Emocions i vida social.










¿Puede ocurrir que falle el juicio en su vertiente racional a la hora de la toma de decisiones que da origen a nuestras acciones? Claro que sí; y entonces la emoción tiene que acudir a rescatarnos del error en que podríamos incurrir. En la película de 2015 titulada Irrational man –que por cierto comenté en este mismo blog, y que merece más– Woody Allen nos pone magistralmente ante el hecho de una desorientación de la razón que conduce al personaje –un profesor de filosofía nada menos, es decir, un señor intelectualmente sofisticado– a cometer un asesinato. Cuando reconoce su culpa ante una alumna que lo admira, ésta admite que no tiene forma lógica de demostrarle por qué está mal lo que ha hecho, pues efectivamente el sujeto que ha eliminado era un mal bicho por lo que el crimen que ha cometido se podría considerar una buena obra. Al justificarse el homicida diciendo que matar a ese hombre «era lo más razonable» ella le replica: «no puedo rebatir tus argumentos, pero no tengo que pensar en nada, porque siento que eso no está bien». En efecto, cualquiera ha tenido la ocasión de experimentar ese sentimiento del que brota la expresión «eso no está bien». Ese sintagma marca una valiosísima frontera moral, siempre revisable ciertamente, siempre objeto de crítica y hasta de controversia, sobre todo en sociedades tan dinámicas como las nuestras actuales en las que las veloces innovaciones tecnológicas nos colocan ante novedosas opciones cuya valoración seguramente no se puede realizar aplicando sin más los esquemas morales tradicionales. De todos modos, en muchas de las ocasiones en las que esas cuatro palabras son pronunciadas –no sabría decir si las más o las menos– lo que las respalda es un sentimiento o conjunto de sentimientos, no razones; compasión, culpa o vergüenza sustentan una valoración que se precisa inmediata y poderosa capaz de conducirnos a proceder moralmente. No son argumentos, pero tienen un indudable valor práctico y son imprescindibles en toda sociedad si se quiere que sus individuos puedan identificar, sin necesidad de tener que confeccionar una tesis doctoral sobre ética, esos principios cuyo seguimiento mayoritario mantienen en buen nivel sus mínimos éticos. Son las que Jon Elster, en su libro Tuercas y tornillos, llama «emociones intensamente sociales» y a las que atribuye «un rol importante en la operación de las normas sociales». Son ellas las que en primera instancia previenen contra el riesgo de impunidad ante conductas lesivas contra el bien común. Tras la vergüenza y la culpa está el temor a la punición, a la mirada de los otros que solidariamente constituyen la comunidad moral. Como Elster señala certeramente: «Las emociones importan porque nos conmueven y perturban y porque mediante sus vínculos con las normas morales estabilizan la vida social».

José María Agüera Lorente, Sin vergüenza (o de emociones y política), Filosofía en la red 08/04/2018




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