No és el llenguatge el culpable.



... solo una alianza defensiva de la mayoría de sus adversarios, alrededor de un audaz y joven economista, Emmanuel Macron, consiguió evitar el acceso al poder presidencial de la candidata derechista y neofascista Marine Le Pen. La inquietud era comprensible puesto que se venía, en 2016, del desgajamiento británico de la Unión Europea por motivos nacionalistas de "recuperación de la soberanía", y de la instalación en la Casa blanca, en Washington, de Donald Trump, un charlatán supremacista que ha superado, de largo, como embaucador y comediante a su precursor europeo, el incombustible cavaliere Berlusconi. Y en diversos países del meollo continental, desde Holanda, Italia y Austria, hasta Polonia o Hungría, añejos autoritarismos de diverso signo habían reverdecido con fuerza. ¿Cómo era posible tamaño retroceso, en tantos lugares distintos y al mismo tiempo? ¿Cómo explicarlo en unas sociedades con unos niveles de bienestar y oportunidades nada desdeñables?

Lo más socorrido es acudir, de inmediato, a las virtudes ofuscadoras del lenguaje y a la sagacidad desvergonzada y demagógica de los que se dedican a la política o a sus asesores de cabecera (los publicitarios y propagandistas, sobre todo). sagacidad para ir inventando nuevos términos y marcos de referencia (frames), con los que condensar y simplificar la realidad social y elaborar recetarios con soluciones aparentemente plausibles. Todo ello con un objetivo obvio: seguir engatusando al personal vendiendo esperanza y humo. Dicho de manera más sencilla, dar con arietes verbales persuasores acompañados con esbozos de "programas", para renovar ilusiones en el personal al que conviene encandilar, aleccionar y arrastrar. (...)

En época de lamentos por el desinterés creciente ante los logros conseguidos por las fórmulas de gobernanza que se han mostrado menos perniciosas en un marco social abierto (los recetarios de la democracia social y la liberal), no hay desierto de idearios, sino una profusión de ellos. No hay carencia de ideas de fondo y abrazo ilusionado de recetas simples ("populistas"), como a menudo se proclama, sino un jardín frondosísimo de idearios más o menos trabados, en competición por una clientela siempre disponible.  (...)

El lenguaje tiene parte de la culpa, ciertamente, por la inmensa maleabilidad que pone al servicio de los predicadores avezados (condición inexcusable en el oficio de político), pero no es el ariete primordial de la reiteración de errores y del retorno a fórmulas perniciosas para el progreso individual y colectivo. la manipulación del lenguaje siempre va a estar ahí y hay que dar por descontado que los engaños, distorsiones y cacofonía de eslóganes en el mercado de ideas políticas se eternizarán. Así ha sido desenmascarado, en multitud de ocasiones, y eso no va a cambiar. Habrá que analizar, por tanto, con ahínco y algo más de penetración los vectores y motores de fondo para la renovación de ilusiones desenfocadas, aunque vengan vestidas con ropajes aparentemente nuevos. 

(...) Mi propósito primordial es mostrar que la reiteración de fórmulas dañinas en las recetas de gobernanza y la gran facilidad para caer en ilusiones espúreas, deriva de errores groseros de partida en el pensamiento político. Que el verdadero culpable de andar tropezando, innumerables veces, en las mismas piedras hay que buscarlo en la endeblez, las falacias y los desajustes consustaciales a la ideción política, por más revestida que vaya de elementos de supuesta racionalidad y por más alejada que intente mostrarse de los mitos y las creencias doctrinales. 

Adolf Tobeña, Neuropolítica. Toxicidad e insolvencia de las grandes ideas, Economía Digital S. L., Barcelona 2018

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