga ­esto, tú contesta aquello. Cuando te replique con tal caso de corrupción, sácale tú tal otro. Cuando veas que las cosas se ponen feas, interrúmpele y trata de desviar su atención. Y si finalmente comprendes que el debate está perdido, acuérdate de que siempre puedes recurrir al ataque ad hominem.

Lo importante es, ya lo sabemos, crear opinión. Pensábamos, como en la frase famosa que se atribuye a Clint Eastwood, que “las opiniones son como los culos, todos tenemos uno”, pero no es verdad. El propio Schopenhauer lo dejó bien claro en esas reflexiones de hace casi dos siglos: el ser humano, en vez de formar su propia opinión, tiende a adoptar opiniones ajenas. Según él, al prin­cipio son dos o tres las personas que, creyendo exa­minar a fondo un asunto, emiten la opinión correspondiente. A partir de ahí basta con que vaya creciendo el número de “crédulos e indolentes” que propaguen esa opinión para que se genere algo parecido a un con­senso, y entonces ¿cómo no adherirse a algo que viene respaldado por tan amplias mayorías y que te procura eso que todos necesitamos, que no es otra cosa que tener razón?

Ignacio Martínez Pisón, Tener razón, La Vanguardia 13/04/2018

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