Podria ser la nostra experiència del món només una il·lusió?
Una de
las ideas más inquietantes de la historia del pensamiento es la que dice que
tal vez el mundo que vemos a nuestro alrededor no sea más que una ilusión.
Muchas culturas, si es que no todas, han fantaseado con la posibilidad de que
la vida, como decía Calderón de la barca, sea un sueño, y algunas religiones,
como el budismo, afirman con rotundidad que no solo cuanto vemos a nuestro
alrededor, sino incluso nuestro propio “yo” es también una ilusión, una especie
de truco de magia. En la filosofía occidental no han faltado las reflexiones
sobre este asunto, desde el famoso mito de la caverna de Platón (donde unos prisioneros atados en el suelo de una cueva solo
ven sombras proyectadas en la pared, y las toman por cosas reales hasta que uno
de ellos logra escapar al mundo exterior y se da cuenta de la diferencia entre
las sombras y las cosas de verdad), hasta la duda metódica de Descartes, que le hizo concebir la
posibilidad de que un genio maligno estuviera manipulando continuamente nuestra
consciencia para hacernos creer y percibir como algo obvio lo que son
falsedades. Un par de siglos más tarde, los filósofos alemanes Kant y Schopenhauer
afirmaron que lo que percibimos no son las cosas en sí mismas, sino solo
“fenómenos”. (103)
En 1981, el filósofo norteamericano
Hilary Putnam sugirió, en su libro Razón, verdad e historia, la metáfora de
los cerebros en una cubeta. En su experimento mental, el genio maligno
cartesiano sería un científico que mantiene a varios cerebros sumergidos en una
cubeta llena de nutrientes, y con las terminaciones nerviosas conectadas a un
ordenador. Este ordenador recibe los impulsos eléctricos que el cerebro en su
estado normal enviaría al resto del organismo a través de los nervios motores,
los analiza y, mediante un programa informático, manda de vuelta al cerebro, a
través de los nervios sensoriales, otros impulsos eléctricos que generan en la
corteza cerebral las mismas experiencias que tendría si estuviese viviendo una
vida normal. La pregunta, obviamente, es: ¿cómo podemos saber que no somos
cerebros en una cubeta? (104-105)
Una de las razones principales es
que, obviamente, en cierto sentido sí que somo un cerebro en una cubeta (…) el
hecho es que la actividad mental se produce precisamente en el cerebro,
separada físicamente, e incluso temporalmente, de aquellos sucesos “externos”
con los que dicha actividad se relaciona con causalidad. (…) nuestras
percepciones de los objetos no son los objetos mismos, sino sucesos neuronales
que funcionan como representaciones o imágenes de dichos objetos. Lo único que
se requiere para dar verosimilitud a la idea de los cerebros en una cubeta no
es un genio maligno con capacidades sobrenaturales o un científico loco armado
de un potentísimo ordenador: más bien nos basta con tener en cuenta la separación física y temporal que hay
entre los sucesos que percibimos y nuestro acto de percibirlos, y expandir
mentalmente esa distancia para “aislar” la actividad mental, o sea, para
considerarla una actividad diferente
(aunque causalmente dependiente) de aquello sobre lo que tratan nuestras
experiencias.
Así que la pregunta siguiente
continúa teniendo todo el sentido del mundo: ¿podría nuestra experiencia ser
solo una ilusión? (106-107)
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