Una pel.lícula sobre la figura de Hannah Arendt
Una de las grandes polémicas intelectuales del siglo XX cumplirá pronto 50 años. El 16 de febrero de 1963 la revista The New Yorker dedicó 73 páginas a una crónica del juicio que había condenado a muerte en Jerusalén
al teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, encargado del transporte a
los campos de concentración y exterminio. El texto era la primera de
cinco entregas y lo firmaba Hannah Arendt, la pensadora alemana de origen judío que en 1951 había entrado en la historia de la filosofía con Los orígenes del totalitarismo.
Hannah Arendt |
Casi medio siglo después, la polémica en torno a aquella obra sirve también de columna vertebral a la película de Margarethe von Trotta Hannah Arendt, que no tiene prevista fecha de estreno en España, pese a haber obtenido la Espiga de Plata en la última Seminci (Semana de Cine de Valladolid). Si Von Trotta fue musa de Fassbinder, la musa de Von Trotta es Barbara Sukova, impecable en el papel de la filósofa. La Hannah Arendt
de Von Trotta arranca con el secuestro de Eichmann a cargo de los
servicios secretos israelíes en Argentina, donde vivía de incógnito, y
recurre a imágenes de archivo para reconstruir el juicio y al flashback
para apuntar la relación de Arendt con Martin Heidegger, su maestro y
amante antes de que este mostrara su apoyo al partido nazi y ella
tuviera que huir a Francia para asentarse definitivamente en Nueva York.
“Fuimos expulsados de Alemania porque éramos judíos. Pero apenas
cruzamos la frontera francesa, nos convirtieron en boches”,
escribió. “Aparentemente nadie quiere saber que la historia
contemporánea ha creado una nueva clase de seres humanos: la clase de
los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos y en
campos de internamiento por sus amigos”.
En el número 370 de Riverside Drive transcurre la mayor parte del metraje de una película de ideas
en la que el trabajo de los actores matiza lo abstracto de algunas
discusiones. Junto a la propia Sukova-Arendt, brillan los encargados de
interpretar a su segundo marido —Heinrich Blücher (Axel Milberg)—, a su
gran amiga y defensora —la novelista Mary McCarthy (Janet McTeer)— o a
su gran amigo y luego detractor Hans Jonas (Ulrich Noethen),
condiscípulo de la pensadora en los cursos de Heidegger. “No diga mi
nombre en la misma frase que el de ese nazi”, dice él en el filme.
“La imagen que habían creado era la de un ‘mal libro’; ahora han de
probar que fue escrito por una ‘mala persona”, escribió Hannah Arendt al
recordar las acusaciones que recibió. Algunos insinuaron que su informe
nacía del odio a su propia condición de judía. No todos fueron tan
sutiles: “¿Es nazi Hannah Arendt?”, se titulaba una carta colectiva
publicada por Le Nouvel Observateur. La polémica es ya
historia. No en vano, Von Trotta ha contado con la colaboración de los
archivos sobre el Holocausto de Steven Spielberg, la Universidad de
Jerusalén y la Organización Sionista Mundial.
Fuera del cine, el interés por la obra de Hannah Arendt no ha parado de crecer. Amén de sus obras filosóficas, solo en España hay disponibles tres biografías suyas y parte de su correspondencia. A ellas acaba de sumarse La batalla de las cerezas. Mi historia de amor con Hannah Arendt
(Paidós. Traducción de Alicia Valero), que recoge los apuntes que su
primer marido, Günther Anders, tomó cuando eran una pareja de recién
casados que discutía a Leibniz en una habitación subalquilada de
Drewitz. Siempre pegada a un cigarrillo, “profunda, insolente, alegre,
mandona, melancólica, danzarina”, así retrata Anders a la mujer con la
que se casó en 1929 y de la que se divorció en 1937. En 1940 ella se
casó con Blücher. Ese año fue recluida en el campo de internamiento de
Gurs, en el sur de Francia. Allí vivió sus mayores crisis, pero mantuvo
la lucidez suficiente para desobedecer la orden que obligaba a los
judíos a registrarse en una prefectura. Había aprendido a desconfiar de
la policía francesa, decía, leyendo novelas de Simenon. Hannah Arendt se
convirtió en apátrida, pero salvó la vida. Aquel registro se convirtió
para muchos en el pasaporte hacia los campos de exterminio. A ellos
fueron deportados, entre otros, parte de los 6.000 judíos que habían
sido transitoriamente enviados a Gurs por un puntilloso funcionario
llamado Adolf Eichmann.
Javier Rodríguez Marcos, La banalidad del mal, 50 años después, El País, 29/01/2013
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/01/28/actualidad/1359401307_892113.html
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