Globalització, avortament i pluralisme moral.
La noticia no es
nueva, en realidad es del mes de noviembre pasado, pero los hechos configuran
uno de esos casos sobre los que se podrá debatir
durante años. Por eso me ha parecido
interesante traerlo a debate. Los hechos son los siguientes (recuperados
de la crónica de Walter Oppenheimer en el diario ELPAIS)
Savita Halappanavar, una dentista india de 31 años, está
embarazada. A las 17 semanas, el
embarazo se complica hasta tal punto que los médicos le comunican que,
inevitablemente, va a perder el bebé. En circunstancias normales, los médicos
practicarían un aborto y salvarían a
la madre. Pero estamos en Irlanda, con una legislación sumamente restrictiva
que no permite el aborto ni siquiera cuando haya peligro para la vida de la
madre. El tiempo transcurre sin que los médicos, que esperan a que el corazón
del bebé deje de latir, traten a la madre para no perjudicar al feto ¿Final de
la historia? El feto deja de latir y, a los cuatro días, la madre muere de una septicemia.
El
debate lo abre el ruego del marido de Savita,
Praveen Halappanavar, un ingeniero también afincado en Irlanda, que desesperado
por salvar la vida de su mujer dice: “no
somos católicos: somos hindúes, nuestra moral sí permite el aborto en casos
como este”. “Ya”, le responden los médicos, “pero estamos en Irlanda, y la ley
es igual para todo el mundo”.
¿Tiene razón en su pretensión Praveen? Savita
y Praveen eligieron Irlanda para prosperar y desarrollar una familia. Por las
circunstancias que fuera, no lo hicieron en la India. Pero vivir en Irlanda,
como en cualquier otro país, supone, aunque no se sepa, no sólo aceptar un contrato económico, sino el contrato moral que esa comunidad se ha
dado.
¿Puede alguien desvincularse de una norma de carácter legal alegando que no
comparte los fundamentos morales y/o religiosos en los que estos se basan? O,
yendo más allá, ¿podrían en una sociedad coexistir
diversos códigos civiles y penales, basando en distintas creencias morales
o religiosas? ¿Es decir, que los católicos no se pudieran divorciar pero lo no-católicos sí y, a su vez, los musulmanes
practicar la poligamia? La poligamia puede
resaltarnos rechazable personalmente pero, al fin y al cabo, más de mil
millones de personas practican una religión que la admite. ¿Por qué negarnos a
aceptarla dentro del grupo religioso donde es socialmente aceptada?
Un argumento importante es el de la reciprocidad. Los irlandeses son pocos
y neutrales. Más que colonizar ha nadie, lo que han hecho ha sido emigrar
masivamente: ¿han podido seguir siendo católicos allá dónde han ido o se les
han impuesto normas contrarias a sus principios éticos y morales? La mayoría de
las sociedad musulmanes son sumamente restrictivas e intolerantes con la moral
de los demás, hasta el punto de penalizar
o prohibir no ya las desviaciones de los musulmanes sino de todos aquellos
que viven en ese país. Igual que Savita tuvo que aceptar los postulados morales
de la católica Irlanda, los irlandeses no deberían poder abrir un pub en Doha o
ir con la cabeza sin cubrir, en el caso de las mujeres, en países donde la
norma así lo prescribiera. ¿Sí? ¿No? ¿Qué nos cuenta la historia de Savita?
En un mundo cada vez más
interdependiente, las normas morales son
tan rígidas que no se adaptan a la riqueza y pluralidad de los individuos.
¿Pero cuál es la alternativa? ¿La reciprocidad? ¿La tolerancia unilateral
aunque no hubiera reciprocidad? ¿Admitir códigos civiles y penales distintos
dentro de cada país en función de la etnia, religión o moral? Un debate, como
decía, sumamente complicado.
La historia de Savita nos habla de la fusión entre el derecho, la religión y la estatalidad. El forense podrá dictaminar que Savita murió de una septicemia pero en realidad murió por un
principio organizador de las relaciones
internacionales establecido en 1555: cuius
regio, eius religio.
José Ignacio Torreblanca, Morir por la moral de los otros, Café Steiner, 28/01/2013
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