La llei Wert i el futur de la filosofia.
El oráculo afirmó que era el más sabio de los hombres y él, asombrado y molesto, ideó un eficaz método de enmienda: interpelar a los verdaderos sabios para así demostrar que, a su lado, sólo era un pobre ignorante. Y anduvo a ver a los hombres del Derecho que discutían si “la ley esto” o “la ley lo otro” y sólo al final les preguntó: “¿pero qué es la ley?”. No supieron responderle. Lo mismo ocurrió con artistas, retóricos, políticos... A todos escuchó y a todos avergonzó al mostrarles que no sabían de qué demonios hablaban. Poca gracia. Lo condenaron a muerte.
¿Está hoy la filosofía tan condenada como aquel Sócrates que hace 2.400 años aceptaba, mientras la cicuta destemplaba sus pies, que tal vez sí era el más sabio de los hombres porque, al menos, él sabía lo que todos los demás preferían ignorar: que no sabía nada? La enésima reforma de los planes de estudio promete laminar aún más el ya frágil estatus de la asignatura . Según el Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa del pasado 3 de diciembre, Historia de la Filosofía deja de ser la materia troncal y obligatoria de segundo de bachillerato para tornarse optativa en ardua competencia con Artes Escénicas o Educación Plástica. Al tiempo, la asignatura de Ética se esfuma de cuarto de la ESO. Pero es que además las defensas están caídas. Aparentemente, nunca tuvo menos valedores una disciplina que la ciencia triunfante desecha como innecesaria, como aseguraba Stephen Hawking en su último libro.
Ciencia y Filosofía fueron uña y carne desde los orígenes, de hecho, la primera brotó de la segunda cual de adánica costilla. Y sin embargo, a medida que los progresos científicos oscurecían los de la disciplina humanística, esta se aislaba cada vez más en su autosuficiencia. Por ello, Rafael Argullol (Barcelona, 1949), cuya primera formación fue científica advierte que “en nuestra época las Humanidades no tienen ningún porvenir si no es en íntimo diálogo con las ciencias, especialmente la biología y la física”. Pero no por ello las referidas propuestas educativas le dejan de parecer “disparatadas. El ministro debería saber que la Filosofía no es un asignatura sino un espacio para la iniciación mental y espiritual completamente imprescindible para el conjunto de la educación”. Argullol aclara también, frente al tópico, que “en España la formación de los ciudadanos con respecto a la ciencia aún es más deficiente, si cabe, que la formación humanística”.
El derecho a la Filosofía
Derrida defendió la inclusión del derecho a la filosofía en la
Declaración de Derechos Humanos. No en vano, todo el sistema de derechos
está basado en ella, recuerda José Antonio Marina (Toledo, 1939). Ahora
bien, el autor de La inteligencia ejecutiva (Ariel, 2012)
exige a la filosofía que sea también capaz de responder: “Hay una idea
melancólica de la filosofía, que es una abuelita que mira su álbum de
recuerdos y dice: qué guapo era el bisabuelo Platon, y qué piadoso mi
tío Tomas de Aquino, y qué miedoso el abuelo Hobbes, y qué alocado
Heidegger. Eso no es Filosofía. Es, como mucho, Historia de la
Filosofía. La verdadera filosofía es un saber intrépido,
enérgico y de vanguardia. Nada de pensamiento débil. Para pensamiento
débil ya tenemos el “Hola”. Reducir la filosofía a una mera
ristra de preguntas tampoco es muy animoso. ¡Algo tendrá que responder!
La filosofía y la ciencia que contamos a nuestros alumnos es la
momificación de una actividad magnífica. Hay que enseñarles la acción y
no el cadáver”. ¿Y cómo lograr que los chavales se acerquen a Platón o a
Nietzsche? No es tan complicado, responde Adela Cortina (Valencia,
1947): “Leyendo juntos sus textos y dialogando sobre ellos para
degustarlos y para descubrir qué aportan a nuestro mundo”.
Degustemos la Filosofía pero también la Ética, que no vive mejores
momentos. Desaparecerá en 4° de la Eso, al igual que Educación para la
Ciudadanía, y la propuesta de una asignatura de Valores éticos
alternativa a la Religión no convence: “La Ética de 4° de la ESO debería
permanecer”, afirma Adela Cortina, “está situada en un momento clave
para reflexionar sobre problemas morales, conocer las propuestas de las
tradiciones éticas y argumentar sobre ellas para acostumbrarse a adoptar
puntos de vista críticos y responsables. Por otra parte, la
ética cívica no puede ser alternativa a la religión. Ni la ética es una
moral para ateos, ni la religión es una moral para creyentes. La
ética cívica es el conjunto de valores que todos han de compartir en
una sociedad pluralista, por tanto, todos han de cursarla, y la religión
es una propuesta de vida en plenitud, ofrecida a quienes la elijan”.
Marina, por su parte, no ahorra calificativos al conjunto de la reforma:
“absolutamente peligrosa en lo social, empobrecedora en lo personal y
miope en lo laboral. Peligrosa en lo social: la filosofía es la
encargada de educar y fomentar el espíritu crítico. Prescindir de ella
es crear propensos al dogmatismo. Empobrecedora en lo personal: la
filosofía es la que da una visión amplia de la inteligencia, de sus
capacidades, de sus limitaciones, y del significado de las creaciones
humanas”. Y Adela Cortina apuntilla: “La Historia de la Filosofía, tiene
envergadura para ser obligatoria. Aprender a razonar en el
espacio público elimina dogmatismos y fundamentalismos: ahí radica la
fuerza crítica del saber filosófico, esencial para la vida cotidiana”.
En vilo por una asignatura
Es sabido que la escuela epicúrea propugnaba una moral del placer y la
felicidad sosegada que consignó en esa bella palabra: ataraxia. Javier
Gomá (Bilbao, 1965), que más que epicúreo prefiere presentarse como
“filósofo mundano”, se apresura a desdramatizar el debate. “No creo que
la educación de la juventud o el futuro de la sociedad estén en vilo por
unas horas más o menos de una asignatura. La educación obligatoria, más que conocimientos, debería transmitir a los alumnos amor al conocimiento.
No podemos pretender que en un curso de Historia de la Filosofía
occidental el alumno aprenda los detalles de toda esa larga historia
pero sí quizá amor a la filosofía, con el sobreentendido de que luego él
o ella complementen por su cuenta, si ha nacido ese amor. No digo que
el número de horas no tenga un valor simbólico y desde luego sé que
afecta al gremio en cuestión, pero sobrevaloramos la importancia de las
materias obligatorias”.
Y sin embargo, a Manuel Cruz (Barcelona, 1951) el delicado estatus académico de la Filosofía le parece “coherente con el signo neoliberal de los tiempos”.
Pero previene a quien busque exabruptos en sus palabras. “No, porque
creo que es esa mentalidad la que justifica la consideración de obsoleta
que subyace a la propuesta de marginación de la Filosofía. El esquema
según el cual el proceso educativo por entero ha de estar colocado al
servicio de lo económico, en el sentido de que no tiene más finalidad
que la de preparar profesionales insertables de manera competitiva en el
mercado laboral, termina de forma casi inevitable en este tipo de
iniciativas”.
Las opulentas sociedades modernas, recuerda Gomá, no necesitan tomarse
las cosas con prisa. “La esperanza de vida aumenta sin cesar. La
generación de mis hijos disfrutará al menos de noventa años de vida como
media. Eso posiblemente está retrasando la madurez sentimental e
intelectual de la juventud y no lo veo necesariamente negativo. Lamentaría
que los jóvenes se integraran en la economía productiva con tan sólo 20
o 21 años. Si se lo pueden permitir, deben prolongar su formación.Tienen
mucho tiempo por delante -toda una larga vida- para ir introduciendo en
su panteón a esos grandes especialistas en ideas generales que ha
producido la humanidad”.
Invitación a aprender
Porque los réditos que brinda la Filosofía a la formación integral de
unos adolescentes por desbravar son, para Manuel Cruz, evidentes: “La
capacidad para cuestionarse lo obvio, lo que todo el mundo da por
descontado. Es precisamente a través de todos esos elementos
incuestionados por invisibles (actitudes, valores, ideas...) como se
vehiculan todo tipo de manipulaciones. Frente a ello, lo que
hace la Filosofía es invitarnos a un aprendizaje, preguntarse no sólo
¿por qué? sino, tal vez especialmente, ¿estás seguro? o su variante ¿y
si no...?. Ahora bien, hay que intentar resultar, no solo
atractivos, sino, tal vez sobre todo, adecuados a su mundo. Combatir el
doble supuesto de que a) la filosofía no habla del mundo real y b)
cuando lo hace, la realidad a la que se refiere ya no es la actual”.
Cuentan que la filosofía cifra en su ADN las grandes y universales
preguntas del género húmano. Preguntas que la actual situación merece
recuperar pero, esta vez, incluyendo a la sofía en el sintagma. “¿Es posible un pueblo culto sin filosofía?”,
inquiere Manuel Barrios (Sevilla, 1960), decano de la Facultad de
Filosofía de Sevilla, para disparar a continuación: “Sin conocer los
grandes sistemas de pensamiento que configuran la identidad cultural de
Occidente, sin el adiestramiento debido en capacidades de argumentación
lógica y comprensión de razonamientos complejos, sin la perspectiva
integradora y transversal que es específica de la mirada filosófica, se
compromete seriamente el logro de esa formación de personas autónomas,
críticas, con pensamiento propio que propone el preámbulo de la LOMCE”.
Jibarización
Pero entonces, ¿están en juego las Humanidades? “Por supuesto. La
jibarización de la filosofía -teórica y práctica- forma parte de un
arrinconamiento general de las humanidades en el nuevo bachillerato”.
Responde Fernando Savater, el filósofo con minúscula, como gusta
llamarse, que sin embargo libra desde hace mucho tiempo una batalla
mayúscula por la revalorización de las Letras en nuestras aulas. “Bueno,
he hecho lo que he podido, escribiendo y enseñando filosofía a quienes
en principio se asustan de ella”. Fernando Savater (San Sebastián,
1947), autor de Ética para Amador, nuestro primer gran bestseller filosófico, asegura que, sin la Filosofía, el resto de las Humanidades queda “colgando sobre un vacío. Se
refuerza lo instrumental, lo que está bien, pero se pierde aquello que
se pregunta por los fines para los que queremos esas herramientas
intelectuales”. El asunto clave es, para Savater, entender para qué
queremos saber lo que sabemos y saber hacer lo que hacemos. Porque “la
ciencia nos da conocimientos -imprescindibles, desde luego- pero la
filosofía busca el marco mental que los encuadra y lo que un pensamiento
que nunca se detiene puede pensar a partir de ellos. El
ciudadano no debe ser solamente un empleado de la sociedad, sino alguien
capaz de plantearse su sentido: un aventurero de la libertad”.
La herencia cultural
Y Manuel Barrios apostilla: “El estudio de la filosofía hace
inteligible nuestra herencia cultural y nos posibilita apropiárnosla
reflexivamente de un modo único, nos ayuda a integrar
conocimiento, moral y sensibilidad de una manera que los saberes
tecno-científicos, en su compartimentación, no permiten. La asignatura
de Ética se ha visto envuelta en un estéril debate ideológico, que
confunde su cometido: éste no es dictar nuestro comportamiento, sino
hacer madurar la conciencia de nuestra responsabilidad con los demás y
con nosotros mismos en tanto seres humanos; enseñarnos a elegir
aprendiendo a dar razones de nuestra decisión. Suprimir la asignatura
sería aberrante”.
Habrá algún lector que barrunte que, a fin de cuentas, los aquí
interpelados son filósofos y quizá su visión de la problemática exceda
un tanto los criterios de objetividad. Se adelanta el sabio Jacobo Muñoz
(Valencia, 1942), catedrático de la Complutense: “Las reformas no me
parecen erradas por razones gremiales, sino sustantivas. No puede
hablarse de una formación integral de la que se sustrae lo que da la
filosofía: una imagen abierta del mundo en la que insertar críticamente
los conocimientos positivos, que son parciales por definición. Lo que está en juego es el sentido de nuestra cultura y la naturaleza de nuestra relación con ella. Sólo
la filosofía enseña a razonar lógicamente, a ejercer responsa blemente
la crítica, a valorar, a debatir y a actualizar nuestro gran legado
intelectual. Sin todo ello, la educación de los jóvenes quedaría
amputada”. ¿Y que hay de lo práctico, lo cuantificable, el mantra de lo
rentable? “Sólo desde un utilitarismo extremo puede cifrarse la calidad
de vida de un país exclusivamente en el incremento de su PIB”.
Reflexión y rentabilidad
Prescindir de herramientas educativas no parece la mejor idea en los más
bajos momentos de la Gran Depresión. Tal es la impresión de Victoria
Camps (Barcelona, 1941), Premio Nacional de Ensayo 2012 por El Gobierno de las emociones
(Herder, 2011): “Es muy sintomático no querer ver que el pensamiento y
la reflexión nos hacen mucha falta, precisamente en tiempos de crisis,
más que otras materias económicamente más rentables. Iniciar a
todos los alumnos en lo que ha significado el pensamiento era una
excepción educativa que España conservaba. Ahora ha dejado de serlo.
La filosofía nos da la capacidad de hacerse preguntas sin respuestas
sencillas, de razonar y de analizar conceptos que parece que todo el
mundo entiende pero que encierran una gran complejidad, como justicia,
libertad, razón, etc.”.
Sobrevuela la discusión la idea común de que las sociedades de consumo
no pierden el tiempo con los saberes poco prácticos. Pero José Sánchez
Tortosa (Madrid, 1970), autor de El profesor en la trinchera (La Esfera, 2008), no traga: “Es falso. Las sociedades de consumo estatalizadas giran en torno a realidades basura. Existen
dos riesgos: una sociedad restringida a los fundamentos de la
tecnología y la ciencia, es decir, a lo que podríamos denominar valores
prácticos', o una sociedad limitada a lo inútil u ocioso, cuyo máximo
exponente podría ser la telebasura. Lo que se tiende a despreciar no son
los saberes no prácticos, sino, sencillamente, los saberes, a no ser en
planos exigidos por el fin pragmático o utilitario más inmediato”.
Victoria Camps se apunta además a denunciar la “injustificable”
rebajación de la Ética al oponerse como alternativa a la Religión, una
manera de no comprender nada pues, a fin de cuentas, “muchos de los
valores tuvieron su origen en el cristianismo, y se mantienen como
valores laicos. No entender esto es situarse en la pre-modernidad”.
Un lugar en el mundo
Y Sánchez Tortosa, a quién las últimas propuestas educativas se le
antojan “catastróficas”, cierra con una apasionada defensa de lo que la
filosofía regala al estudiante. “Platón o Spinoza no pueden ser más fascinantes para un adolescente, que suele andar en busca de su lugar en el mundo,
si se consigue que vea su potencia combativa, esa sacudida que hace
tambalear los prejuicios, si se consigue que vean en qué sentido
profundo, estrictamente filosófico o discursivo, Platón les está
hablando de ellos y a ellos, y que es imposible entender una sola
palabra de los mundos en que viven y que son, del hábitat extraño al que
han sido arrojados, sin esa tradición forjada en defensa propia que es
la filosofía”.
Daniel Arjona, Desolación de la Filosofía, El Cultural. El Mundo, 25/01/2013
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