Textos pòstums de Foucault.
Michel Foucault |
A fines de los años ‘60, un hombre calvo, delgado y
jovial irrumpía en la escena intelectual francesa, provocando una
auténtica conmoción. Sus adeptos hablaban de él como “el sucesor de
Sartre”; sus detractores le vaticinaban un pronto y seguro pasaje al
cesto de las olvidadas modas filosóficas, típicas del gusto francés. Lo
cierto es que, a casi treinta años de su muerte, Michel Foucault –porque
obviamente de él se trata– parece gozar de perfecta salud. De ello da
cuenta la incesante aparición de trabajos sobre su obra o, incluso, de
nuevos textos del propio filósofo, como los que aquí serán objeto de
comentario. ¿Textos póstumos, de Foucault? ¿No había prohibido
expresamente el filósofo que se publicaran textos tras su muerte? Didier
Eribon, en su biografía de Foucault, brinda algunos detalles de la
batalla que se desató tras la muerte del filósofo. La presa en disputa
era, fundamentalmente, el cuarto tomo de la Historia de la sexualidad,
titulado Las confesiones de la carne, que Foucault habría terminado de
redactar prácticamente en su lecho de muerte, sin alcanzar a darlo él
mismo a la imprenta. ¿Había que publicarlo? Aparentemente, en textos
privados escritos con anterioridad a su enfermedad –entre ellos, un
“testamento de vida para abrir sólo en caso de accidente”, escrito en
1982, antes de emprender un viaje a Polonia–, Foucault se manifestaba en
contra de toda publicación póstuma. Sin embargo, en otras oportunidades
habría abogado por dar libertad a los textos mismos, independientemente
de toda voluntad expresada por su autor.
La rigidez inicial de los herederos en cuanto a respetar la supuesta
cláusula impuesta por Foucault se fue debilitando con el paso del
tiempo. Aún se mantiene inflexible en cuanto a libros propiamente
dichos, incluido, claro está, Las confesiones de la carne. ¿Con qué se
construyen entonces los “nuevos” libros de Foucault? Básicamente con dos
materiales. En primer lugar, con artículos breves, conferencias,
prólogos, intervenciones periodísticas, que fueron hechos públicos en su
momento, pero que se encontraban dispersos en una gran variedad de
soportes. De la reunión de esos textos surgieron los monumentales tomos
de Dits et écrits publicados en francés en 1994. No se trata aquí, en
rigor, de libros póstumos, porque recopilan textos que ya habían sido
publicados con la autorización del filósofo. No falta, de todos modos,
quien se pregunta si el hecho de presentarlos juntos, con formato libro,
no hace de esos textos parte de un objeto póstumo, que quizás al propio
autor no le habría agradado del todo. Ahora bien, una vez aceptada esa
publicación, hay algo que resulta inexplicable, y es el hecho de que no
exista una traducción completa de esos textos al español. Esa falencia
da lugar a que, de tiempo en tiempo, emerja en las librerías un “nuevo
libro” de Foucault en nuestra lengua. Tal es el caso de uno de los
textos de los que nos ocuparemos enseguida, El poder, una bestia
magnífica, que presenta por primera vez en español varios textos que ya
estaban en Dits et écrits.
La otra fuente de novedades foucaultianas es más controversial. Se
trata de los cursos dictados por el filósofo en el Collège de France.
¿No cabe allí hablar de póstumos en sentido estricto? Cada uno de los
volúmenes, que comenzaron a publicarse en 1997, viene acompañado por una
doble justificación. Por un lado, los editores se amparan en el deseo
de “satisfacer la muy intensa demanda de que eran objeto, tanto en
Francia como en el extranjero”; por otro, la cuestionable definición de
“inédito” que manejan: “No se trata de inéditos, porque esta edición
reproduce la palabra pronunciada públicamente por Foucault, con
exclusión del soporte escrito que utilizaba”. Demanda y oralidad son las
dos grietas que encontraron los editores para no violar la supuesta
cláusula foucaultiana, violándola. Pero la controversia no termina allí.
Porque todos los cursos que se habían publicado hasta ahora tomaban
como fuente la grabación de las clases. Pero del primer curso dictado
por Foucault en el Collège no quedó registro oral. Lo que hay son los
apuntes preparados por el filósofo para dictar sus clases. Hay texto, no
voz. Texto inédito, aunque leído públicamente. ¿Alguien puede creer que
fue éste un obstáculo para publicar el curso? Obviamente, no lo fue.
Con el título Lecciones sobre la voluntad de saber acaba de aparecer en
español la traducción de esos apuntes que habían sido publicados en
Francia en 2011.
Los textos que conforman El poder, una bestia magnífica fueron
publicados entre los años ‘70 y principios de los ‘80, y se centran en
la novedosa concepción del poder con la cual Foucault alteró las
categorías de toda discusión política.
Los primeros nueve trabajos –que abarcan la mitad del libro– son los
más ricos conceptualmente. En ellos, Foucault da cuenta de su noción de
poder, así como también de algunas particularidades metodológicas de
sus investigaciones. El filósofo francés es plenamente consciente de su
originalidad: “Procedo –afirma en Poder y saber– de una manera del
todo irrazonable y pretenciosa bajo una apariencia de modestia, pero
querer hablar de un objeto desconocido con un método no definido es
pretensión, presunción, delirio de presunción”. Foucault no sólo habla
de aquello que la filosofía nunca había considerado: las relaciones de
poder, la locura, la sexualidad, la enfermedad, sino que lo hace,
además, empleando modos que nada parecen tener que ver con los
habituales en la especulación filosófica: “No soy filósofo, ni escritor.
No hago una obra, hago investigaciones que son históricas y políticas
al mismo tiempo”, afirma en la entrevista que da título al libro.
En esas investigaciones hay algunos elementos recurrentes que, si
bien no permiten hablar de un método definido, sí dan cuenta de un
proceder específicamente foucaultiano. En El intelectual y los
poderes, confiesa: “Siempre quise que, en algún aspecto, mis libros
fueran fragmentos de una autobiografía. Mis libros siempre fueron mis
problemas personales con la locura, la prisión, la sexualidad”.
Pero esos problemas personales tenían que plasmarse en un cruce
particular entre teoría y práctica: “Siempre me empeñé en que hubiera en
mí y para mí una especie de ida y vuelta, de interferencia, de
interconexión entre las actividades prácticas y el trabajo teórico o el
trabajo histórico que hacía”. Finalmente señala que al elegir los temas u
objetos a investigar cuidaba que permitieran establecer un enlace entre
el pasado y su presente. Tomando como ejemplo su Historia de la locura,
afirma: “Me parece que hice una historia lo bastante detallada para que
suscitara preguntas en la gente que vive actualmente en la
institución”.
En lo que se refiere a la noción de poder que maneja Foucault en
aquellos años, queda claro que para él el poder no es algo que se tiene,
o se almacena (ni, por tanto, algo que pueda arrebatarse). No hay un
foco único del que emane el poder sino un complejo enmarañamiento de
relaciones. En Espacio, saber y poder arremete contra aquellos que dan
un contenido sustancial al poder: “Nada me irrita más que esas
preguntas –metafísicas por definición– sobre los fundamentos del poder
en una sociedad o sobre la autoinstitución de la sociedad. No hay
fenómenos fundamentales. Sólo hay relaciones recíprocas y desfases
perpetuos entre ellas”. Y en Poder y saber amplía esa idea: “En la
sociedad hay millares y millares de relaciones de poder y, por
consiguiente, de relaciones de fuerza, y por tanto de pequeños
enfrentamientos, microluchas, por llamarlas de algún modo”. Foucault no
se desentiende del estudio del poder político. Pero descubre que éste no
sería posible si no tuviera sus raíces en ese micropoder que involucra a
todos los componentes de la sociedad. Además, el filósofo insiste en
que en esas relaciones de poder hay siempre una posibilidad de
reversibilidad: “Las relaciones de poder suscitan necesariamente, exigen
a cada instante, abren la posibilidad de una resistencia”.
Los textos recogidos en la segunda mitad del libro muestran cómo los
análisis de Foucault se apoyaban en prácticas concretas. En el primer
conjunto, titulado La prisión, se destacan dos textos ligados a su
trabajo en el Grupo de Información sobre las Prisiones –el manifiesto
del GIP y el primer folleto realizado por dicho grupo– y una entrevista
realizada tras una visita del filósofo a la cárcel norteamericana de
Attica, en 1972.
Finalmente, bajo el título La vida y la ciencia, se presenta una
serie de textos centrados en la mirada foucaultiana sobre la medicina.
Aquí hay dos auténticas perlas. Una es un escrito de dos páginas,
transcripción de una intervención de Foucault en la conferencia de un
médico al que se acusa de haber alentado la práctica sexual entre
alumnos de un liceo. Foucault se encarga de presentar, en una apretada
síntesis, algunos componentes ocultos de la medicina moderna: el
secreto, la segregación, la conversión de aquello que para la religión
era pecado en enfermedad, la defensa de los tabúes morales. En el último
párrafo del texto sostiene que la medicina tiene en nuestros tiempos
una función judicial: “Es ella la que define no sólo lo que es normal y
no normal sino, en definitiva, lo que es lícito o no lícito, criminal o
no criminal, lo que es desenfreno o práctica nociva”. La otra perla es
el último texto que Foucault dio a la prensa en vida. Se trata de un
texto en el que modifica un trabajo anterior –que también se publica
aquí– acerca de Georges Canguilhem, titulado La vida: la experiencia y
la ciencia.
1970 fue el año de la consagración definitiva de Foucault. Ya había
escrito un par de libros que inexplicablemente –incluso para él– se
habían convertido en best sellers. Ya era una figura pública a la que se
asociaba con la fuerza juvenil que había irrumpido en Mayo del ‘68. Si
bien Foucault no participó activamente en los sucesos de París, porque
en ese momento se encontraba en Túnez, fue a consecuencia de esos
acontecimientos que terminó formando parte de la creación de la
Universidad de Vincennes, hacia la que confluyó buena parte de la
energía innovadora de ese Mayo. Pero, indudablemente, el reconocimiento
académico le llegó al ser nombrado (luego de una votación en la que
venció nada menos que a Paul Ricoeur e Yvon Belaval) profesor de
Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France, cargo
que ocupó hasta su muerte, en 1984.
La “lección inaugural”, pronunciada el 2 de diciembre de 1970, fue
publicada luego con el título de El orden del discurso. Una semana más
tarde comenzaba con el primero de sus seminarios. Como mencionábamos
antes, de este curso no hay registro de audio. Pero Foucault era muy
meticuloso. Preparaba cada clase hasta el más mínimo detalle. De hecho,
en la publicación de los cursos posteriores, las notas de los editores
que surgen de las diferencias entre el registro oral y los apuntes
preparados por Foucault son escasas y, por lo general, irrelevantes. De
ahí que no haya que lamentar demasiado el hecho de que no se cuente con
el audio.
¿De qué se trata este curso? Ante todo habría que advertir que no se
trata de lecciones sobre el libro La voluntad de saber, primer tomo de
la Historia de la sexualidad, que aparecerá unos años más tarde. Si
hubiera que emparentarlo con un texto conocido de Foucault, por la
temática y por el enfoque quizás habría que ligarlo a La verdad y las
formas jurídicas, texto que reúne las conferencias dictadas por el
filósofo en Río de Janeiro en 1973. La pregunta que mueve las
investigaciones de Foucault que quedan plasmadas en ambos textos tiene
un origen indisimuladamente nietzscheano. ¿Cuál es la voluntad que se
enmascara tras una supuesta búsqueda del saber? O, dicho de otro modo,
¿cuál es la historia de la verdad?
Algo que cabe destacar es que, con la publicación de este curso,
queda sin efecto una consideración hecha durante años por expositores de
la filosofía foucaultiana. Esto es que Foucault sólo se ocupó de los
griegos en su última etapa, cuando se había agotado su capacidad de
brindar interpretaciones de la modernidad. Este curso/texto obliga a
revisar todo el recorrido de Foucault como profesor del Collège. Porque
no sólo están presentes aquí los griegos, con la misma fuerza que en los
últimos años, sino que los temas –y en algunos casos, incluso los
textos con los que los aborda– son los mismos: la verdad, el poder, la
subjetividad.
Más allá de la polémica mencionada anteriormente, lo cierto es que
quienes comenzamos a leer a Foucault apenas unos años antes de su muerte
no podemos dejar de alegrarnos cuando en la vidriera de una librería
encontramos “nuevos” libros suyos. Digámoslo, mejor, sin comillas: se
trata de libros nuevos. Por un lado, porque contienen aspectos
desconocidos del trabajo de Foucault que resignifican buena parte de su
obra publicada con anterioridad. Pero, además, porque proceden de un
pensador de innegable actualidad. Es imposible leer a Foucault como a un
autor muerto. Desde un ingenuo sentido común suele decirse que basta
con que alguien vocifere “¡Fulano vive!” para tener la certeza de que
Fulano ha muerto. Nadie anuncia grandilocuentemente que un vivo vive.
Sin embargo... hay muertos que se han mostrado mucho más activos que los
vivos que se desviven por sepultarlos en las tumbas del olvido.
Indudablemente, Foucault es uno de ellos. Quizás aquí haya un artilugio
mejor que el empleado por los editores franceses para seguir publicando
póstumos: afirmar, sin más vueltas, que Foucault no ha muerto. Nos
siguen sorprendiendo sus respuestas filosas, desafiantes, en las
entrevistas sobre la prisión, la locura, la medicalización de la
existencia. Nos siguen alimentando sus clases, en las que hace decir a
los griegos lo que ningún otro les hace decir. ¿No nos sobran los
motivos para anunciar, entonces, desde aquí que... “Foucault vive”?
Gustavo Santiago, ¡Foucault vive!, Página/12, 06/01/2012
Comentaris